«…Aquel crío de la sevillana Gerena hace hoy fácil lo difícil, quizá, porque su tauromaquia está impregnada de pasajes relacionados con un valor inconmensurable, una ambición cara y determinante, y una asombrosa capacidad de superación. Su toreo hace algún tiempo que se ha empezado a sentir, a paladear…»
Manuel Viera.-
Los chiquillos siempre han tenido un buen aliado en la fantasía. Sin embargo, aquel niño de Gerena tuvo un sueño que nada tuvo que ver con aquellas ficciones de sus colegas de infancia. Le iba y le venía mientras jugaba al toro en las calles de su pueblo haciendo real una historia cercana a su vida y a sus inquietudes. Y aquel crío, ya hombre, matador de toros con ocho años de alternativa en sus espaldas, sigue contagiando ilusión por las plazas de toros del universo taurino haciendo realidad el sueño de chaval con demostrada eficacia, enorme valor y emocionante toreo. Torero que camina firme hacia su ansiado objetivo y vuela seguro mecido por el aire que le lleva a lo alto de la cúspide.
Aquel crío de la sevillana Gerena, con contribuciones extraordinarias al arte de torear, hace hoy fácil lo difícil, quizá, porque su tauromaquia está impregnada de pasajes relacionados con un valor inconmensurable, una ambición cara y determinante, y una asombrosa capacidad de superación. Su toreo hace algún tiempo que se ha empezado a sentir, a paladear, atraído no tanto por la exquisitez de su capote sino por la belleza y contundencia de un concepto con el que quiere buscar su máximo logro en el esperanzador presente e inmediato futuro.
Lo hecho el pasado 29 de mayo en Las Ventas de Madrid con un encastado y cinqueño toro de Juan Pedro Domecq fue la obra fundamental, de brillante y ambiciosa aportación al delirio, con la que potenció y amplió los sentimientos, provocando en el gentío el impacto de las emociones. Fue unas de esas faenas significativas en la vida de un torero, con momentos de auténtica verdad, de trazos magistrales que se entrelazaron con la improvisación de los detalles sublimes, con la mente rota y el corazón por delante para guiar una espada que, al final, se le atravesó. Pese a ello cayó la oreja, premio menor a una obra de soberbia importancia con la que Daniel Luque se mostró valiente, abierto, motivado y capaz de sugerir incontables secuencias emotivas. Y es que aquel chiquillo al que en su pueblo llamaban El Dani anda buscando urgente acomodo donde se ubican las figuras. Justo lugar para quedarse.
*Manuel Viera es redactor y responsable de las crónicas de Sevilla Taurina. (manuelviera.com)
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