Juan Ortega detuvo el tiempo

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Bello e intenso muletazo de Juan Ortega.

La cumbre de la última tarde del ciclo de San Miguel, en la despedida del rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza del coso sevillano, estuvo en el excelso toreo a la verónica que brindó Juan Ortega. Una oreja fue el balance del caballero rejoneador, que ha escrito momentos de gloria en el ruedo hispalense. Juan Ortega fue ovacionado, y silenciado Pablo Aguado.


 SEVILLA / Corrida de toros mixta 

TOROS: Se han lidiado dos toros de la ganadería de El Capea para rejones, nobles. Y cuatro de Hermanos García Jiménez, para lidia a pie, desiguales de presentación, nobles, mansos y de escaso fondo. Noble y manso el segundo; parado el tercero; manso y rajado el quinto; sin fuerza el sexto. .
ACTUANTES: –El rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza, silencio y una oreja.
Juan Ortega (de tabaco y oro), saludos y saludos.
Pablo Aguado, que sustituía a Morante (de celeste y azabache), silencio y silencio.
CUADRILLAS: Saludaron en banderillas Juan Sierra y Sánchez Araujo.
INCIDENCIAS: Lleno de ‘No hay billetes’. Hermoso de Mendoza se despedía de la Maestranza.


Manuel Viera.-

     De su mágicas muñecas brotaron los momentos más bellos de la tarde en la que se despedía a un maestro del toreo a caballo. Momentos que definieron la verónica. Inteligentemente trazada a compás para parar el tiempo. El ‘Tiempo’, esa entidad absoluta que transcurre a distintas velocidades y depende de quien lo mide, de quien lo consume y lo emplee, de quien lo alarga o lo para. Lo paró Juan Ortega, un excelente intérprete del toreo de capote.

     Hacía mucho tiempo que no había visto torear tan despacio. Quintaesencia de ese mundo de magia en el cual el torero sueña antes de hacerse realidad. Lo he visto y aún no me lo creo. En el toreo existe el denominado concepto clásico para referirse a esa forma de hacerlo y decirlo cuya manifestación es tan poderosa que no le hace falta más integrantes que la naturalidad que conlleva a la pureza. Media docena de interminables lances a la verónica, una media ‘pepeluisista’, o un simple galleo por chicuelinas pintureras, bastaron para sostener toda una obra de arte. Porque el prólogo con el capote de Juan Ortega al segundo toro, noble, aunque rajado, sostuvo la contundencia artística de la tauromaquia del sevillano.

     Tan lejano de las líneas habituales, Juan Ortega, es uno de los escasísimos toreros capaces de generar la emoción tras la excelencia de un solo e interminable lance a compás. En cualquier caso, el capote de Ortega voló alto y provocó la emoción en los tendidos. Y lo hizo sin prisas, con una lentitud inverosímil. La propia de las cosas buenas.

     Con la intención de seguir generando arte, el torero trianero brindó a Pablo Hermoso su faena. Muy poquito, casi nada, la pudo degustar el caballero porque después de algún que otro muletazo templado y ligado el toro se paró y buscó las tablas como alma en pena. Con media estocada lo finiquitó.

     El quinto fue un manso buscando tablas que no le duró un suspiro. Dibujó la verónica y una serie al natural, acabado el trazo detrás de la cadera, que supo a gloria. No hubo más. De un espadazo lo mando al desolladero.

     Con un repertorio de notables verónicas encaró la lidia Pablo Aguado al tercero de la familia Matilla, un toro que, tras la suerte de varas, se paró irremediablemente. Brindis de Pablo a Pablo y poco que contar de una lidia que transcurrió con sólo una serie con la derecha con esa forma diferencial del sevillano de hacer el toreo con su acostumbrada naturalidad. No hubo más que un feo espadazo con el que lo liquidó.

     El sexto tampoco le valió. Un toro de manifiesta escasez de fuerza, muy protestado, que terminó embistiendo con brusquedad. Dibujó el muletazo diestro recreándolo con elegancia, pero sin continuidad. Hubo intentos de toreo al natural sin conseguir el lucimiento deseado. El toro no quiso más y Pablo lo finiquitó de media estocada.

