«…su soberbia tauromaquia resume con elocuencia la monumental manera de emocionar. ¿Por qué, entonces, tanta resistencia a entender la necesidad de que sea visto, gozado y sentido por gente ávida de nuevas sensaciones? Es admirable la santa paciencia del sufrido aficionado.…»
Manuel Viera.-
«No sé quién es el delincuente, pero es un delito no ver a Morante en Sevilla». Lo dijo el gran Luis Carlos Peris con ocasión de aquella triste y descarada ausencia de las figuras en la Maestranza. Tomo hoy el epílogo de la acertada frase del periodista sevillano para aseverar que es un delito no ver a Pepe Moral por el circuito de las grandes ferias de temporada en España. Examiné, mil veces, la película de su última obra en Illescas, esculpida a un bravo ‘victorino’, y acabé preguntándome quién, o quiénes, son los culpables de que el torero de Los Palacios finiquite el año de su sonado triunfo en Sevilla, y Pamplona, con sólo nueve corridas de toros en su haber. ¿Por qué esos ámbitos cerrados e inaccesibles, que son como presiones, para quienes tienen capacidades y calidades para sustituir y reemplazar? Demasiado alto precio el que tiene que pagar a la realidad del sistema quien espera pacientemente, acumulando méritos, la hora del descubrimiento.
Entre lo posible y lo imposible, sin detenerse en el tiempo, evocando su futuro con la autenticidad de su tauromaquia, sin acusar un ápice el inevitable desgaste en la constante lucha, camina despacio, demasiado despacio, el diestro palaciego apoyado en el inconfundible tono de su toreo exquisito, templado, cálidamente trazado, a la vez que sensacionalmente rematado.
No es fácil encontrar en el actual panorama taurino una mezcla tan bien realizada de capacidad, de talento, de concepto moldeado y valor añadido al mismo tiempo. Una realidad que ha de marcar el futuro de quien sabe hacer y decir el toreo con extraordinaria cabeza. Lo volvió a demostrar con ‘Jarretero’, el cárdeno de Victorino Martín de bonitas hechuras y excepcional clase en sus humilladas embestidas, indultado en Illescas con habitual polémica. Y lo hizo con unas formas sencillamente asombrosas. Con una selección de naturales impactantes y emocionantes propios del torero que es.
Lo cierto es que su soberbia tauromaquia resume con elocuencia la monumental manera de emocionar. ¿Por qué, entonces, tanta resistencia a entender la necesidad de que sea visto, gozado y sentido por gente ávida de nuevas sensaciones? Es admirable la santa paciencia del sufrido aficionado. Y más aún la de quien se ve torero de altos vuelos sin alas para poder volar.