«…Sevilla ha hecho de su espacio taurino un simposio de frivolidad y floreo. Con todo el ‘pret a porter’ de niñatos de pantalón rojo y chaquetita a cuadros con pañuelo floreado, flequillo remolón y pulsera con la banderita. Toda esa muchachada de nenes desocupados a quienes papá les paga la entrada para ir a sacar a hombros a Josemari…»
Francisco Callejo.-
A Josemari la vida le sonríe. Se ha dedicado a seguir con el tenderete que montara papá allá por los setenta haciendo, eso sí, algunos cambios. Modernizándolo, o sea. Haciéndose una web, dando de alta una cuenta en twitter, montando un negocio con Sergio Ramos y asistiendo a saraos de toda laya donde tiende a lucir trajes una talla por debajo de la que le corresponde con objeto de que se le ensoberbezcan y amotinen los abdominales.
Josemari es un chico modélico, deportista, social, solidario, sensible y trabajador. Un muchacho preocupado por el futuro de la Fiesta, como sus compañeros Julián y Alejandro, quienes en sana, comunal y alegre camaradería persiguen el plausible logro de inocular la afición a una juventud díscola y difusa, desorientada y contraventora, irreflexiva y aturdida.
Uno se pregunta si estos muchachos estarán al corriente de cuanto acontece en la rueca social sobre la que ellos flotan. Si se enterarán que habitan un país convulso y agitado en el que otros muchos hombres vuelven a casa con una obstinada negativa como respuesta a su futuro, con un portazo en la frente de su ya exánime y enteca entereza y un dolor que no se acierta a saber paliar por cuanto no alcanza al cuerpo y, sin embargo, lo debilita. Uno los ve, sonrosados y prósperos, ufanos y venturosos, dichosos y complacidos y termina por pensar que, evidentemente, no se enteran de nada.
Convendría salieran de su cápsula aislante y precintada y se asomaran a la calle. Al día a día de una sociedad que, por supuesto, vive de espaldas al negociado en que ellos retozan y triunfan. Una sociedad a la que los toros no sólo le traen al fresco, sino que comienza a verlos como el frívolo y banal capricho de una determinada clase social arcaizante, rancia y reaccionaria.
Y Sevilla. Sevilla ha hecho de su espacio taurino un simposio de frivolidad y floreo, de artificiosidad y afeite, de atildamiento y ornato. Una puesta en escena con todo el petardeo de que tan capaz es esa Sevilla de tapa y gomina. Con todo el ‘pret a porter’ de niñatos de pantalón rojo y chaquetita a cuadros con pañuelo floreado, flequillo remolón y pulsera con la banderita.
Toda esa muchachada de nenes desocupados a quienes papá les paga la entrada para ir a sacar a hombros a Josemari. Lo natural, pues, de salidas por la Puerta del Príncipe como esa, es que al torero no lo crucen por el puente de Triana hasta el Altozano desde el que Sevilla pena su lánguida y adormecida afición, sino que lo lleven al VIPS de República Argentina a comer tortitas con nata.
*Extracto del artículo de opinión publicado en la web lacharpadelazabache.com
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