Álvaro Lorenzo y Ginés Marín han cortado una oreja de sus respectivos toros en tarde de intensa lluvia. Orejas de poco relieve y exigencias. El sevillano Daniel Luque, tras la Puerta del Príncipe de su primera tarde, fue ovacionado. Los toros de Juan Pedro Domecq volvieron a defraudar. Sólo media plaza.
SEVILLA / Corrida de toros
TOROS: Se han lidiado toros de la ganadería de Juan Pedro Domecq; el quinto y sexto lucieron el hierro de Parladé. Aceptables de presentación, nobles y sin fuerzas. Noble y sin motor el primero; complicado sin fondo el segundo; malo a secas el tercero; parado el cuarto; noble con aceptable pitón derecho el quinto; de complicada embestida y a menos el sexto.
ESPADAS: –Daniel Luque (de blanco y oro), saludos y saludos tras petición.
–Álvaro Lorenzo (de azul y oro), silencio tras aviso y oreja.
–Ginés Marín (de nazareno y oro), silencio y oreja.
INCIDENCIAS: Media de entrada en tarde de lluvia.
Manuel Viera.-
El toro de Juan Pedro Domecq sigue perdiendo fuelle. La bravura parece desintegrada, desaparecida de ‘Lo Álvaro’. Desconcertante situación con la que el campo bravo desanda el camino para llegar al desencanto del aficionado superado por los acontecimientos. De nuevo ha vuelto a defraudar con un encierro al límite que ni se picó, ni resistió una lidia empeorada por el resbaladizo piso de la plaza debido a la lluvia caída.
Nefasto comportamiento de unos toros sin vida que no aguantaban ni siquiera los primeros tercios. Sólo los dos últimos lidiados, marcados con el hierro de Parladé, mostraron su pizca de fondo, bien aprovechada por Álvaro Lorenzo y Ginés Marín quienes, con actitud y seguridad encomiable, fueron capaces de arrancarles uno de sus apéndices respectivos con la benevolencia de un público sin demasiadas exigencias.
Es esta una historia tan vieja que empieza a teñirse de un gris incierto y el negro de la desesperación, aunque sigan buscando la inspiración en esa empalagosa nobleza con la que se ha eliminado la raza y la emoción. Ingredientes que, lejos de permitir el auténtico triunfo, lo amordaza en una simple colección de pases de belleza desapasionada y futuro incierto que, además, evidencia que el apasionamiento en la lidia puede acabar sesteando en los laureles.
Quizá por esto el público festero premia la actitud del torero con orejas que no definen el verdadero triunfo. Pese al encomiable talante que mostró Luque, y las ganas de Lorenzo y Marín con los toros que le tocaron lidiar.
Lo fácil hubiese sido acomodarse en el recuerdo del reciente éxito en esta plaza, pero Daniel Luque quiso algo más. Quiso trascender las estrecheces de su toreo y lanzarse a una carrera de fondo en la que cada tarde parece obtener un nuevo objetivo. En esta ocasión, lo buscó con ese lenguaje infalible para mantener a raya la emoción con unos toros que no la transmitían. Para confirmar logros anteriores les puso ritmo y temple a los majestuosos lances a la verónica al primer ‘juampedro’ de la tarde, un toro noble, sin humillar y con las fuerzas justas. Lo toreó a derecha e izquierda con encomiable firmeza y acortó las distancias acariciándole lo pitones con los muslos en un afán de jugársela a cambio de nada. Lo mismo le hizo al parado cuarto con seguridad pasmosa. Se arrimó como nadie, y a los dos los mató de perfectas estocadas. La Feria que ha echado el diestro de Gerena es para descubrirse.
Muy poco positivo le pudo sacar a la complicada embestida del flojo segundo Álvaro Lorenzo. Incluso le bajó la mano a modo de poder templar una acometida cansina y descompuesta. Algún que otro natural y poco más. Sin embargo, al quinto de Parladé, que se dejó la punta del cuerno izquierdo y toda la vaina en el burladero, un toro de fija nobleza y mayor recorrido por el pitón derecho, le realizó faena diestra con algunos momentos de interés. Faena que vino a menos con la izquierda sin que después volviese a coger altura. Una estocada casi entera lo hizo doblar.
Y Ginés Marín lo intentó sin éxito con el inválido tercero, afán por agradar y poco más. Sí aprovechó las escasas -por buenas- embestidas del sexto, marcado con el segundo hierro de la casa, al que toreó con la derecha, seguro de sus posibilidades, hilvanando muletazos de buen gusto bien rematados con pases de pecho. Al natural hubo intermitencia en la lidia para acabar con bernardinas una faena de altibajos. La estocada le sumó para el premio de la benévola oreja.
AL QUITE
¡Qué país, qué paisaje y qué paisanaje!
