El novillero toledano Álvaro Lorenzo, que debutaba esta tarde en la Real Maestranza, ha cortado la única oreja de la novillada. Ginés Marín, vuelta al ruedo tras pedirse un trofeo para su primera faena. El sevillano Pablo Aguado, con el peor lote del deslucido encierro de El Parralejo, ha sido ovacionado.
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Manuel Viera.-
A juzgar por el juego de los utreros de El Parralejo todo quedó en poco. Hubiese sido tarde de triunfos. Tarde completa de capotes con ritmo y cadencia. Minimizada después por la flojedad de una novillada carente de casta. Las calidades de las nobles embestidas morían en la falta de fondo. En la mansa huida al refugio de las tablas al saberse podidos.
Sin embargo, hubo quien mostró buen gusto, equilibrio en las formas, un sabio empleo de la técnica y un temple bien hilado. El debutante Álvaro Lorenzo demostró su habilidad para ligar una buena faena al noble primero, un novillo con enorme calidad en sus embestidas aunque con las fuerzas bajo mínimos. A caballo entre el valor y el clasicismo galante, el toledano toreó largo y despacio con la diestra, con desbordante capacidad para seducir. Sin duda una faena disfrutable y bien servida con la derecha que no tuvo continuación con la izquierda. Algún que otro buen natural cuando la acometida aminoraba la marcha hasta quedarse parada. Bernardinas para epilogar y una fulminante estocada para finiquitar. Oreja. Quizá el presidente pecó por exceso.
Con las verónicas al cuarto alcanzó la cima. Toreo luminoso, de manos bajas, hecho con la verdad que define el valor. Ritmo en un capote que viajó muy despacio hasta los medios para rematar lo hecho con extraordinaria frescura. Después, el temple volvió a caracterizar una faena discontinua por la molestia del viento y la poca fuerza de un novillo que mostró clase en la humillante embestida. Álvaro le bajó la mano al natural y arrastró la muleta con despaciosidad, sin conseguir la ansiada transmisión a los tendidos. Tras dejar media espada fue ovacionado.
El toreo de Ginés Marín rezuma autenticidad y sabiduría por los cuatros costados, además de un dominio incontestable de los resortes técnicos necesarios para hacer con absoluta propiedad el toreo. El cadencioso lance a la verónica al segundo, la excepcionalidad del quite por cordobinas, y los soberbios muletazos diestros de hinojos, produjeron los mejores momentos de emotividad. La faena al buen utrero de José Moya fue hecha sin prisas, realizando un toreo muy reposado, muy quieto y excepcionalmente rematado. Soberbios fueron los muletazos diestros de mano baja, de trazo largo y lento recorrido. Con la izquierda no se mostró igual, quizá, debido a la agotada embestida del desfondado animal. Circulares, cambios de manos, bernardinas y un arrimón final puso epílogo a un trasteo firmado con media estocada. La petición, de parecida intensidad a la que sirvió para conceder el apéndice a Lorenzo, esta vez no convenció al palco. La vuelta al ruedo le supo a poco.
El quinto fue un manso que buscó la querencia de chiqueros con verdadera obsesión. Y allí se fue Ginés Marín para robarle muletazos con ambas manos que sólo sirvieron para demostrar su enorme actitud.
Media docena de faroles de rodillas sobre la boca de riego produjeron una inmensa emoción y pusieron a toda una plaza en pie. Fue lo único con lo que Pablo Aguado hizo explotar, con valor y con verdad, unas formas llenas de detalles de exquisita sensibilidad. El sevillano no tuvo toros para mostrar sus dotes para el toreo. El tercero fue un manso rajado antes de iniciar faena al que sólo pudo torear muy despacio a la verónica. Pese a ello, inició un trasteo muy relajado dibujando notables muletazos diestros. No alcanzó nota lo hecho y todo quedó en nada. Tampoco el flojo y soso sexto le posibilitó hacer faena. Los seis faroles ya dichos y algunos detalles reflejos de su excelsa tauromaquia. A ambos novillos los mató mal.
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GALERÍA GRÁFICA (lamaestranza.es) |
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