El diestro extremeño Emilio de Justo protagoniza una gran y sólida faena a un buen astado de la ganadería de Victorino Martín, al que le cortó las dos orejas. En el sexto tenía otra oreja ganada pero la espada no entró y se esfumó la Puerta del Príncipe. El otro extremeño del mano a mano, Antonio Ferrera, vuelta al ruedo.
SEVILLA / Corrida de toros
TOROS: Se han lidiado toros de la ganadería de Victorino Martín, el segundo lidiado como sobrero. Muy bien presentados. El mejor, el noble y bravo cuarto. Noble y de corta embestida el primero; sin humillar y parado el segundo; manso y complicado el tercero; de gran calidad en sus embestidas el cuarto; noble y con recorrido el quinto; complicado por encastado el sexto.
ESPADAS: –Antonio Ferrera (de grana y oro), ovación, silencio y vuelta al ruedo tras petición
–Emilio de Justo (de nazareno y oro), ovación, dos orejas y ovación.
CUADRILLAS: Saludaron en banderillas Joao Ferreira, Fernando Sánchez, José Manuel Montoliú, Morenito de Arles, Abraham Neiro y Pérez Valcarce.
INCIDENCIAS: Media plaza según el aforo permitido por restricciones Covid. Tarde nublada amenazante de tormentas. Llovió durante la lidia del segundo toro.
Manuel Viera.-
El reto era ese: salir triunfador. Torear un ‘victorino’ con el alma. Tocar la gloria en Sevilla. Y, faltaría más, a punto estuvo de tocarla cuando casi se lo llevan en volandas por la Puerta del Príncipe. La tuvo entreabierta. Sólo la mala suerte de una espada que resbaló y no entró se lo impidió. ¡Qué gran tarde de toros ha ofrecido Emilio de Justo! Es un placer ver torear así de bien a toros bravos y exigentes. El diestro extremeño lo consiguió de forma extraordinaria y emotiva. Su toreo denota una maestría y un dominio técnico que siempre se corresponde con la pureza y la riqueza de su contenido.
El elemento clave de la gran faena al bravo cuarto toro de Victorino Martín fue el temple. La duración de los muletazos, ora con la derecha, ora con la izquierda, se hizo eterna. Incluso la forma de acabarlos se erigió en matices de algo grande. Su ejecución en el desarrollo temporal parecía no tener fin. El despacioso movimiento adquirió una dimensión extraordinaria. Un toreo que tuvo el interés de la ligazón y lo distinto. Y al que, a la vez, le sumó valores previos, como la demostrada valentía, la pulcritud del templado muletazo diestro, el emotivo encanto del natural y la pureza de cada uno de los trazos. Es obvio que ningún alma sensible permaneció ajeno a un concepto tan auténtico como sentido.
Para hacer el toreo hacen faltan argumentos, y Emilio los ha tenido muy claros al ponerse donde hay que ponerse hasta redondear una faena que mereció la pena vivir y sentir. Hubo mucha verdad para emocionar en una lidia a la que le insufló una vitalidad contagiosa y, en verdad, fue así. Incluso hubo muchos momentos de recreación con el toreo al natural, tanto con la derecha como con la izquierda, que se percibió hondo, sin tiempo, nítido, puro y, por supuesto, de contagiosa emoción tras los sensacionales de pecho. Naturales que recorrieron, como en un torrente, un largo espacio que murió atrás, muy atrás, de la cadera. Y, además, el espadazo resultó letal. La locura.
En toda la lidia del buen sexto, de Justo, dio muestras de un sorprendente abanico de recursos para conseguir su objetivo. Desde la autenticidad de la verónica hasta la profundidad expresiva del trazo del natural. Habilidad técnica y virtuosismo en un toreo con ambas manos lleno de excelencias en los detalles de trinchera y ayudados por alto colmados de autenticidad. Tenía la oreja agarrada con los dedos, pero se le escapó por la mala fortuna de un acero que topó, resbaló y no entró.
El noble segundo, de corto recorrido, se le quedo parado demasiado pronto. Un complicado toro al que toreó vibrante a la verónica, sufriendo en los prolegómenos de faena una espeluznante voltereta, sin consecuencias aparentes, al perder pie delante de los pitones. Todo lo hizo bien hasta que el animal se le negó a pasar cuando toreaba al natural. Un pinchazo precedió a la estocada.
El toro marcó el ritmo de la tarde. Nobles, aunque sin recorrido y con escaso fondo, se comportaron los tres primeros, nobles y encastados los tres últimos. Una tarde que engrandeció el encuentro de dos toreros tan aparentemente distintos. Si en Ferrera hay inspiración continua, en de Justo todo parece hondura y verdad en el clasicismo de su concepto. Pero a los dos se les entiende y fueron creíbles. Algo tuvieron que hacer, aunque con distinta suerte, para conseguirlo.
Y es que Antonio sólo pudo mostrar ese toreo sui géneris con el que muestra la evolución de su concepto. Aquella rigidez estructural ha dado paso a una vena más natural, a una forma de torear que, a veces, acaba en excesivo amaneramiento para desembocar, después, en un toreo de resonancias místicas. Lo atisbó con el noble quinto, al que le hubiese cortado la oreja si lo fulmina con la espada. Sin embargo, la templanza y la ligazón en el toreo diestro de mano baja, junto a la luminosidad y calidad del natural mantuvieron el tono de la convincente faena.
Con el primero, de corta embestida, y con el manso, complicado y parado tercero anduvo en esa línea lidiadora característica de sus formas. Tumbó al primer toro de Victorino sin puntilla y acabó con el tercero de un espadazo casi entero.
GALERÍA GRÁFICA (Pagés)
OTRAS IMÁGENES (Pagés)