CRUZANDO EL PUENTE

Hasta luego, Curro

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Curro Puya junto a José Manuel López, autor del artículo.
Curro Puya junto a José Manuel López, autor del artículo.

«…¡Cuántos recuerdos vienen a mi memoria de los días de vacaciones pasados juntos y cuántos comentarios y consultas taurinas realizadas, contestando siempre con una sabiduría infalible! O en mis paseos por el Parque del Alamillo deteniéndome en la Escuela Taurina de Sevilla de la que era profesor en compañía de otro gran torero como es Tito de San Bernardo…»

José Manuel López.-

Se me ha ido un gran amigo, como si fuese un hermano. Las charlas diarias en la Ronda de Triana, en su barrio, en el barrio que nos vio nacer. Esta vez el toro negro de la muerte le dio una cornada de la cual pudo reponerse.

¡Cuántos recuerdos vienen a mi memoria de los días de vacaciones pasados juntos y cuántos comentarios y consultas taurinas realizadas, contestando siempre con una sabiduría infalible! «Curro, ¿José María Manzanares es mejor que el padre?? ¡No! ¡Son distintos, ¡los dos son muy buenos!». O en mis paseos por el Parque del Alamillo deteniéndome en la Escuela Taurina de Sevilla de la que era profesor en compañía de otro gran torero como es Tito de San Bernardo, enseñándome ambos a los niños y augurándome quiénes iban a ser figuras del toreo, y llevaban razón; un ejemplo es Lama de Góngora.

Ahora sí puedo escribir; ya me lo he creido. Enterado de la noticia de la enfermedad que padecía quedé vacío, pensativo, no acertaba a reaccionar, y ya me creo que no lo veré mas con sus andares toreros y el beso de rigor que me daba diariamente. Siempre he dicho que para ser un gran artista, de cualquier profesión, hay que ser gran persona, esto es lo que ocurría con mi gran amigo Curro Puya, daba gloria estar a su lado.

«¡Hasta luego Curro!»; fue lo ultimo que le dije cuando le llamé por teléfono para saber de su salud. Estábamos viendo por la tele la corrida pinzoniana de Palos de la Frontera, y ya no pude hablar más con él. Cuando me desplacé a la clínica donde estaba ingresado, no pude remediar que se me saltaran las lagrimas cuando lo vi inconsciente. Le toqué sus manos aún ardientes y palpitantes, y me dí cuenta que me estaba quedando sin mi amigo Curro.

Lo tendré siempre en el recuerdo y en mi corazón.

Te ha cogido un toro
negro, negro como el carbón.
No te ha roto la femoral
y sí te ha llevado al cielo
junto, juntito al Redentor.

¡Enséñale a torear, Curro!
Como tú lo sabes hacer,
con tu verónica magistral,
con el arte de tu toreo
y el de tu tío, que contigo está.


*Publicado en josemanuellopez.blogia.com


 

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