     Es verdad que el toreo a caballo alcanzó con Pablo Hermoso de Mendoza cotas altísimas. Hacer más que ha hecho el caballero navarro en su larga trayectoria parece imposible. Con nuevo estilo y la perfecta doma hizo que el rejoneo ganara credibilidad. Hoy se ha despedido del toreo, que ha sido su vida en la Maestranza. Y lo ha hecho ofreciendo toda una muestra de sabiduría en la monta, en los terrenos que pisa y, sobre todo, talento y verdad.

     Al primer toro de El Capea le ha hecho una lidia exquisita. Un toreo a caballo excepcional y emocionante. Con ‘Berlín’ lució en la monta cabalgando a dos pistas y quebrando por los adentros. Clavó banderillas al estribo de forma emotiva, para terminar con las cortas montando a ‘Generoso’. Pero los aceros dijeron no entrar cuando el toro era un animal inmóvil. Un sinfín de pinchazos malogró lo hecho.

     Con el cuarto pudo mostrar su auténtica lidia. Banderilleó con ‘Nairobi’ de forma excepcional, llevando el toro imantado a la cola del caballo que galopaba con quiebros a uno y otro lado. Finalizó con piruetas inverosímiles en la cara del toro. Clavó de forma desigual banderillas cortas por los adentros y mató de pinchazo y rejón en lo alto. Una oreja hacia honor a su excelente trayectoria finalizada hoy con emotividad ante su mujer e hijos, y aficionados venidos de fuera de España. Besando el albero dijo adiós a Sevilla y al rejoneo.


 AL NATURAL 

El rejoneador que le susurraba a Sevilla

Francisco Mateos.-

     Acabó el tridente taurino del ciclo de San Miguel. En el recuerdo de la postrera tarde queda la despedida del protagonista de la transición al rejoneo moderno. Pablo Hermoso de Mendoza ha escrito actuaciones gloriosas sobre el ruedo sevillano, de una altísima calidad, además de ser el que atrajo a una masa de aficionados, reticentes al toreo a caballo -y me incluyo-, a saber entender y valorar el rejoneo. De él han partido grandes discípulos posteriores; incluso su propio hijo Guillermo, que hereda en primera mano un legado valioso de conocimientos del caballo y del toro. Sevilla se lo ha reconocido y Pablo ha dejado esta tarde muestras sobradas de ese compendio de toreo a caballo.

     La tarde ha sido ese homenaje mutuo entre Hermoso de Mendoza y Sevilla, y el toreo de capote de esos dos valores del toreo sevillano a los que esta ciudad sabe esperar. Ortega y Aguado, Aguado y Ortega. No cabe mejor forma de torear con el capote -con permiso del diestro de La Puebla-; la calidad, templanza y verdad en el toreo de capa de los dos sevillanos no admite dudas. Pero ahí se quedó todo, salvo algunos muletazos sueltos de ambos con intensidad, porque los toros de la casa Matilla, mansos y demasiado escasos de fondo, torpedearon el brillo taurino.

     A falta del clarinazo final que pondrá el festival del 12 de octubre de la Hermandad de Los Gitanos y en homenaje al Faraón de Camas, la temporada está en el arrastre. Queda la incertidumbre del largo invierno con el tema de televisión a debate. Por una parte, los toros no deben desaparecer del medio televisivo. Por otra parte, a plazas como Sevilla le podría venir estéticamente bien la ausencia de cámaras porque más de uno y dos deberán rascarse el bolsillo e ir a los toros algunos días al no poder recurrir a verlo en casa o en el bar por la tele. Ver la plaza más veces llena siempre es bonito, aunque me parece que ese remanente de aficionados abocados irremediablemente a pasar por las taquillas maestrantes no le va a compensar al empresario la salida de los billetes televisivos. Incluso, queda la duda de si al no tener el parte de la televisión, las entradas de un empresario sin miramientos en este aspecto se encarecerán un poco más. Mucho que valorar en el largo invierno.


 GALERÍA GRÁFICA (Pagés) 

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