Medio siglo del acontecimiento

Hace 50 años, El Cordobés abrió la Puerta del Príncipe tras cortar un rabo

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La tarde histórica del rabo que cortó El Cordobés en la Maestranza en 1964, hace 50 años. (FOTOS: Arjona)
La tarde histórica del rabo que cortó El Cordobés en la Maestranza en 1964, hace 50 años. (FOTOS: Arjona)

Hace 50 años, Manuel Benítez ‘El Cordobés’ abrió la Puerta del Príncipe, tras cortar las dos orejas y el rabos. Fue el 21 de abril de 1964, a un excelente toro de Carlos Núñez, lidiado en sexto lugar. El cartel lo completaban Victoriano Valencia y el sevillano Diego Puerta. Recordamos hoy, medio siglo después, aquel hito histórico a través de la prensa.

Redacción.-

     Fue un 20 de abril, del que ahora se acaban de cumplir 50 años, medio siglo. Estaba ya anunciada la confirmación de alternativa de Manuel Benítez en Las Ventas, con ribetes de acontecimiento mundial. Como antesala tenía el compromiso de Sevilla, en este lunes de Feria, el día hoy tan celebrado del ‘pescaíto frito’. En el palco presidencial un hombre taurinamente serio, con fama de ‘currista’: el inolvidable Tomás León. ¡Qué gran presidente fue! En los corrales una corrida de Carlos Núñez. En la puerta de cuadrillas, Victoriano Valencia, Diego Puerta y El Cordobés. Y en la taquilla, el ‘No hay billetes’.

     Poco más de dos horas después, el panorama era tremendo. ‘Don Celes’, detrás de cuyo seudónimo estaba un histórico del periodismo sevillano, Celestino Fernández Ortiz, en las páginas de ‘El Ruedo’ lo tuvo claro: «Enemigos del énfasis, sabemos muy bien que no incurrimos en él al decir: corrida histórica».

     Una segunda voz, la de ‘Don Fabricio II’ -como firmaba taurinamente otro gran periodista sevillano, Manuel Olmedo- se pronunciaba en la edición hispalense de ABC en estos otros términos: «El Cordobés ha sido ayer protagonista de un feliz suceso tauromáquico, que habrá de llenar toda una página áurea en la particular historia del coso hispalense. Su valor sereno, consciente, y su personalidad única, arrolladora, han brillado con vivísimos fulgores en la tarde más completa de cuantas hemos visto al arrebatador torero; en una actuación difícilmente superable, de una enjundia como para convencer a los más furibundos detractores del espada, quien ha toreado de verdad, sin detrimento de la parte espectacular de su repertorio».

     Díaz Cañabate, que fue el que más en la lejanía anímica lo presenció, decía escuetamente en las páginas del ABC madrileño: «el delirio».

     Huelga decir que todo lo anterior se refiere a aquella tarde abrileña de la Real Maestranza en la que Manuel Benítez le cortó las dos orejas y el rabo a un gran toro de Carlos Núñez, que saltó al ruedo en sexto lugar. Lo mató por arriba, pero necesitó de un descabello posterior, lo cual no fue óbice para que en la barandilla del palco don Tomás dejara al unísono los tres pañuelos blancos. Y por la mismísima Puerta del Príncipe se llevaron los entusiastas al torero cordobés. El camino hasta Madrid quedaba más que expedito.

     Si en algo hay unanimidad entre los cronistas de la época fue en la excelencia de la corrida enviada por Carlos Núñez. Si se mira la tablilla, un aficionado moderno quedaría espantado: pesaron 476, 473, 469, 462, 460 y 489 kilos, respectivamente. Pero es que entonces, como debiera ser ahora, el peso se valoraba como un dato casi estadístico; lo importante era la casta y la bravura. Y de esa hubo mucha y buena.

     Si nos fiamos de la pluma siempre exigente de Antonio Díaz Cañabate, nada sospechoso de algún género de colaboracionismo, fue una gran corrida de toros: «Hoy, las trallas de los mulilleros jacarandosos, han sido como estrofas triunfales en loor de los bravos toros de Carlos Núñez. Corrida pareja en su bondad y casta. El único que bajó algo fue el quinto, más bien sosote, y que cuando se sacudía la sosera sacaba geniecillo. Las trallas cantaban como salvas de aleluya. ¡Aleluya por los toros bravos, que demuestran su raza, que se dejan torear, pero que oponen su temperamento, hacen patente su casta!».

     En la opinión de ‘Don Celes’, «gran papel jugó en la extraordinaria tarde de toros, el ganado de Carlos Núñez. Hermosos de estampa, bravos y nobles. (…) Acometieron a los caballos con alegría y pasaron siempre sin hacer nada feo».

     Y nada diferente fue el criterio de ‘Don Fabricio II’. «Carlos Núñez se ha apuntado un éxito relevante. Sus toros, de preciosa estampa, han acusado bravura y nobleza en grado sumo. Han tenido casta y genio bueno, han acometido a los caballos sin remolonear y con bríos –el quinto ha sido el más flojo en la pelea y también el menos cómodo para el torero– y, en fin, han colaborado poderosamente, con su docilidad y buen estilo, al éxito de los espadas».

