En el 50º aniversario de su muerte

El último toro de Juan Belmonte

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1912
El diestro sevillano Juan Belmonte.
El diestro sevillano Juan Belmonte.

«…Todos los días lo veía pasar por debajo de mi balcón, en la calle Bayona. Iba camino de su tertulia con El Gallo en ‘Los Corales’. Caminaba echado hacia adelante, que parecía su prognata barbilla a lo Fernando VII como el mascarón de proa de las zancadas de aquel galeón legendario del toreo…»

Antonio Burgos.-

     En la vieja Contaduría de la plaza de Sevilla que la empresa Pagés tenía en la calle Zaragoza estaba colgada una legendaria fotografía enmarcada. Digo legendaria porque no sé si era historia o leyenda lo que de ella me contaba mi maestro en sevillanía Carlos Morillas, empleado de aquellas taquillas de Pepe Bermejo. Cuando iba a perdirle una entrada de oficio sin asiento para ver a un novillero de Camas que estaba empezando y que se llamaba Curro Romero y yo me quedaba mirando aquella fotografía, en la que aparecía un novillerete arrodillado ante la cara del toro, cogiéndolo por los pitones, con un banderillero al lado quiriéndolo quitar, me decía Morillas:

-Este es Juan Belmonte cuando debutó en Sevilla sin caballos, que toreó con Bombita IV y Pilín el de la Venta. Pegó el mitin, y le echaron el toro al corral. Y cuando sonó el tercer aviso se puso así delante del toro, diciéndole: «¡Mátame, mátame!». Y el banderillero que lo intenta quitar es Calderón el de Alcalá, el que lo hizo torero.

     «¡Mátame, mátame…!» Hubo un hombre enviado por el Dios del Toreo cuyo nombre era Juan. Al que siempre rondó la muerte, hasta que acabó reuniéndose con ella en la soledad de Gómez Cardeña, hace medio siglo, una tarde de abril en la que los vencejos bajarían a torear en la placita de tientas como si fuera la del Arenal. Juan supo siempre que le quedaba el toro más difícil de su vida: el toro de la muerte. De ahí que con su elegante tartajeo oxoniense le contestara a Valle Inclán, cuando le dijo que lo único que le faltaba a su mitología era que lo matara un toro en la plaza: «Se hará lo que se pue…pue…puea».

     Y por eso una tarde que venía desde Coria con don Luis Bollaín, al pasar en Gelves por delante del monumento a Joselito le confesó: «José me ganó la partía en Talavera». Juan siempre estaba batallando esa partida, como un ajedrez, con la muerte. Cuando Calderón el de Alcalá lo acababa de quitar de la cara del toro y ya había salido a hombros en Sevilla en la novillada del Duque de Tovar que organizó a beneficio de Larita la torera Hermandad de San Bernardo, decían: «Date prisa para ver a Belmonte antes que lo mate un toro».

     Yo me di prisa, y pude ver a Belmonte antes que lo matara un toro, el toro de la vida, hace justamente cincuenta años, en la Utrera cuna de los tres encastes originarios. Belmonte vivía en el Cristina. Todos los días lo veía pasar por debajo de mi balcón, en la calle Bayona. Iba camino de su tertulia con El Gallo en ‘Los Corales’. Caminaba echado hacia adelante, que parecía su prognata barbilla a lo Fernando VII como el mascarón de proa de las zancadas de aquel galeón legendario del toreo. Con las manos atrás. Siempre tapándose con el sombrero de alas gachas, para que no lo reconociera nadie ni tener que saludar, mascotita de verde fieltro en el invierno, jipijapa panameño por el verano. Mi padre, aunque siempre fue gallista, me decía reverencialmente al verlo pasar:

-Mira, Antoñito, ése que va ahí es Juan Belmonte…

Y un día del Domund que don Juan Belmonte venía de su casa y pasaba por el Coliseo España, hasta me echó una monedita de dos reales, de las del agujerito enmedio, en mi hucha de los jesuitas en forma de cabeza de chinito. Yo me dì prisa y pude ver a Belmonte antes que lo matara su último toro: el toro de la vida. Aquel tiro que sonó en Gómez Cardeña e hizo levantar el vuelo a las palomas torcaces que zureaban sobre un zaquizamì del cortijo. A Juan Belmonte nadie lo vio arrastrar los pies por la calle Sierpes.


*Antonio Burgos es escritor y periodista sevillano. / Publicado en ABC-Sevilla.

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