«…Lo hecho reveló una vena de sabiduría, más que notable, para resucitar el toreo. ¡Viva el toreo! Y lo dijo pleno de emoción provocando, además, un formidable impacto en los tendidos de la plaza. Intensidad en la lidia y elegancia, cadencia, ritmo incisivo y verdad en cada uno de los trazos, ora con la derecha, ora con la izquierda…»
Manuel Viera.-
No lo es, no es un torero cualquiera. No debe serlo analizando su concepto. En él se incluyen muchas cosas: la indudable calidad, la belleza intensa y perfilada, la claridad y transparencia, la naturalidad, la gracia, la torería… En cualquier caso, evoca el toreo de otras épocas. El toreo eterno. Fuetes de las que bebe cuando la inspiración llega, y en la que vuelca sus muchos y poderosos saberes.
Su toreo es, sin duda, de una pasmosa naturalidad. Posee la sensibilidad, la belleza y el refinamiento natural que lo requiere. Con ello logra dar vida a la lidia con toda su intensidad y desbordado apasionamiento. El natural, claro y transparente, hondo y poderoso, hace que la emoción avance en oleadas arrastrando al espectador al delirio. Y la derecha es, fue, transcendental. Y así, entre la magia de un colosal capote y el misterio de una muleta sublime, culminó en la Maestranza de Sevilla una grandiosa obra perfectamente resumida en la naturalidad y en la torería de los excelsos detalles. Derechazos hilvanados e infinitos parado el tiempo, y ese natural que, reposado, hondo y puro, rasgó el silencio para convertirse en voz de un universo de emociones.
Lo hizo con un buen toro de Jandilla de enorme calidad en sus nobilísimas embestidas. Lo inscribió en la misma línea de ese clasicismo elegante y pulido que caracteriza las formas de este fenomenal torero sevillano. Lo hecho reveló una vena de sabiduría, más que notable, para resucitar el toreo. ¡Viva el toreo! Y lo dijo pleno de emoción provocando, además, un formidable impacto en los tendidos de la plaza. Intensidad en la lidia y elegancia, cadencia, ritmo incisivo y verdad en cada uno de los trazos, ora con la derecha, ora con la izquierda. Una forma de torear que entró por derecho propio en una gente que enloquecía con lo que veía.
Y más, el capote recorrió lentísimo el lance de la verónica. Y la media fue sensacional. De nuevo la lidia se erigió en modelo de perfección. De espíritu fundamentalmente clásico. Y volvió a emocionar progresivamente por calidad y virtuosismo en una obra que despertó también el asombro y la admiración en toda la plaza. Algo tan apasionante, en uno y otro toro, para no olvidar en el tiempo. Todo lo hizo, y dijo, Pablo Aguado.
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