«… la pericia y la profesionalidad de los médicos obraron el imposible y sacaron para delante al torero, que aún tendrá que afrontar un duro proceso de rehabilitación para normalizar la circulación de pierna herida. El percance ha llegado en el tramo final de una temporada feliz que le había visto reencontrarse con el gran circuito del toreo….»
Álvaro Rodríguez del Moral.-
Morante de la Puebla, la leyenda del tiempo. Morante ha pasado la raya del bien y el mal y batalla más allá de su propio tiempo. El diestro de La Puebla ya es una leyenda viva, uno de los toreros de nuestra vida que -como otros mitos de luces- será venerado y estudiado en los libros por las futuras generaciones de aficionados que nunca le vieron torear. Salía de una fea cornada pero logró amarrar en Ronda el pasado, el presente y el futuro del toreo en una antología personal en la que sí fallaron los toros. No importó; está en la historia.
Viaje a las riberas del Guadalevín. Ronda volvió a convertirse en la Meca de los nómadas del toreo: el inmenso Tajo que parte en dos la serranía enmarcaba de nuevo la peregrinación de los fieles de esta extraña religión que atrapa la voluntad. Y aunque Ronda siempre merece el viaje, la reaparición de Morante había dotado al evento de una relevancia olvidada. La Goyesca se había difuminado algunos años en las candilejas del escaparate social mientras su añeja importancia taurina se eclipsaba con demasiados nombres y personajes ajenos al auténtico drama del ruedo. La edición del año 2012 pudo ser un punto de inflexión pero la retirada de los hermanos Rivera Ordóñez también ha abierto un tiempo nuevo y ha obligado a Francisco, empresario de la Maestranza rondeña, a echar toda la carne en el asador. El objetivo no ha sido otro que reivindicar la Goyesca como acontecimiento taurino. Ése ha sido el gran mérito del último Paquirri, responsabilizado en su papel de guardián de un secreto heredado. El resto es sabido.
La definitiva verdad del toreo. Pudo morir desangrado en la carretera, camino del hospital de Móstoles al que había sido enviado desde la placita de Sotillo de la Adrada en pleno Valle del Terror, ese particular triángulo de las Bermudas taurino regado por el río Tietar que comparten las provincias de Ávila, Madrid y Toledo. El pitón del toro de Flor de Jara no había hecho carne en el ruedo pero el tremendo golpe contra las tablas a la salida del quiebro había roto la arteria ilíaca convirtiendo el vientre de Manuel Escribano en una bota de sangre. El matador de Gerena entró en el hospital de Móstoles en estado casi agónico. La pericia y la profesionalidad de los médicos, también la mano de la Virgen de la Encarnación, obraron el imposible y sacaron para delante al torero, que aún tendrá que afrontar un duro proceso de rehabilitación para normalizar la circulación de pierna herida. El percance ha llegado en el tramo final de una temporada feliz que le había visto reencontrarse consigo mismo y con el gran circuito del toreo. El afán de superación que le hizo triunfar con aquellos miuras de abril será el mismo que le empuje a vestir muy pronto el traje de luces. La familia taurina de Sevilla está sobrecogida; y mucho. Fuerza y ánimo.
*Álvaro Rodríguez del Moral es periodista sevillano. / Publicado en El Correo de Andalucía.