EL RECUADRO

El Rey pisa el albero

0
1542

«… el capote de paseo se lo echó al brazo, como si toda su vida se hubiera llevado con un capote de paseo, y lo entregó. Y luego cogió el capote de brega, y lo tomó por la esclavina, vamos, con la soltura de Luque Gago o El Vito. ¿Y saben cómo se llama todo esto que les cuento? Pues no avergonzarse ni de España, ni de sus instituciones nobiliarias, ni de su Fiesta…»

Antonio Burgos.-

     En Sevilla, ciudad de duales barrocos, se da una de las contradicciones más hermosas del mundo. La plaza de los toros está en el barrio del Arenal, como han pregonado cien mil millones de coplas y catorce mil millones de poemas, muchos de ellos no malos: malísimos. Bueno, pues estando en El Arenal, es la única del mundo que no tiene arena. Arena, la de la plaza de Bilbao, hasta tal punto negruzca que los políticamente correctos la llaman subsahariana. Arena, la de la plaza de Madrid, con esos montículos a modo de medias pirámides que hacen con ella en los burladeros. Pero la plaza del Arenal de Sevilla, contra lo que su mismo nombre indica, no tiene arena: tiene albero. Albero de Alcalá de Guadaíra, esa población a la que gracias a las prisiones de Isabel Pantoja ha aprendido España entera a ponerle el acento donde le corresponde al río que la apellida. O como la podía apellidar el albero, palabra que escuché de labios de Su Majestad el Rey Don Felipe VI (que Dios guarde, por la cuenta que nos trae), al entregar en la plaza los premios taurinos y universitarios de la Real Maestranza.

     Yo sabía que a Don Felipe VI le venía de rama, de Doña María de las Mercedes, si no la afición, sí el respeto por el toreo. Lo demostró este San Isidro. Cogió y se plantificó en una barrera… ¡el primer día del abono! No en la Corrida de la Prensa, que es la costumbre, ni en la Beneficencia, que es tradición regia de palco, no. El primer día, como un chaval que se acaba de sacar el abono, a inaugurar la isidrada y sin avisar. Y en El Arenal sevillano me terminó de convencer de su afición y respeto por la Fiesta. Porque hay que echarle valor para, tal como están las cosas, plantarse en una plaza de toros a entregar unos premios. Universitarios, sí, a los mejores expedientes de la Hispalense, pero también taurinos: a los hombres de oro y plata triunfadores de la Feria de Abril y a las figuras de la novillería andante que vienen arreando. Y más valor todavía hay que echarle si esa plaza es propiedad de una Real Maestranza: ojú, lagarto, lagarto, cosa de nobles y de marqueses, cuánta carcundia de lo políticamente incorrecto. Y por si fuera poco todo esto, presidir el acto en el que los taurinos llaman ‘pisoplaza’ y referirse a la arena no con esa palabra, sino como le decimos los sevillanos y el toreo todo: albero. Y por si no bastara, va Don Felipe VI y elogia a estos cuerpos nobiliarios, «a todas las Reales Maestranzas, unas instituciones que han contribuido históricamente al mantenimiento de los principios, la cultura y las tradiciones desde un profundo sentido de lealtad y servicio a España».

     Y esperen, que hay más: aparte de los premios a los mejores expedientes universitarios y a Padilla y otros esforzados triunfadores de la Feria, Su Majestad entregó los galardones en especie a los novilleros sin caballos ganadores del ciclo que patrocina la Real Maestranza en su plaza. Esos premios son un vestido de torear, un capote de paseo y un capote de brega. El vestido de torear, vale, porque lo trajo un criado y Su Majestad se lo entregó simbólicamente al novillero premiado. Pero el capote de paseo se lo echó al brazo, como si toda su vida se hubiera llevado con un capote de paseo, y lo entregó. Y luego cogió el capote de brega, y lo tomó por la esclavina, vamos, con la soltura de Luque Gago o El Vito. ¿Y saben cómo se llama todo esto que les cuento? Pues no avergonzarse ni de España, ni de sus instituciones nobiliarias, ni de su Fiesta Nacional, sino, por el contrario, enaltecerlas. Así le pegaron la ovación que le pegaron, al llegar y terminar el paseíllo hasta la presidencia, ¿no se la van a dar? Por poco lo sacan a saludar al tercio, como a Espartaco y a Dávila Miura en sus recientes gestas. Y luego, al término de su faena de veinte muletazos justos en forma de discurso. Con razón, al irse, salió Don Felipe por la Puerta del Príncipe. Fue faena de Puerta del Príncipe la del Rey en la Maestranza. ¡Óle los Reyes echando la pata alante sobre las verdades de España y asentando las plantas sobre el albero de nuestra Patria!


*Antonio Burgos es escritor y periodista sevillano. / Publicado en ABC-Sevilla.

NOTICIAS RELACIONADAS

Dejar respuesta

diez + 2 =