     Celestino Fernández Ortiz narra en el inicio de su crónica una anécdota bastante representativa de lo que fue y lo que representó aquella tarde para muchos de los que la vieron. «A un gran aficionado que preside cierta Peña taurina de abolengo clasicista, le oímos esta confesión: Me ha convencido El Cordobés. Me gusta. Pero no sé cómo decirlo en la Peña…».

     Pero casi como una respuesta a estas dudas del distinguido peñista, encontramos en la crónica de Díaz Cañabate, quien no dudaba en escribir al resumir el nuevo fenómeno: «Esto pasará, como han pasado, y no hace mucho, cosas semejantes. Acordaros de El Litri y de Chamaco. Mientras tanto, enaltezco, porque es justo, su entrega a dar todo lo que tiene. La serenidad de su apostura».

     Pero con dudas y sin dudas, lo cierto es que El Cordobés se llevó la tarde de calle, que el mundo taurino tuvo una convulsión al saber que aquel terremoto de novedades heterodoxas que se anunciaba como El Cordobés había abierto la Puerta del Príncipe, con los tendidos aplaudiéndole más allá de diez minutos.

     Aunque situada en los primeros párrafos de su reseña, ‘Don Fabricio II’ comenzaba su relato casi por la conclusión final: «El Cordobés ha sido ayer protagonista de un feliz suceso tauromáquico, que habrá de llenar toda una página áurea en la particular historia del coso hispalense. Su valor sereno, consciente, y su personalidad única, arrolladora, han brillado con vivísimos fulgores en la tarde más completa de cuantas hemos visto al arrebatador torero; en una actuación difícilmente superable, de una enjundia como para convencer a los más furibundos detractores del espada, quien ha toreado de verdad, sin detrimento de la parte espectacular de su repertorio».

     Una visión que en gran medida compartía ‘Don Celes’, aunque lo explicaba con otras palabras: «A nosotros nos gustó siempre, incluso cuando parecía pecado. Por eso en nuestras crónicas de años pasados nos confesamos a medias. Había algo, decíamos, en El Cordobés. Ahora confesamos: hay todo un torero de época. Marca sencillamente ésta que tenemos y entraña, define y realiza, toda una revolución. Durante dos temporadas, El Cordobés tenía, en su contra, los trompicones continuos, la muleta arrugada, la suciedad de lo que hacía. Ahora ya domina lo que ha ‘inventado’, lo que tiene de positiva e innegable ‘innovación’, consistente fundamentalmente en haber dado un paso más en la cercanía del toro. Si Belmonte dio un paso hacia el toro, éste ha dado dos. Y resulta -cosa curiosa- que si en 1915 parecía imposible que dando un paso hacia el toro se pudiera dominar a éste y vaciarlo -lo que Belmonte consiguió, saliendo cogido todos los días de principios- y resultó que era imposible, ahora se repite lo mismo, pero con dos pasos. Lo ha hecho El Cordobés. Y esta corrida del lunes, víspera de la Feria oficial, señala el momento en que el nuevo sistema ha madurado. El Cordobés hace lo que hace. Y lo hace ya limpiamente».

     Pero ¿cómo fue realmente la actuación del torero cordobés? Según el testimonio de ‘Don Fabricio II’: «Manolo ha lanceado al tercero con soltura y estilo para nosotros desconocidos en él, echando el capote abajo y manteniendo erguida la figura. Pero esto no es más que el preludio de la gran proeza, o de las grandes proezas, pues como tales hemos de calificar las dos faenas de muleta realizadas por el de Palma del Rio. Trasteos indescriptibles, en los que toreó como quiso y cuanto quiso; en los que trabó a la perfección los pases sobre una y otra mano, por alto y por bajo, pisando un terreno inverosímil, un terreno de privilegio. Con prodigioso juego de muñeca, con admirable flexibilidad de cintura, engendraba y remataba los muletazos; varias veces llegó a ligar el natural y el de pecho sin enmendar la posición de los pies. Clavadas las plantas en la arena, erguida la figura, desarrolló a ley el toreo fundamental, y después echó mano de adjetivaciones, de mérito y vistosidad indiscutibles. Toreó con suma facilidad, dominio y aguante, lo mismo citando de largo que de cerca».

