Morante dibujó el toreo
Real Maestranza – 10ª de la Feria de Abril, Domingo 6 de Abril de 2008
Solamente Morante de la Puebla despertó del letargo a un público desanimado y temeroso de una nueva tarde en blanco debido a los descastados toros de Parladé. El sevillano de La Puebla dejó bellos detalles de su diferente tauromaquia en la faena al segundo. Finito firmó con la muleta escasos momentos de un toreo reposado y bien trazado, pero que no llegó a coger altura. Y Salvador Cortés le puso enorme voluntad a los intentos de faena a sus dos toros sin conseguir nada a cambio.
Manuel Viera.- Cada espectador tiene su propia manera de soñar el toreo, a veces es una utopía, otras se deslumbra en sombras y siluetas la irreal existencia de lo sublime. Con Morante se sueña siempre, por eso a veces los ojos perciben con cierta ingenuidad imágenes que no existen en el ruedo. Se ve lo que se quiere ver. Es inevitable. Y esta tarde, quizá, un público expectante y deseoso de emocionarse con las formas del artista de La Puebla empezó a soñar y a ver nada más abrirse de capa. De todas formas, Morante toreó. Y lo hizo con el novillote, flojo y noble, corrido en segundo lugar. En un instante, su pensamiento se convirtió en gesto y empezó a desmenuzar una tauromaquia inspirada y emotiva, construyendo a mano y en pura artesanía un toreo a derecha basado en la fantasía. No terminó de acabar su obra, pero sí mostró detalles peculiares de unas formas cargadas de capacidad expresiva y cierto romanticismo nostálgico de tauromaquias añejas. Cada muletazo diestro de Morante de la Puebla supuso una nueva demostración de talento y sensibilidad. Los formidables pases por bajo, la trinchera, el molinete… ocuparon por lentitud y rítmica flexibilidad del trazo los mejores momentos de la tarde. Morante dibujó el toreo con credibilidad y elegancia. Sin prisas completó lo hecho con peculiares adornos de una belleza única. Como no cabía esperar menos de este genial torero no hubo dos pases iguales. Cada una tuvo su forma efímera e irrepetible. Después, despertamos del sueño cuando el sevillano se eternizó con los aceros, hasta tal punto que tras los dos avisos alguien pensó que el toro volvería por donde salió. Al protestado e inválido quinto, al que toreó a la verónica con entrega y pasión, lo despachó de media en los bajos tras leves intentos por agradar. Poco más de contenido tuvo la tarde de toros. Porque estos, los 'juampedros' de Parladé, se dejaron la casta en las dehesas lusitanas llegando a la Maestranza flojos, desfondados y con la empalagosa nobleza que exigen las figuras. Y así es imposible. Imposible lo tuvo Finito de Córdoba con el primero, lidiado como sobrero, que tras los dos puyazos reglamentarios se quedó parado. Juan Serrano, desconfiado y a la defensiva, logró dibujar algún que otro muletazo de bonita hechura. Al matar se fue para Córdoba hasta cuatro veces. Mejor anduvo con el soso cuarto, al que le trazó una tanda de pases diestros muy templados y largos, aunque no muy ceñidos. Lo intentó al natural sin que la faena calara por ese pitón. Algunos adornos de su firma y no más. Pinchó en tres ocasiones y utilizó el descabello. En ambos toros le silenciaron lo hecho. El toreo de Salvador Cortés no se hace posible sin el toro encastado. Con el flojo y parado, aunque de noble embestida, las formas del sevillano se convierten en vulgares. Quizás por esto el ánimo de Cortés empezó a bajar enteros cuando comprobó que su templado y largo toreo carecía de emoción ante el descastado tercero. Ni con la derecha ni con la izquierda logró subir el ánimo del sufrido espectador. Con el complicado sexto lo volvió a intentar en un largo trasteo que no llegó nunca a coger altura. El difícil calamocheo del toro de Parladé le impidió templar la embestida y correr la mano sin que los pitones puntearan la tela. De sendas estocadas finiquitó a ambos. NOTICIAS RELACIONADAS:
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VER GALERIA COMPLETA | VOLVER A TEMPORADA La soledad del torero Francisco Mateos.- No sé por qué, pero me fui hacia allí. En vez de salir disparado como todos los días para trabajar sobre la corrida del día en Sevilla Taurina, decidí cambiar el rumbo habitual y pasar por el hotel sevillano que se convierte durante esta Feria en el cuartel general del taurineo andante. La corrida de Parladé, del ganadero Juan Pedro Domecq, del que esperamos con impaciencia las dos raciones de jamón de pata negra que nos tiene preparado (según calificativo del empresario Eduardo Canorea), fue mala y aburrida. Toros descastado y parándose. Imposible atacarles de forma alguna. Me preguntaba cómo se le queda el cuerpo a los toreros tras una tarde así de complicada, sin material posible. Me bastó ver entrar en el hotel a Salvador Cortés. Quizás, y sin el quizás, el más necesitado de la terna. Morante -por cierto, no colgó el 'No hay billetes'- puede vivir de sus pinturerías mágicas, de sus fogonazos de arte, aun cuando no cuaje faena y sólo sean apuntes deslabazados de una barroca obra taurina; el resto de la faena lo pone la imaginación de la gente. Finito navega ya en otro mundo, más de allá que de acá. Su papel actual, como lujoso telonero de Morante y José Tomás, le permite aún recorrer plazas de importancia con cierto desahogo. Pero Salvador necesita cada día el triunfo. Es de esos toreros a los que siempre se le exige más que a otros. Le vuelven a cerrar puertas este año, a pesar de su Puerta del Príncipe del pasado 12 de octubre. Cosas del destino, de la injusticia del toreo. Qué le van a contar de esto a Liria, por ejemplo, que hasta en el último minuto de su aliento taurino en la Maestranza le hurtaron desde la presidencia una oreja (y que conste que no ha sido la única en los 15 años de su vida taurina). La cara de Salvador al regresar al hotel, tan sonriente y amable como suele ser, era una cara de amargor y negativismo. Parece que llevaba una losa atada a los pies. Y es que debajo de las chaquetillas destellantes y doradas existe un corazoncito que sufre cuando las ilusiones se desmoronan en forma de toros que no sirven ni para jugarse la cornada. En esos momentos no sabe nadie ni qué decirles, ni ellos qué hacer. Es la terrible soledad del torero. |
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