En el 50º aniversario de su muerte

Belmonte, todo un símbolo

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«…este mito en las plazas y en la vida, de una enorme calidad humana, inteligente, sencillo y sincero, que no conocía la envidia ni la maldad, de leve sonrisa e inesperada ironía, que quería morir ante las astas de un toro, de inmenso valor delante del cornúpeta, se acobardó ante el enigma que le planteó la vida…»

Manuel Viera.-

     Sin duda, fue un genio. Todo un símbolo de la Tauromaquia. Y por supuesto un revolucionario. Juan cambió el rumbo del toreo contemporáneo. Hizo predominar la estética sobre el dominio de la fiera, convirtiendo en arte lo que era un simple engaño con la ayuda de una tela. La transformación consistió en torear sobre los brazos y no sobre los pies, dejar quieta la pierna contraria e imponer el temple para llevar imantada a la franela la embestida. Ese temple que definió Pepe Luis como «algo que se fragua en el corazón y se nace con él». Fue el primero que no se quitó. Se quedó en el sitio y todo lo dejó a expensas de los brazos. Nació el arte en el toreo.

     Lo dijo Corrochano: «Belmonte no es un torero, es un símbolo, y como tal no se le puede definir ni se le puede catalogar. Belmonte no tiene más patrón que Belmonte». Pues este mito en las plazas y en la vida, de una enorme calidad humana, inteligente, sencillo y sincero, que no conocía la envidia ni la maldad, de leve sonrisa e inesperada ironía, que quería morir ante las astas de un toro -gloria que le fue negada ganándole la partida su admirado José- de inmenso valor delante del cornúpeta, se acobardó ante el enigma que le planteó la vida.

     Recuerdo que le ví una sola vez en el sevillano bar de ‘Los Corales’. «Ese es Belmonte», me dijo mi padre. Y allí estaba con sombrero calado, chaqueta blanca y moña de jazmines en la solapa. Una primavera después, cuando los internos de los Salesianos de La Trinidad escuchábamos a escondidas, metidos en las camas de los inmensos dormitorios, la artesanal y prohibida ‘radio galena’, oí la noticia de su muerte. En los utreranos pagos de ‘Gómez Cardeña’, tras acosar becerras junto a su conocedor, en la anochecida, cansado y sudoroso llegó al caserío, se quitó los zahones y la chaquetilla, se dejó las calzonas y los botos, se puso su bata de casa, se sentó en el sofá ante el gran retrato que le pintó Zuloaga, y en la soledad del salón, presenciando la plaza de tienta, sin bulla, sin público ni clamores de triunfo, acabó su existencia. Hace cincuenta años.


*Manuel Viera es redactor y responsable de las crónicas de Sevilla Taurina, así como colaborador taurino de Punto Radio en Sevilla y Utrera. (manuelviera.com).


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