«…Si a la casa Pagés y a sus prácticas empresariales se le ha puesto en rigurosa cuarentena, los reclamantes no han quedado en mejor lugar. Por ello, así se llame a un experto en resolución de conflictos, todo eso deja huella. Si Canorea cede, porque cede; si los toreros insisten, porque el G-5 se rompe…»
Antonio Petit Caro.-
Todavía colea la polémica de la reciente Feria de Sevilla, la Feria de los toreros abruptamente ausentes y de la huída de los espectadores, estables o de ocasión. A la hora de la verdad, lo de menos es si a la Real Maestranza, a la empresa Pagés y a los toreros de la protesta les cuadran o no sus cuentas; como se diría popularmente, «ese es su problema». Lo verdaderamente preocupante es que el sistema con el que se gestiona la Fiesta ha dejado ver su peor punto débil: no tiene en sí mismo el mecanismo natural para el relevo generacional. Cuando se trata de una actividad que de modo necesario conduce al arte, con mucha historia además, esa forma de proceder pone en duda el futuro.
La copla ya nos previno que «Sevilla tuvo que ser…», «testigo de nuestro amor, bajo la noche callada…», aunque al final «el destino ha querido que vivamos separados…». Bien podría aplicarse la antigua letra salida del ingenio de Carmelo Larrea a lo ocurrido en la Maestranza con la reciente Feria. Escenario de tantos amores compartidos por la esencia de la Tauromaquia, el destino en forma de disputas casi callejeras forzó a que unos y otros, al final, todos, vivieran separados. Y por más señas, a la greña.
Ni cuando Gallito promovió la Monumental, dejando por unos pocos años de anunciarse en el coso maestrante, se produjo tanto lío. Ahora han bastado dos calentones con un sentido muy escaso -el de Canorea y el de los toreros del G-5- para poner todo patas arriba.
Cuando se analizan los conflictos, los taurinos y los no taurinos, se comprueba que en la mayoría del casos el problema no radica en el conflicto en sí mismo considerado, sino en las posibilidades reales de resolverlo y en las consecuencias que deja. Semejante realidad es de plena aplicación a lo ocurrido en Sevilla.
La Feria se ha celebrado, con menos público pero a lo mejor con mayor índice de rentabilidad por euro invertido por parte de la empresa, mientras la mayoría de los toreros de la protesta se resarcieron la cartera en Aguascalientes (México). Total, la célebre frase de Belmonte, dicha en otro contexto bien distinto: «aquí no ha pasado nada». No ha pasado nada excepto para el aficionado e incluso para toda esa marea de visitantes que acude al reclamo de la Feria. Y, cómo no, para la propia Tauromaquia como espectáculo. No es pequeño el daño causado.
Incluso si tales daños, que tienen su dimensión económica evaluable, se toman lo que se dice «a beneficio de inventario», han dejado huella. Entre otras, esa que nos enseña la experiencia: qué fácil resulta echar a un aficionado -nada digamos a un espectador ocasional- del tendido, pero qué trabajo cuesta luego recuperarlo. Pues si a pesar de todas esas consideraciones nos aferramos al «aquí no ha pasado nada», estaremos llegando a una conclusión equivocada. No, aquí ha pasado bastante, incluso más allá de los propios protagonistas.
Y en primer término se observa que ha sido y es un conflicto que, además de poner en el borde del abismo a la Real Maestranza –que le guste o no es donde se ha situado-, ni quien lo provocó con sus imprudente excesos verbales, ni quienes le respondieron con un plante insólito, salen de ésta «limpios de polvo y paja», en el decir popular.
Si a la casa Pagés y a sus prácticas empresariales se le ha puesto en rigurosa cuarentena, aunque no se hayan probado documentalmente los hechos, los reclamantes no han quedado en mejor lugar. Por ello, así se llame a un experto en resolución de conflictos, todo eso deja huella. Si Canorea cede, porque cede; si los toreros insisten, porque el G-5 se rompe y a la postre quedan en peor situación que al comienzo. Ni a uno ni a otros el caso les sale gratis.
Pero a efectos del toreo, más preocupante que unos pocos se peleen como si de un patio de vecindad se tratara, resulta que quienes estaban en medio no hayan respondido en la medida necesaria. Con sus asesores de imagen, los que habitan en la casa Pagés -en cuya historia ya cuentan con varios conflictos, incluso judicializados, con la propiedad de la plaza- idearon la campaña de «la Feria de las figuras del mañana». Si nos atenemos a los resultados, la preocupación por tal mañana se dispara.
Pero además de injusto resulta absolutamente irreal, fijarse sólo en los toreros que tuvieron una oportunidad y no la aprovecharon. El mismo razonamiento cabría aplicar a todos esos ganaderos que se quedaron muy lejos de dar esa talla mínima que, como en la antigua mili, le es exigible para ser útiles para todo servicio.
Hay que decirlo claramente: los llamados a construir el futuro han contado con todas esas ganaderías con las que sueñan y que les estaban vedadas, y están consideradas propiedad moral de las figuras ausentes. Pues a lo mejor no se les ha hecho ningún favor, porque si no han roto, la culpa ya no se le puede echar a ese otro toro menos recomendable. Pero debe darse igualmente por dicho algo similar de los señores criadores.
Sin embargo, el razonamiento iría por derroteros equivocados si a partir de esta constatación se deriva en poner en cuestión de forma absoluta los valores de la generación del relevo. Tenerlos, los tienen. El problema de fondo radica en que el endogámico proceder de quienes detentan los poderes fundamentales que condicionan el conjunto de la vida taurina, no deja espacio alguno para que el relevo se produzca desde unas bases sólidas y de forma natural.
Cuando, por ejemplo, hay figuras a las que les molesta -constatado está- hasta acartelarse con Iván Fandiño, bajo el razonamiento de que el vasco arrea todas las tardes, es que algo, y no precisamente marginal, falla en todo este enorme y apasionante tinglado que es la Fiesta. Si cuando se da un triunfo, toreando o criando reses bravas, en nada repercute de cara a la cartera de contratos y de ventas, es que se está renunciando a que algo tan importante como a que el mérito sea un criterio de actuación y hasta de selección. Y todo eso los empresarios lo consienten, si es que no lo aliente en su cortedad de miras.
Por ello, si algo debiera servir de lección del conflicto de Sevilla, mucho más allá de peleas de barrio que duran diez minutos, son las debilidades del actual sistema que rige en la Fiesta. Cuando una actividad, y muy especial en el arte, no encierra en sí misma los mecanismos necesarios para garantizar los relevos naturales de las generaciones, ha entrado en picado. Y eso, que viene ocurriendo, es lo verdaderamente preocupante. Todo lo demás no dejará de ser flor de un día.
*Publicado en la web Taurología.
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