     Tampoco en esta descripción se separa en lo fundamental la visión que ‘Don Celes’ firmó en ‘El Ruedo’: «Las dos faenas fueron similares y la descripción de la una, implica la de la otra, casi. Faenas largas, larguísimas, en las que, sin embargo, no hubo nada aburrido, ni nada que sobrara. Faenas ligadísimas, de una sola pieza, en las que la cantidad y la calidad anduvieron al mismo nivel. Faenas de mando. Da mando tan perfecto, pasando el toro tan cerca, rozando al torero sin atropellarlo, que el mando casi se hace invisible, como si el toro, hipnotizado, hiciera lo que hizo, por sí, más convencido que vencido, por el diestro. Faenas, sin enmienda. El Cordobés no se enmienda cuando cambia de mano, no se enmienda de un pase a otro, no se enmienda porque el toro se pare y dude, no se enmienda nunca… Al menos en estas dos faenas. Faenas por delante y por detrás y citando de lejos, sin enmendarse, aunque el toro se frenase y dudase, incluso en el difícil escorzo de la muleta atrás».

     Ambos cronistas coinciden, por lo demás, que a El Cordobés le falta aprender a matar, apreciación que ‘Don Celes’ acompaña de una observación: «Y no lo decimos sólo porque ello es fundamental. Lo decimos porque su torpe, y casi siempre defectuosa manera de matar, impide la capitalización del éxito en el grado en que ésta tiene lugar».

     Sabiéndose de antemano la voz diferente, Díaz Cañabate consideró que debía a sus lectores una explicación previa, por lo demás muy de su estilo: «No pretendo singularizarme. No quiero aparecer como el pedante que se aparta de la opinión general. Digo mi sentir. Manifiesto mi opinión y respeto las de los demás. A mi la faena que más me emocionó fue la de Diego Puerta. Al segundo, el de más genio, el que tenía más que torear de los seis. Esto creo que es fundamental. (…) No es lo mismo dominar al toro con genio que aprovechar lo boyante de otro. A mayor dificultad, mayor mérito. Esto creo que es evidente».

     Pero sentada su observación, que por demás está llena de buen criterio taurino, don Antonio resulta muy descriptivo en su crónica, en la que escribe: «La faena de El Cordobés al tercero fue muy espectacular. El Cordobés sabe dónde le aprieta el zapato a su. incondicional púbico. ¡Menudo zapatero es El Cordobés! Hace bien. El público paga precisamente para verle hacer eso y buen tonto sería si pretendiera llevarle la contraria. No. No se la lleva. Y en el sexto la armó. La faena tuvo sus alternativas. Tan pronto toreaba como se acordaba donde le aprieta el zapato a su incondicional y sugestionado público. Cuando toreó, toreó bien, sobre todo en los pases iniciales con la derecha, largos, con mando, con buen aire, con ese aire tan personal, que es uno de los secretos de su toreo. Se coloca en un terreno que impresiona al púbico y allí se está quieto, lo cual es muy meritorio, y allí juega la muñeca y el brazo con enorme soltura, sobre todo en la liga de un natural con el de pecho, que para mi gusto es lo mejor que hace. Esto es francamente bueno. Esto se lo halago. ¡Ojalá pudiera alabarle lo demás! Pero lo demás es el pivote, el eje giratorio de su fama. ¡Qué le vamos a hacer!».

     La tarde de este 20 de abril pasó a la historia con la Puerta del Príncipe de El Cordobés como emblema. Pero hubo más. Sobre todo, la ya cantada faena de Diego Puerta con el que hizo segundo. «Valor sin aspavientos teatrales -escribió Cañabate-. Valor hondo y seguro que se entrega conscientemente al peligro. Que no sólo no lo rehúye, sino que lo busca. Pero sólo con valor jamás se ha podido sostener un torero. Al valor hay que añadirle el arte y la técnica, porque una cosa es soslayar el peligro y otra entregarse a él como un suicida a la muerte. Diego Puerta sabe torear y torea, ¡y cómo torea!, con absoluto desprecio del riesgo. Emociona como me emocionó en la faena del segundo».

     No fueron estas líneas fruto de la admiración fue Cañabate tenía por el de San Bernardo. Sus colegas también lo refrendaron. Es el caso de ‘Don Celes’, cuando escribe: «Diego Puerta tuvo una brillantísima actuación en esta corrida. Se prodigó con el capote en lances espléndidos, a pies juntos y a compás abierto. En su primero, después, de un pase por alto, de gran empaque y de citar de lejos, cuajó una serie de redondos y de naturales de gran autenticidad aguantando mucho. El toro le hizo un extraño, cogiéndole aparatosamente; pero el torero volvió a la porfía. No tuvo suerte a la hora de la verdad y perdió la oreja, a pesar de que muchos espectadores la pidieron, dando dos vueltas al anillo. Su segundo era distraído y probón, esforzándose el diestro por hacerle pasar, logrando una faena muy meritoria. Lo despachó con media estocada, tirándose bien y rematando de certero descabello. Esta vez la oreja fue lucrada. Hay que aclarar que Diego topó con el lote menos bueno. Y decimos menos bueno, por que la bondad de la corrida fue total».

     Sobre Victoriano Valencia, que encabezaba el cartel, hay unanimidad a la hora de alabar la limpieza de sus formas al realizar las suertes, pero también del exceso de frialdad con las que las ejecutó en esta ocasión.


*Publicado en la web taurologia.com

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