«…su obsesión por dar un discurso paradójicamente centrado en el ensimismamiento de su aparente genialidad. Una actitud protagonista, más que ocurrente absurda y chocante, que pone en práctica cada vez con más frecuencia y mayor demanda sin otro argumento que el de erigirse en actor fundamental de esas tardes que, por una u otras circunstancias, no pudieron ser.…»
Manuel Viera.-
Sea como fuere, su toreo resume con elocuencia la monumental manera de emocionar, incluso, con las escasas pinceladas, menudas, aisladas, como fragmentos diminutos de sensaciones que llegan al alma. Un verdadero milagro en los tiempos que corren. Algo sublime que atrapa y seduce al mismo tiempo que sorprende. Pues la referencia viva del arte de torear ha tenido, tiene, la humorada de añadir a la celebración del rito, a la ceremonia que impone reglas tan solemnes como impecables, el gesto divertido, y a veces grotesco, en su obsesión por dar un discurso paradójicamente centrado en el ensimismamiento de su aparente genialidad.
Una actitud protagonista, más que ocurrente absurda y chocante, que pone en práctica cada vez con más frecuencia y mayor demanda sin otro argumento que el de erigirse en actor fundamental de esas tardes que, por una u otras circunstancias, no pudieron ser. Porque tras mandar pintar de blanco los bordes de las tablas del ruedo de la plaza de toros de Utrera para llevar a cabo el ‘mano a mano’ con Pepe Luis Vázquez el día de su despedida, exigir con ultimátum eliminar el desnivel del ruedo de Las Ventas para anunciarse en Madrid por San Isidro, y, hace una semana en Alicante, coger la manguera e iniciar el riego en superficie para impedir la ‘polvarea’, nada queda de un proceder que deriva en lo absurdo de una insolencia que repele.
Sin embargo, lo que preocupa de quien goza del beneficio de un público que le idolatra, de quien puede mostrar excentricidades con las que establecer su personal retrato de artista, de quien sigue buscando cada tarde la satisfacción a los sentimientos, algo que sólo se consigue a través de esa sedación de emociones en la obra dicha y hecha ante el toro en el ruedo de la plaza, son esas otras chantajistas exigencias como la impuesta al presidente de la plaza de toros de Los Califas de Córdoba durante la pasada Feria de Mayo. Un sinsentido de quien es capaz de emocionar con los principios básicos del valor y la verdad. De quien evidencia una expresión artística sin límites en la creatividad. De quien hace cosas tan geniales delante del toro como engreídas e ilógicas lejos de él. De quien se queda sin ‘castigo’ de su gente pese a tantas sombrías decisiones. Y es que, por el contrario, ¿quién le exige a Morante?
*Manuel Viera es redactor y responsable de las crónicas de Sevilla Taurina. (manuelviera.com)