Ahí quedó eso
Morón – Corrida de toros, Sábado 15 de Marzo de 2008
Jose María Manzanares y Cayetano abren la puerta grande de la plaza de toros de Morón tras cortas dos orejas cada uno. Manuel Jesús «El Cid», que ha realizado lo más emotivo de la tarde con el bravo aunque flojo cuarto toro de Juan Pedro Domecq, sólo paseó un trofeo al fallar con la espada.
Manuel Viera.- Los triunfos de El Cid se suceden sin pausa en estos inicios de temporada. Ahí está, sin ir más lejos, las apoteósicas tardes de los últimos días, donde el valor y la verdad de su toreo constituyen creciente y significativamente una poderosa escalada más a la élite del toreo. Hoy, la selección de naturales en las escasas series con la izquierda al buen, aunque flojo, toro de Juan Pedro corrido en cuarto lugar, fue sólo una muestra de sus formas más auténticas. La faena, técnicamente correcta y muy bien ejecutada, tuvo hondura y belleza, en la que destacó de nuevo el pulseado ritmo del pase, tanto a derecha como a izquierda, y ese incandescente virtuosismo que caracteriza a este torero. Fue una lástima que la notable calidad del 'juampedro' fuera restada por la falta de fuerza. De todas formas supo el espléndido Cid -que tiene un olfato infalible para ver los toros y sacarles el menor atisbo de bravura oculta- engancharlo por delante y -aquí está el 'quid' de la cuestión- llevarlo largo con extrema templanza para ligar después los soberbios muletazos con extraordinarios pases de pechos. Ahí quedó eso. No entró esta vez la espada y todo quedó en solitaria oreja. Con el molesto primero, el peor de la terciada aunque buena corrida de Juan Pedro Domecq, anduvo con enorme voluntad por sacar algún que otro muletazo emotivo, pero no tuvo opción ante la escasa calidad del toro. Tras pinchar y utilizar el descabello en tres ocasiones fue silenciado. Manzanares es torero convencido y convincente de unas formas prodigiosas que demuestran una extraordinaria calidad. Su toreo es intenso, inspirado en la estética de lo auténtico, pero sobre todo cargado de expresividad y grandeza. La faena de Manzanares al segundo, noble y bravo, comunicó conocimiento, sensibilidad y delicadeza, además de un formidable poderío con la muleta en la zurda. Incluso el muletazo, tan a menudo desajustado, fue gobernado hacia adentro en un círculo que gira muy despacio para hilvanar con el soberbio pase de pecho. También el toreo diestro alcanzó momentos de emotividad, sobre todo un cambio de mano abrochado con el obligado de pecho que no dejó indiferente a nadie. Tras estocada y pinchazo paseó una oreja. Lo que le hizo Manzanares con capote y muleta al quinto estuvo por encima de las condiciones del flojo toro de Juan Pedro. Sobresalió la voluntad del torero ante la falta de calidad de unas embestidas que se quedaban a medio camino. El pinchazo que precedió a la estocada no fue obstáculo para conseguir la oreja. A la clara habilidad de Cayetano para emocionar a sus gentes con un solo muletazo se le une el agradable empaque en el trazo en línea de sus formas clásicas. Otra cosa es la inconstancia del muletazo, que tiene el inconveniente de la escasa continuidad y falta de ajuste. Entre torero y toro cabe otro toro. Y esta manera de torear le resta emoción a las faenas. Cayetano no se embragueta. No lo hizo con el chico, noble y bravo tercero, con el que estuvo frío y distante con la zurda en los inicios, y más centrado y templado con la diestra, con la que consiguió los mejores momentos del desigual trasteo. Lo mejor, la estocada. Por sí sola valió una de las dos excesivas orejas concedidas. En ell sexto, de buenas y encastadas embestidas, con excepción de algún que otro notable muletazo diestro -con la izquierda volvió a tirar para afuera-, la faena no tuvo demasiada importancia. Pinchó por partida doble antes de enterrar la espada y todo quedó en cariñosas palmas de despedida.
|
||||||