Tras una breve faena a su decepcionante primer toro, el diestro de la Puebla del Río se explayó con regusto con capote y muleta en el cuarto, faena malograda con la espada. La benévola oreja se la llevó Roca Rey, muy sólido y cimentando faenas sobre su reconocido valor. Aguado, resentido de una lesión de rodillas, escaso balance.
SEVILLA / Corrida de toros
TOROS: Se han lidiado toros de las ganaderías de Victoriano del Río y Toros de Cortés, de aceptable presentación, de diversas y feas hechuras. Manso sin fuerza el primero; noble, justo de fuerza, aunque con calidad en su embestida, el segundo; sin casta e inválido el tercero; con poca fuerza y noble el cuarto; noble y de escasa casta el quinto; complicado y a la defensiva el sexto, con el hierro de Toros de Cortés.
ESPADAS: –Morante de la Puebla (de azul marino y oro), silencio y saludos tras aviso.
–Roca Rey (de espuma de mar y oro), oreja y vuelta al ruedo.
–Paco Aguado (de negro y plata), saludos y silencio tras aviso.
CUADRILLAS: Saludaron en banderillas Juan José Domínguez, Juan Carlos Tirado, Iván García y Viruta.
INCIDENCIAS: Lleno de ‘No hay billetes’ del aforo permitido por restricciones Covid. Sonó el himno de España en el inicio del paseíllo y se guardó un minuto de silencio por los fallecidos durante la pandemia.
Manuel Viera.-
Después de casi dos años sin acudir a ella, sin vivir sus silencios y sentir sus emociones, la ví tan arrogante como siempre y bella como nunca. Enmudecida durante veintitrés meses bullía de felicidad ansiosa por ubicarse del nuevo en el toreo y olvidarse de la triste realidad vivida. Sólo el himno de España en el inicio del paseíllo, y el minuto de silencio, en recuerdo emotivo de los que ya no están, paralizó la bulla que denotaba felicidad y expectación. Y, mientras espero la salida del toro, vuelvo a contemplar su belleza y me deleito con el color dorado de su pulido ruedo.
Salió el toro después de setecientos y pico días sin hacerlo. Un toro manso, sin fuerzas y de feas hechuras que convirtió la expectación en decepción. Tanto fue así que el diestro de La Puebla del Río inició faena con la espada de matar para, tras breve probatura por ambos pitones, dejar dos pinchazos y terminar con media estocada.
Sin embargo, un par de verónicas al noble cuarto de Victoriano del Río preludiaron una obra magníficamente esculpida para con ella transformar la tarde poniendo en cuestión la sensibilidad de la gente. Y así, lo hecho, se acercó a ese habitual empeño de hacer el toreo para ser visto con los ojos del alma. Una lidia que invitaba a redundar en la belleza de lo efímero. Y en toda ella aleteaba la sensación de que el toreo -cierto toreo- condiciona y define el comportamiento emocional de quien lo ve y lo siente. Y es que en la tauromaquia de Morante todo funciona desde un velado universo en el que se desdibujan los límites entre lo real y lo soñado, lo fáctico y la fantasía. Fantasía en una faena preñada de torería con la que ofreció una excelente versión del natural. Igual de convincente resultaron las series de muletazos diestros, ejecutados con infinita despaciosidad y profundidad. Los detalles, de clara voluntad gallista, epilogaron una faena malograda con la espada.
Roca Rey constituye el límite infranqueable del valor. Nadie lo suda. Su toreo parece reclamarlo a gritos pese a que él lo ha convertido en compañero habitual. La faena al quinto -un toro noble y de escasa fuerza- tuvo consistencia, rigor, y deseos de hacer las cosas bien. Un toreo, a veces sorprendente, siempre fresco y ambicioso. Desde los lances de recibo, pasando por la rivalidad en quites -en el que Aguado dejó su marca con sublimes chicuelinas y dos medias sensacionales- para llegar a prologar faena con un templado e hilvanado toreo diestro de rodillas y acabar entre los pitones después de dibujar el natural y mostrar pies firmes con la derecha. Un pinchazo atravesado le privó de una oreja, esta vez, bien ganada.
Porque con el buen toro segundo, su toreo se desplazó largo, pero hacia afuera, aunque los muletazos resultaron templados y abrochados con notables pases de pechos. Algún que otro natural de buen trazo acabado detrás de la cadera destacó de una lidia que no llegó a coger altura. Pese al pinchazo atravesado el presidente accedió a conceder una oreja de esas denominadas de ‘escaso peso’.
Pablo Aguado no tuvo fortuna con lo tocado en suerte y, para mal de males, se resintió de una vieja lesión de ligamentos que le dejó prácticamente inmóvil para descabellar al último toro de la tarde. El tercero fue un inválido con el que sólo pudo mostrar la belleza de la verónica. Sólo fueron dos, pero valieron por muchas. Después toreó con un gusto y lentitud exquisita a un toro que se derrumbó robándole la emoción a los tendidos. La espada se negó a entrar.
Y si a su primero le faltaron las fuerzas, el sexto, con el hierro de Toros de Cortés, le complicó la lidia con un molesto gazapeo a la defensiva sin dejarle mostrar el pulso y la ligazón necesaria a modo de alcanzar la dimensión deseada. A final empeoró la lesión y pasó un calvario para poderlo finiquitar.