Salvador Cortés, el triunfo de la convicción
Real Maestranza – Corrida de la Hispanidad, Viernes 12 de Octubre de 2007
El torero sevillano suma su segunda Puerta del Príncipe. En la tarde de su primera corrida como único espada logra cortar cuatro orejas, dos de ellas tras una excelente labor al buen quinto toro, el único de nota del descastado encierro. Cortés supo sobreponerse a toda la adversidad acumulada con una mentalidad ganadora que caló pronto en los tendidos maestrantes.
Manuel Viera.- Se mire por donde se mire, la tarde de toros que cerraba temporada en Sevilla ha resultado sorprendente tras la salida por la Puerta del Príncipe de Cortés. Sin duda, el momento anímico de Salvador no era, a priori, el más óptimo para encarar el comprometido y exigente gesto, pero la necesidad imperiosa del triunfo parece que le despejó la mente, manifestándose durante la lidia de cada uno de sus toros con una destacable actitud plenamente ganadora. Si además, en plaza como ésta de la Maestranza, las ganas y la posible inspiración aumentan de forma considerable, al sevillano de Mairena del Aljarafe le aparecieron firmes y poderosas. Sorprendente. Salvador Cortés ha estado esta tarde en la Maestranza como debía de estar. Y en su toreo existió siempre el propósito emocional de sus formas. Algo que de inmediato se transformó en admiración para quien lo ejecuta. Con el quinto, un buen toro, encontró en la calidad de su embestida la oportunidad para incidir en la verdad de su toreo: cites de larga distancia, temple, largo recorrido y obligado remate. La faena fue de nota, en la técnica y en la enorme profundidad de los muletazos diestros. Esta vez supo Cortés adaptar el temple de su muleta a la embestida del mejor toro de la mansa y descastada corrida de Gerardo Ortega. Tal vez por esto, sus formas, de una precisión rítmica envidiable, llegaron de inmediato a la gente, consiguiendo así remontar una tarde que no acababa de estallar. Cortés se fue decidido a portagayola, esperó impávido, y tras limpia larga cambiada toreó con gusto a la verónica. A partir de ahí el toreo que le ejecutó el sevillano al noble quinto llegó, en esta decisiva entrega, de forma emotiva a los tendidos. Puso banderillas con enorme voluntad. Prologó faena con el pase cambiado por la espalda, para seguir con muletazos por bajo de auténtico sabor sevillano. De mayor interés resultaron los muletazos diestros que integraron una serie de toreo a derecha, largo, hondo, de despaciosa ejecución y bien rubricados tras la ligazón con espectaculares pases de pecho. Sin embargo, sólo un natural despacioso e interminable fue protagonista de una faena a derechas que culminó con el deseado epílogo del sensacional volapié. Dos orejas sin discusión. Con el segundo de Parladé, un toro manso en los primeros tercios aunque noble en la muleta, anduvo el sevillano con torera actitud en faena intermitente con pases sueltos a derechas e izquierda de buena nota. La estocada precedida de pinchazo no obstaculizó la cariñosa petición de oreja que el presidente aceptó. También supo someter la complicada embestida del sexto, al que de nuevo recibió de hinojos en la puerta de chiqueros. Hubo temple en las primeras tandas con la derecha y algún que otro enganche en la tela en los intentos con la izquierda. La estocada se sumó a la generosidad de la gente en la petición. La necesaria oreja llegó y la Puerta del Príncipe se abrió para quien apostó con todo en contra, y ganó. Al soso y descastado primero lo dejó sin picar para sólo dibujarle algún que otro templado muletazo sin emoción. La estocada resultó caída y trasera. Con el parado tercero, más de lo mismo: los aislados y lentos muletazos diestros carecieron de emotividad. Entró la espada casi entera, aunque una pizca atravesada. Y al descastado cuarto de Parladé, al que finiquitó de un feo bajonazo, no hubo más que la notable actitud con la que Salvador Cortés desarrolló la lidia durante su tarde del triunfó por convicción.
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VER GALERIA COMPLETA | VOLVER A TEMPORADA «Date la vuelta; nos vamos a por mi madre» Francisco Mateos.- Dejó en la cuneta del olvido transitorio los fantasmas que perturban su cabeza para centrarse sólo en un objetivo: triunfar y disfrutar. Ese fue su secreto. Pero a pesar de ser tarde de emociones fuertes, jamás dejó de tener los pies en la tierra y mantener la cabeza en su sitio. Ya se sabe: corazón caliente y cabeza fría. Aunque alguna lágrima se escapó mientras hacía el paseíllo con la Maestranza ovacionándole por la torera gesta de enfrentrase a seis toros, ni cuando cortó las dos orejas tras una faena de raza y gusto, nunca, nunca dejó de tener la mente despejada. Ni siquiera cuando su primo y a la vez mozo de espadas lo izó a hombros en la vuelta al ruedo final, ni cuando antes de cruzar la Puerta del Príncipe fue su propio hermano mayor y banderillero, Luis Mariscal, el que pidió llevarlo desde el ruedo maestrante a hombros hasta ese Paseo Colón que huele a Guadalquivir, ni siquiera en esos momentos dejó de pensar serenamente. Allí, en la plaza, estaban todos: su hermano en el ruedo junto a él; en los tendidos, sus hermanas, su padre Luis Mariscal, su tío Pedro Santiponce, su novia, a quien le dedicó el brindis del último al que le cortó la oreja que le abría la Puerta del Príncipe… todos estaban y todos le vieron disfrutar de esa salida a hombros que tanto necesitaba. Todos, menos una persona: su madre. Salvadora Cortés -el joven sevillano lleva el nombre y hasta el apellido de su madre en los carteles- se había quedado sola, en Mairena, sufriendo esa angustia de la que sólo saben las madres de los toreros. En esta ocasión no era sufrir 40 minutos, lo que tardan dos toros en corrida normal: esta vez era sufrir dos horas, toda una corrida entera para su hijo pequeño. Pero ese hijo mantuvo tan serena la mente siempre que, tras entrar en la furgoneta a duras penas por la muchedumbre que lo aclamaba al salir a hombros, allí mismo en la Puerta del Príncipe, nada más arrancar el chófer en dirección al hotel, Cortés le dijo: "Da la vuelta; nos vamos a por mi madre". Y vestido de torero, con cuatro banderilleros más en la furgoneta, se pusieron en marcha hasta el cercano pueblo de Mairena, a unos 10 km de Sevilla, atravesando la ciudad vestidos de luces. Esta vez la madre, Salvadora Cortés, no recibió ninguna llamada de teléfono de su hijo pequeño para contarle desde el hotel que estaba bien tras la corrida. Esta vez sonó la puerta de casa. Al abrirla estaba allí, su hijo pequeño, vestido de luces, con cuatro orejas en las manos y la gloria de la Puerta del Príncipe aún reflejada en sus emocionados ojos. "Venga mamá, para la furgoneta con la cuadrilla, que hoy cenamos todos juntos; también tú. Te lo mereces". |
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