Antonio Girol.-
Desconozco si don Miguel de Unamuno era muy taurino. Digo yo que algo lo sería, porque siendo de Bilbao lo más normal es que le gustasen los toros como a tantos paisanos suyos. Lo que sí sé es que dejó para la posteridad una frase, que en tardes como la de hoy viene que ni pintada: «¡Qué país, qué paisaje y qué paisanaje!», con la que manifestaba su malestar y desencanto ante el ambiente humano que le rodeaba. Frase que hoy le pido permiso al eximio filósofo para hacerla mía y, de esa manera, poner de manifiesto también mi desencanto ante el ambiente, en este caso taurino, que ha rodeado a la corrida del martes de farolillos en la Maestranza.
¡Qué país! Porque sólo en uno como el nuestro se repite ganadería en un serial tan corto como el abrileño; sobre todo cuando el hierro de Juan Pedro lleva bastantes temporadas sin permitir el lucimiento de los toreros que se apuntan a sus corridas. Que se puede decir son prácticamente todo el escalafón dado que al ganadero dinástico coloca año tras año toda la camada sin que nadie le haga un feo ni le vete un toro. Ya quisieran esa bula otros muchos colegas suyos. En San Miguel ‘tripitirá’ como los malos estudiantes (de antes) con la esperanza de alcanzar el aprobado, aunque sea en septiembre.
¡Qué paisaje! Y no me refiero al de cielos plúmbeos, rayos, truenos y lluvia final que entoldó el coso baratillero durante buena parte del festejo, sino al de unos tendidos desangelados en martes de farolillos, con menos de media entrada. Y eso que en el cartel había un torero de Sevilla. Y no uno cualquiera, sino el que había abierto la Puerta del Príncipe la pasada semana. Así está esto…
¡Qué paisanaje! El que habita en los tendidos y que lo aplaude todo con un entusiasmo más propio de quienes estuviesen viendo una corrida en lugar de en Sevilla, capital de Andalucía, en la portátil de Sevilla La Nueva, provincia de Madrid. El mismo paisanaje que pide orejas por cualquier faena voluntariosa ante toros que ni humillan ni se deslizan siguiendo los vuelos de la muleta y que no se entera de faenas como la que hizo el viernes Morante, de reminiscencia joselitista.
Y es que hay tardes en que a uno, cuando se marcha Paseo Colón arriba en busca del cobijo de su casa, se le quitan las ganas de acudir al día siguiente. Menos mal que luego por la noche se me pasa el desaliento y a la mañana siguiente estoy deseando de volver de nuevo a la Maestranza.
LA VOZ DEL ABONADO
El tinglado de la farsa
Unión Taurina de Abonados y Aficionados de Sevilla.-
Enredo, tramoya, mentira, patraña, ficción, fingimiento, hipocresía, engaño, falsedad, embuste, bola, pantomima… Apliquen uno, todos o algunos de estos calificativos a la triste realidad en la que están convirtiendo la Maestranza.
Los principales ingredientes que deben prevalecer en nuestra Fiesta son la emoción y el riesgo. Emoción, casi nunca. Riesgo, escaso. Con Juan Pedro estos condicionantes negativos se elevan a la máxima potencia. Recordemos que este hierro es el padre del toro ‘artista’ que impide al torero ser artista; o sea, desarrollar el arte de Cúchares en toda su extensión.
Pero esta tarde no han sido una vez más los ‘juampedros’ los que han llevado sopor y aburrimiento a los tendidos, porque este tinglado de la farsa tiene más actores. Primero, un público ocasional con pocas luces taurinas que se siente encantado de apelotonarse en los tendidos y que no comprende que en el supuesto templo del toreo no se puede ser tan permisivo y consentir tantos resabios en tanta gente. Pero si se sienten bien pagando 170 euros para que le den gato por liebre, pues nada: adelante.
Otra pata de la farsa son los presidentes. El de esta tarde, que años atrás parecía el más entonado en cuanto a seriedad, ya ha perdido todo crédito y colabora activamente en toda la tramoya. Concede orejas de pueblo, aprueba corridas de segunda para plaza de primera, cambia en banderillas con dos palitroques. Si alega que el piso estaba mal, ¿por qué no lo hizo en todos los toros? Un toro se parte un pitón. Un público amable y feriante mira para otro lado y entonces el presidente hace lo mismo. Nos tragamos un toro mocho.
La suerte de varas. La de esta tarde, y casi todas las tardes, ¿qué es: fraude, fingimiento, mentira? Nadie protesta. Incluso se aplaude no picar. Esto es pantomima también.
La música. Antes arrancaba cuando la lidia o la faena se merecían acordes taurinos. Ahora arranca antes de comenzar faenas mediocres y no corta con un desarme o cuando aquello no hay quien lo aguante.
El público pica esta bola y el presidente ensimismado en la tramoya tira de pañuelo blanco.
Los mulilleros. Actúan cual si estuvieran en cualquier plaza de pueblo. Retrasan el arrastre del toro para que las peticiones orejiles suban decibelios y entonces el presidente de irreconocible prestigio colabora en el enredo y premio de tómbola.
Sobre los toreros nos negamos a enjuiciar labor alguna. Piden una y otra vez estas borregadas de Juan Pedro. Para los aficionados carece de importancia y mérito cualquier cosa que hagan. Ya saben: sin toro nada tiene importancia.