OPINIÓN: «De torero a torero»

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2002

…cuando el cirujano cosía la piel de tu torero de 17 años y percibías la cicatriz que se le quedará marcada por vez primera en su cuerpo, quizás te acordabas, Tomás, de tu bautismo de sangre, muchísimo más brutal que el de Miguel Ángel, en aquella Feria del Pilar del 83, ya de matador, cuando un toro de Cuvillo te dejó una cornada de caballo de casi 50 centímetros…


Tomás Campuzano, desvistiendo a Miguel Ángel Delgado.
FOTO: Javier Martínez.

Francisco Mateos.-

     Dijo el cirujano en la enfermería, con voz seca y tranquila, a la vez que suave: "Alguien que lo desvista, por favor". Y una voz, firme y rotunda, sonó entre las alicatadas y frías paredes blancas de esa enfermería de pueblo: "Yo le quito el traje". De esa forma, Tomás Campuzano, director artístico del novillero Miguel Ángel Delgado, quería darle la confianza necesaria a su ahijado taurino en su bautismo de sangre. El novillo lo había empitonado cuando mejor toreaba. Otro torero, Tomás, curtido en mil batallas, con la dureza de la Fiesta marcada cicatriz a cicatriz en su cuerpo, se tiró al ruedo para intentar hacerle el quite. Él mismo, junto a dos banderilleros, lo trasladó hasta la camilla de operaciones de la enfermería de la plaza de El Castillo de las Guardas. Se puso en la cabecera de la camilla, con la camisa ensangrentada del novillo, y de allí ya no se movió hasta que se terminó la operación.

     Se intuía que quería darle confianza a Delgado, que no sabía, a sus 17 años, qué dolor es el que se siente cuando el pitón de un toro rasga tu piel y lo hunde en un derrote seco. Miguel Ángel lo miraba fijamente mientras le quitaba el vestido para poder saber el alcance de la herida. Si el maestro no estaba nervioso, cómo iba a estarlo él, que acaba de llegar a esto. Tenía que demostrar también ahora que quería ser torero. "Hay que ser torero dentro y fuera de la plaza", suelen decir los taurinos. Creo


Inspirando la confianza necesaria.
FOTO: Javier Martínez.

que Miguel Ángel lo hizo extensivo hasta ser torero en la enfermería. Ni un gesto, ni una queja.

     Llamaba la atención la cara seria de Tomás cuando le desnudaba. Quizás, Tomás, te estabas dando cuenta en ese instante más que nunca que debajo de aquel vestido de luces celeste y oro que sueña con puertas grandes no escondía más que el cuerpo menudo de un adolescente de 17 años. Quizás, Tomás, mientras le quitabas la camisa te estabas acordando de Belén, tu hija mayor, sólo dos años más que Miguel Ángel. O quizás te estabas acordando, Tomás, de tus mellizas, Paloma y Laura, de la misma edad que tu torero, con 17 primaveras, y estabas dando gracias a Dios porque tienes tres hijas y así es más difícil que un día, alguien, como tú hacías ahora, tuviera que darle confianza ante su primera cornada. Sin hablaros apenas, Miguel Ángel y tú entablasteis un código personal de apoyo y cercanía, un saber qué hay que hacer o sentir con la mirada.

     Cuando el cirujano metió el dedo en la cornada para explorar las trayectorias y extensión de la herida, y tú, Tomás, seguías allí, en la cabecera de la mesa de operaciones de aquella enfermería de pueblo de azulejos blancos y fríos, hablándole en silencio a tu torero, quizás estabas acordándote por dentro del padre de Miguel Ángel, Pablo Delgado, banderillero de Castella, que estaba al otro lado del mapa, en Francia, toreando. Tú, mejor que nadie, sabes que aunque en la llamada le dijeran que no era grave, un padre -y más


No se separó ni un instante de la cabecera de la mesa de operaciones.
FOTO: Javier Martínez.

si es torero- no se lo cree.

     Cuando el cirujano cosía la piel de tu torero de 17 años y percibías la cicatriz que se le quedará marcada por vez primera en su cuerpo, quizás te acordabas, Tomás, de tu bautismo de sangre, muchísimo más brutal que el de Miguel Ángel, en aquella Feria del Pilar del 83, ya de matador, cuando un toro de Cuvillo te dejó una cornada de ca allo de casi 50 centímetros de extensión que llegó al abdomen, precisamente también en la pierna izquierda, la misma del bautismo sangriento de Miguel Ángel.

     De torero a torero os mirábais; de torero a torero, también en la intimidad de aquella enfermería de pueblo de alicatados azulejos blancos, le transmitías lo que tenía que hacer. No sé si hubo algún momento en el que recordaras las veces que desde el callejón le animas con "vamos p`alante torero, vamos a cortarle las orejas", impulsándole a traspasar esa raya del peligro en el que se mueven las auténticas figuras del toreo pero que también acarrean las cornadas fuertes. Debe ser muy duro, para alguien que ha vivido el peligro y sus consecuencias en su propio cuerpo, animar a un joven a pisar terrenos del toro. Pero tú sabes que la Fiesta es así, o se está o no se está. O cara o cruz. No hay términos medios.

     Tomás, en esa enfermería de pueblo de alicatados azulejos blancos, de torero a torero, tu alumno también recibió una lección de torería de su maestro. Y su maestro de su alumno.

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