«…Ese malestar general que arrastra afecta a esa otra enfermedad mental que, a veces, le obliga a tomar decisiones alarmantes. Se teme que los avíos queden aparcados más allá de la baja en Navalmoral. Sevilla está a la vuelta de la esquina. Resurrección sin Morante en la Maestranza sería el mayor de los desencantos…»
Manuel Viera.-
Sea como fuere, su toreo resume con elocuencia la sorprendente manera de emocionar. Incluso con las pinceladas menudas, aisladas, fragmentos diminutos que son como sensaciones que te llegan al alma. Siempre buscando dar satisfacción a los sentimientos de los que lo ven y lo gozan. Y eso sólo se consigue a través de esa sucesión de emociones que es la obra dicha y hecha en el ruedo. Quizá, sólo por esto, su inquietud creativa le ha llevado a la ejecución de una tauromaquia tan añeja como diferente y sublime.
Tan distinto y auténtico es lo que hace que el argumento es tan demoledor que su narración se convierte en única, esporádica y bella obra cargada de solemnidad. Y mientras el aficionado se emociona con tan soberbia realidad, otros ni se enteran. En su última corrida de Fallas está el ejemplo.
Aun cuando su toreo se hace imprescindible, Morante preocupa. No está bien. Su estado de salud inquieta. Ese malestar general que arrastra afecta a esa otra enfermedad mental que, a veces, le obliga a tomar decisiones alarmantes. Se teme que los avíos queden aparcados sin tiempo más allá de la baja en Navalmoral y la más reciente en Almendralejo. Sevilla está a la vuelta de la esquina. Un domingo de Resurrección sin Morante en la Maestranza sería el mayor de los desencantos. Su arte quedaría amordazado en la pesadumbre de la obligada ausencia. El genio de La Puebla es irremplazable. Quizá por esto es difícil imaginar una Feria de Abril sin el que transita por los caminos más apasionantes del toreo. Sin el que expresa en el ruedo de la plaza la tauromaquia más argumental y sublime en época actual.
Así que, justo aquí, dejamos correr el tiempo para que la contrariedad de este nuevo revés tenga pronta solución. Que las tristes circunstancias que le han obligado a parar sean mínimas. Que la sensación de hastío que ha producido su cariacontecido semblante, mostrado en sus últimas comparecencias públicas, se convierta en la sonrisa picarona que suele exhibir en los callejones de las plazas de toros tras el contundente triunfo. Que la intranquilidad se transforme en ilusión para él y para quienes le idolatran. Si es así, el torero que alimenta a Sevilla mirará al gentío desde la puerta de cuadrillas del coso maestrante con la seguridad de seguir dando, un nuevo domingo de Resurrección, la máxima dimensión de sí mismo. ¿Cómo, si no?
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