ESCÁNDALO en la Maestranza

Nunca más

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Los toros del 26 de septiembre, por los suelos. (FOTOS: Sevilla Taurina)
Los toros del 26 de septiembre, por los suelos. (FOTOS: Sevilla Taurina)

«…periclitada la urgencia de la noticia, es tiempo de purgar responsabilidades. Un fiasco como el padecido no puede quedar impune. Una empresa carente de escrúpulos, una autoridad en ademán de componenda, unos ganaderos de botellón, unos apoderados chisperos y unos matadores ovinos e inertes. Este es el núcleo sustantivo de culpables…»

Francisco Callejo.-

     La urgencia informativa en que se ampara el periodismo es, las más de las veces, el visado con que elude su responsabilidad punible aquello que se denuncia. Favorecidos por lo analgésico del tiempo, ese hato de comisionistas que parasitan en derredor del toro, aguantan el tirón de la resaca delictiva, conscientes como son de que mañana remitirá el temporal.

     Viene esto a colación de la corrida de toros celebrada en Sevilla el pasado 26 de septiembre. Tarde de relumbrón en que el azar quiso que ese cartel estuviera vertebrado por los tres toreros que mejor y más completa campaña han realizado a lo largo de este extenuado año 2010. Viajar a Sevilla tiene algo de iniciático. Barrunto entre pagano y trascendente que hace de la experiencia un compendio de sensaciones. Sevilla se despierta sensual y luminiscente. Zalamera y candeal. Por los revoques de sus esquinas restallan silencios de cal enjaezados de trinos que no saben de otoños.

     Llegar a Sevilla y enfrontilar la Puerta del Príncipe de su Maestranza, es como asomarse al quicio del cielo. Las dos enormes hojas con pespuntes de clavo por donde calla el magno edificio, ofrecen la desvaída sonrisa desde la que asoma el reloj que al fondo marca la hora del acontecimiento. El azul que cubre el tapiz de Sevilla, acentúa la armonía de su cal y los colores no parecen sino guiños de un concierto de avenencias. En este marco se anuncian toros de Zalduendo para Morante de la Puebla, el Juli y José María Manzanares. Finalmente el de Alicante, por un pulgar que no obedece a arreglos, se cae del cartel para dar paso a un gitanito de Camas, febril y eléctrico, al que el toreo le brota a mayor velocidad que la que le nace del magín. Oliva Soto. La tarde, venturosa y refinada, preña de atildamiento los tendidos. El sevillano sabe que esta es la tarde. Su idiosincrasia calla y espera.

     Una escalera de despropósitos convoca a los malos dengues. Inadmisible la abominable presentación de un ganado achacoso y enclenque. Delusivo y falaz. Injustificado y alevoso. Limpia de corrales. Ajusticiamiento de inocentes.

     Periclitada la urgencia de la noticia, es tiempo de purgar responsabilidades. Un fiasco como el padecido no puede quedar impune. La peor imagen que la liturgia puede ventilar fue la desarrollada en este espectáculo. Una empresa carente de escrúpulos, una autoridad en ademán de componenda, unos ganaderos de botellón, unos apoderados chisperos y unos matadores ovinos e inertes. Este es el núcleo sustantivo de culpables.

     Era de ver a Ramón Valencia, a la sazón empresario del histórico coso, mesarse sus contados cabellos mientras daba manotadas clamando al Altísimo, mientras en el albero la cosa iba pasando de castaño oscuro. El público, mitad idiosincrasia, mitad indolencia, asistió desde su maestrante suficiencia a un escarnio que hace mayor oprobio que vetos y prohibiciones.

     Al día siguiente, Curro Vázquez, ese timorato rubiales que se ha convertido en el apoderado más felón y taimado del negociado taurino, tomaba el AVE de las tres cuarenta y cinco a Madrid, acompañado de Fernando Domecq. Arribaron a Atocha con la flema del cardiólogo al que se le va un paciente -gajes del oficio- sin que el baldón hiciera mella en su juramento hipocrático. Poco inteligente ese viaje compartido en el que, además, simultaneaban responsabilidades.

     Decía Ordóñez que hay once tardes al año en las que el torero debe ser consciente de que hay que salir a morir. Para Curro Vázquez Sevilla, por San Miguel, no cuenta entre ellas. Más honesto, Manolete, le decía a Camará que todos los públicos pagan su entrada. Merecía este festejo por entorno, significado y fechas una categoría que nunca se le dio. Inexplicable que El Juli, a quien un sobrero de Gavira llegó a sacar los colores, formara parte de esta comparsa. ¡Espabile Domínguez!

     Mal el negociado taurino. En tiempo de vacas flacas, cuando los gestos de las figuras del toreo habrían de pasar antes por Partido de Resina, las Tiesas o Zahariche que por el Ministerio de Cultura; tardes como la de Sevilla deberían de ser empleadas como ocasión propicia para dotar a la liturgia de todo su contenido. Y es que, a la postre, son los toreros los culpables. Culpables de sus apoderados, de sus cuadrillas, de sus negociaciones y de sus gestos. El resto vive de ellos. Ganaderos, empresarios, prensa y autoridad erigen su acomodo valiéndose del valor de unos hombres que, cada vez, puntúa más a la baja.

     A ver si Morante termina descubriendo que Curro Vázquez no es la respuesta a Rafael de Paula, del mismo modo que Sevilla no es la respuesta a Madrid. Urge darle categoría al ceremonial. De lo contrario, Vargas Llosa tendrá que seguir apelando al ejemplo crustáceo para defender una Fiesta incapaz de valerse por sí misma.


*Publicado en el portal lacharpadelazabache.com


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