«La vida, Diego,… la vida»

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«…Este gitano, al que las canas no encuentran acomodo en su espesa cabellera negra zaina, puso a prueba su ingenio para mostrarse ante Pepe Luis y entregarle un viejo retrato hecho en la fiesta postrera a una tarde de tienta del ‘Sócrates de San Bernardo’ en El Toruño de los Guardiola. Todo un mero pretexto para llegar al maestro y recordarle con pasión, con habla limpia, nítida, creíble y muy de aquí, la historia de cante y baile de una antigua fotografía…»

 


Diego y Pepe Luis Vázquez bailan en la casa Guardiola tras una faena campera.

Manuel Viera.-

     Diciembre, mañana de sol sevillano. Persianas echadas, ventanas entornadas y el viejo maestro, lúcido aunque ausente, reposa acomodado en un sillón del salón. Y ante el torero y mito de Sevilla se postró este gitano de alma joven y de espíritu inquieto, que aún mueve con caballerosidad y garbo su enjuta figura de personaje de una época en peligro de extinción. Y que pasea enfundado en su elegante traje cruzado sus 85 primaveras. Este utrerano, al que las canas no encuentran acomodo en su espesa cabellera negra zaina, puso a prueba su ingenio para mostrarse ante Pepe Luis y entregarle un viejo retrato hecho en la fiesta postrera a una tarde de tienta del ‘Sócrates de San Bernardo’ en El Toruño de los Guardiola. Todo un mero pretexto para llegar al maestro y recordarle con pasión, con habla limpia, nítida, creíble y muy de aquí, la historia de cante y baile de una antigua fotografía.

     Nadie conoce mejor que él a los grandes del toreo, a los que buscó y cameló para que torearan aquellos añorados festivales de la Hermandad de los Gitanos de Utrera. De ahí sus antológicas historias contadas como prologó a la narrativa de aquella vivencia plasmada en el papel sepia de la nostalgia. Y se las contó a la gran figura del toreo sevillano. Y le mostró el retrato construyendo el relato, explorando con lentitud pasmosa a cada uno de los personajes que allí figuran. Y el torero los vio sin ver, limitándose a frotar sólo dos palabras para definir la situación y extraer de ella toda su carga emocional: «La vida, Diego,… la vida». Dos palabras que conmueven o incitan a sonreir. O simplemente le quiso decir a su fiel visitante que con estar allí fue suficiente.

     Peculiar gitano de Utrera, agraciado con el arte de los elegidos. Diego Jiménez utilizó su gracia con la palabra exacta y el término perfecto para comunicarse con un genial sevillano mitificado: Pepe Luis Vázquez Garcés. Le dejó el enmarcado retrato, le besó la mano y se marchó feliz.

*Manuel Viera es redactor y responsable de las crónicas de Sevilla Taurina, así como miembro del equipo del programa ‘Toros y Punto’, de Punto Radio Sevilla. (manuelviera.com).

 

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