«…Belmonte. Aquel del que el Guerra dijese en su tertulia cordobesa el famoso apotegma: «Darse prisa, darse prisa si queréis verlo». ¡Qué equivocado estaba! Capaz de cambiar los parámetros de una Fiesta que se sustentaba sobre las piernas y con su llegada tornó a la levedad de las muñecas y las palmas…»
Antonio Girol.-
Cincuenta años ya. Cincuenta años de que aquel torito tan pequeño, de capa esmaltada, se llevara por delante al más romántico de los espadas.
Belmonte. Aquel del que el Guerra dijese en su tertulia cordobesa el famoso apotegma: «Darse prisa, darse prisa si queréis verlo». ¡Qué equivocado estaba!
Belmonte, torero por la gracia de Dios. Capaz de cambiar los parámetros de una Fiesta que se sustentaba sobre las piernas y con su llegada tornó a la levedad de las muñecas y las palmas.
Cincuenta años sin su mentón afilado tras los cristales de ‘Los Corales’ en la calle Sierpes, antaño morada de toreros, hoy de franquicias sin más solera que la que aportan sus señas en las tarjetas de visita.
Ya no quedan toreros como Belmonte. Ya no quedan toreros que ganen a la intelectualidad para la causa. Ya no quedan toreros que planten cara al Niño Vega en Tablada sin más defensa que una gorrilla tapando sus partes pudendas… Su mirada, y su palabra.
En cambio, ahora sólo hay besos y arrumacos, y palabras melifluas incluso para aquellos que escupen en la cara de los que se jactan de defender a la Fiesta y no son capaces de defenderse ni ellos mismos ante las mil y una patrañas.
¡Ay, ese Belmonte que en el camino de San Juan hacia Tablada tuvo los santos reaños de apartar de un manotazo la pistola con la que el dueño de la barcaza le apuntaba! Demostrando que tanto en la lidia de animales como en la de hombres, lo primero es parar. Y el que sabe parar, domina, y manda.
¡Qué huérfanos nos dejó Belmonte tanto dentro como fuera de la plaza!
Cincuenta años ya, de que aquella pequeña bala nos dejase para siempre sin su parquedad de palabras. Sin sus sentencias desde siempre recordadas y cada día más añoradas.
¡Ay, Juanito!, si vieras la que hay por aquí montada. En tu Sevilla con la afición estafada. En Madrid, engañada. Y por estos lares, cada día más desilusionada.
¡Ay Belmonte de mi alma!, solo nos queda el recuerdo de tus noches en Tablada, que tan sabiamente nos dejó Chaves Nogales en tu biografía novelada. Lo demás, más de lo mismo; en resumidas cuentas, nada.
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