El diestro peruano Joaquín Galdós ha dado una vuelta al ruedo tras lidiar al mejor toro de la interesante corrida de Torrestrella, el quinto, que fue largamente ovacionado en el arrastre por su buen juego. El extremeño José Garrido fue aplaudido en su lote, pero se le escapó el primero. El sevillano Alfonso Cadaval, silencios como balance.
SEVILLA / Corrida de toros
TOROS: Se han lidiado toros de la ganadería de Torrestrella, desiguales de presentación y hechuras. Encastado el primero, aplaudido en el arrastre; manso, aunque con movilidad, el segundo; parado y complicado el tercero; muy complicado el cuarto; bravo el quinto, ovacionado en el arrastre; noble, aunque mermado de fuerzas, el sexto.
ESPADAS: –José Garrido (de verde y oro), saludos y silencio.
–Joaquín Galdós (de nazareno y oro), saludos y vuelta al ruedo.
–Alfonso Cadaval (de rioja y oro), silencio tras aviso y silencio.
CUADRILLAS: Saludó en banderillas Antonio Chacón. Al final del festejo se cortó la coleta el banderillero sevillano Santi Acevedo.
INCIDENCIAS: Media plaza.
Manuel Viera.-
En un notable estilo, Joaquín Galdós, supo demostrar el potencial de su concepto para elevar el toreo a la máxima nota en la tarde de los ‘torrestrellas’. El peruano, directo, valiente y templado, descubrió en la lidia del quinto detalles evidenciados por el ambicioso planteamiento de la faena. Comunicó entusiasmo, vitalidad y, sobre todo, lo más sonoros ‘olés’. Lo hecho unió decisión y temple a través de una natural forma de expresarlo. El muletazo diestro profundo, exento de artificiales refinamientos, el concepto sensato y, lo mejor, el ayudado por bajo delineado a través de la anterior y coherente ligazón, invitó al disfrute y a momentos de emoción.
La faena, al mejor toro de la desigual e interesante corrida de Torrestrella, absorbió esencias y plasmó el toreo gracias al conjunto de notables series diestras con las que dejó al lado la complacencia de recursos fáciles para adquirir absoluta solvencia. Pese a la discontinuidad de una lidia epilogada por un buenísimo toreo por bajo. No ratificó lo hecho con la espada y todo quedó en insuficiente vuelta al ruedo, mientras al buen toro de Álvaro Domecq se le despidió en el arrastre con una sonora ovación.
Fue el mejor -y lo mejor- del encierro enviado por el ganadero jerezano. Una corrida desigual en presentación y hechuras. El encastado primero, muy bien hecho y de bonito pelaje, también destacó en la forma de embestir por el pitón izquierdo. Y el sexto, mermada sus fuerzas, quizá por un excesivo castigo en varas, mostró galope y nobleza en la embestida. Complicado y basto fue el cuarto. Manseó, aunque con movilidad en todos los tercios, el segundo. Y muy parado y complicado resultó el tercero.
Así las cosas, Galdós, toreó de capote despacio al segundo, para mostrarse algo lineal en el toreo de muleta. No obstante, logró algún que otro pase diestro hilvanado y rematado atrás. Y fue al final de faena cuando consiguió lo más templados muletazos de la lidia. Hundió la espada y saludó durante la ovación.
Lo más seductor que hizo José Garrido lo ejecutó con el capote. Buena dosis de ritmo y verdad en el toreo a la verónica al encastado primero. La media valió para ilustrar un cartel. Después, sólo él sabe lo que quería o pretendió hacer. Y tal vez sea a él al que le asiste la razón. De todas formas, el que esto escribe, no comprende cómo en un prólogo de faena tan intenso, tan emocional en el cite con la muleta plegada y posterior toreo al natural, cuando la música torera se hace presente en el primer suspiro, cambia del excelente pitón izquierdo al derecho. Y más. Repite con la diestra con un toreo que se diluía por momentos para acabar en nada. Queda en el recuerdo un buen cambio de mano al final de un trasteo en el que el extremeño no acabó de encontrar su sitio. Con la espada, mal.
Con el complicado cuarto no apostó. No decidió por dejar esa tela en la cara del animal para poder hilvanar un toreo que, con la mano izquierda, le fue imposible. Y, además, pinchó.
Alfonso Cadaval se encontró con un tercero parado y sin humillar. Demasiadas complicaciones para el que empieza y se la tiene que jugar todo a una carta. No se le puede negar ni un atisbo de actitud al sevillano que, para colmo, se le atascó el descabello.
El sexto, ya quedó dicho, galopaba en busca de los engaños con nobleza en sus embestidas, pero adolecía de fuerzas. Si Alfonso intentaba torear a mediar altura aquello no le llegaba a la gente del tendido, y si lo sometía arrastrando la tela, el burel doblaba sus patas. Así y todo, Cadaval, en faena discontinua, tuvo algún que otro momento ilusionante, pero lo hecho no alcanzó nota. Con la espada volvió a pinchar.
AL NATURAL
Que cien años no son nada… ¿o sí?
Francisco Mateos.-
Me llega un recordatorio taurino sobre lo que ocurrió -taurinamente- en Sevilla hace 100 años. Se dieron dos Feria de Abril: una en la desaparecida Monumental impulsada por Joselito, y otra paralela en la Maestranza, con Belmonte como baluarte. Tal día como esta misma tarde del 1 de mayo, pero hace 100 años, un siglo antes, en la Monumental cortaba un rabo Joselito a un toro de Darnaude, mientras que en la Maestranza, esa misma tarde, cortaba también un rabo Belmonte a un toro de Concha y Sierra. Podríamos analizar muchas aristas y prismas del toreo en Sevilla, un siglo después. Sólo me detendré en un aspecto: la Sevilla de hoy es muchísimo más poblada que la de hace un siglo, cuando la Monumental estaba a las afueras en medio del campo, y ahora está en la milla de oro de Nervión, un barrio más que poblado e integrado en Sevilla, con un ‘cortinglés’ y tres centros comerciales a menos de tiro de piedra uno del otro.
Y la cuestión no es que se cortaran dos rabos, dos, entre ambas plazas; sino que con una Sevilla mucho más reducida poblacionalmente, ambas plazas, el mismo día registraron buenas entradas… Cien años después, derribada la Monumental, nos queda la vieja Maestranza que apenas es capaz de reunir a media plaza hoy con una población flotante de un millón de personas… ¿Qué cien años no es nada? En un siglo, de llenarse dos plazas -o casi- a no llenar ni media de una.
El tiempo pasa. Que se lo apliquen los tres toreros de hoy, tres privilegiados -sí, privilegiados: del primero al tercero- que se han dejado escapar tres oportunidades de triunfo. Los tres -Garrido, Galdós y Cadaval- han tenido tres toros más que suficientes como para ser protagonistas de un buen triunfo… El tiempo pasa; que lo recuerden los tres. Y las oportunidades de agarrar el triunfo, también. Y mientras, el sevillano Juan Ortega viendo la Feria por la tele; cuestión de privilegios.
GALERÍA GRÁFICA (Pagés)
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