El novillero de Écija ha sido el único que tuvo la suerte de cara para que su novillo se echase pronto y de ese modo pudo tocar pelo, a diferencia de Rafael Camino y Álvaro Alfonso, que tuvieron que conformarse con sendas vueltas al ruedo. Los mejores muletazos de la noche llevaron la firma de Francisco Fernández, de Algeciras.
SEVILLA / Novillada sin picadores
ERALES: Se han lidiado erales de la ganadería de Juan Pedro Domecq, de desiguales hechuras y juego.
NOVILLEROS: –Rafael Camino (de Camas), vuelta al ruedo tras petición de oreja.
–Álvaro Alfonso (de Sevilla), vuelta al ruedo tras petición de oreja.
–González-Écija (Escuela de Écija), una oreja.
–Álvaro Burdiel (Escuela ‘Yiyo’ de Madrid), saludos tras aviso.
–El Niño de las Monjas (Escuela de Valencia), saludos tras aviso.
–Francisco Fernández (Escuela de Algeciras), saludos tras aviso.
INCIDENCIAS: Tres cuartos de plaza.
Antonio Girol.-
Un jueves más los tendidos se poblaron, en esta ocasión casi en tres cuartos, de un público partidario de tal o cual novillero -en esto los locales llevan mucha ventaja a los foráneos- que le piden la oreja más por amistad que por convicción taurina, mientras degustan las viandas que acarrean en neveras de ‘corchopán’. Un jueves más salí de la plaza con la sensación de que no termino de encontrar a un chaval que me inspire esa necesidad de seguir viéndole. A ninguno de los seis de esta noche se les puede reprochar la disposición y las ganas; pero para emocionar hace falta un punto más.
No les voy a negar que dada mi militancia ‘caminista’ acudí a la Maestranza con la ilusión de ver en directo a Rafael Camino. Hijo del diestro de igual nombre y sobrino nieto del gran Paco. Entiendo que esto del toreo está de aquella manera y que hoy el público (que no es lo mismo que aficionado) prefiere largas cambiadas a la cadencia de los lances a la verónica o cambiados de rodillas por la espalda en lugar de la sutileza del toreo al natural. No por ello dejó de sorprenderme que en su presentación en Sevilla optase por un palo tan alejado de los que se suponen son sus cánones familiares. El de Juan Pedro se desplazaba en largo y el novillero, con inteligencia, lo citó siempre dándole distancias para aprovechar la inercia del eral a la hora de ligar los muletazos. Tras una voltereta que quedó en susto enjaretó una buena tanda con la zurda; esa mano que en su apellido es patente de corso y que hace bien en ponerla en valía. Alargó en demasía una faena que epilogó como la comenzó: rodillas en tierra.
Álvaro Alfonso revolucionó el cotarro yéndose a portagayola para después de la larga seguir toreando de rodillas por faroles. Se notó que traía un buen puñado de partidarios cuando tras los pases de tanteo con los que sacó al astado a los medios instrumentó la primera serie de derechazos. Al igual que su hermano de camada, el de Juan Pedro también se venía de lejos. Lo aprovechó el sevillano por ambos pitones. Mejor por el izquierdo, por el que pudo expresarse con más naturalidad. Tardó el novillo en morir porque la espada cayó tendida y tuvo que usar el descabello. Eso impidió que tocase pelo a pesar de la insistente petición de sus amigos.
El que sí tocó pelo fue González Écija. Al novillero astigitano le correspondió un novillo menos boyante que a los dos primeros actuantes. Este de ‘juampedro’ en los compases iniciales embistió de manera descompuesta. Le costó al joven torero poder ligar los muletazos como hubiese deseado. Poco a poco, a base de ir templando las rebrincadas embestidas, consiguió su objetivo. Sobre todo con la zurda, mano con la que dejó los mejores pasajes de su actuación en una serie de naturales. Hubo buen gusto en el cierre por ayudados.
Más bronco que sus hermanos, el cuarto mostró sus credencial desde el inicio desarmando a Álvaro Burdiel en los muletazos de tanteo. La faena discurrió con altibajos provocados por la complicación de un eral que conforme avanzó la lidia se puso aún más reservón y ganó en peligro hasta el punto de voltear al novillero que hizo un gran esfuerzo en una labor larga.
El Niño de las Monjas cambió a su novillo hasta dos veces por la espalda en el comienzo de faena de muleta. El de Juan Pedro también pecaba de rebrincado. Había que conducirlo mucho y así lo hizo el valenciano en las primeras series. Cuando se puso por el izquierdo, el eral le tiró un derrote seco al mentón. A pesar de las complicaciones del animal, el chaval se la jugó de rodillas y resultó volteado. Como a sus otros compañeros, no se le puede poner una pega a la disposición que mostró durante su actuación.
Cerró plaza Francisco Fernández. Y digo esto de que cerró porque creo que le perjudicó. De haber actuado en cualquier otra posición habría obtenido mayor premio que la ovación que saludó, porque el de Algeciras dejó los mejores compases de la noche. Ya los apuntó en el saludo a la verónica. Comenzó el último tercio por estatuarios que remató con un gran pase de pecho. A pesar de que el novillo se descomponía con facilidad, intentó gustarse en todo lo que hizo y por momentos lo logró. Especialmente con la izquierda, por donde enhebró los mejores naturales de la novillada y tal vez del ciclo. Epilogó por luquecinas y manoletinas. De no haber pinchado habría puesto en un aprieto al jurado a la hora de declarar a los tres finalistas. Curiosamente los únicos que han tocado pelo en estas tres novilladas. Para que luego digan… Pero esa es otra historia que tocará analizar.