«…la ‘SIN de Canorea & Valencia’ es la Feria SIN el tradicional Domingo de Resurrección, SIN toro, SIN suerte de varas, SIN figuras, SIN reventas, SIN más Puerta del Príncipe que la cantada año tras año de Diego Ventura, SIN público… Incluso SIN ‘miurada’ del Domingo de farolillos. Y SIN más que recordar que una excelsa faena a un Victorino cuando sonaba el último acorde…»
Antonio Girol.-
Lo mismo que existen las bebidas sin alcohol o los refrescos sin cafeína, la comida sin gluten o incluso esa nueva moda de fumar sin alquitrán, que es el no menos famoso ‘vapeo’, de igual forma existe la ‘SIN de Canorea’. Que no es una cerveza fresquita que se sirven, el sábado a medio día, con su tapita en los bares de El Salvador.
No, en este caso es la Feria SIN el tradicional Domingo de Resurrección, SIN toro, SIN suerte de varas, SIN figuras, SIN reventas, SIN más Puerta del Príncipe que la cantada año tras año de Diego Ventura, SIN público… Incluso SIN ‘miurada’ del Domingo de farolillos. Y SIN más que recordar que una excelsa faena a un Victorino cuando sonaba el último acorde del Réquiem en que han convertido un serial que en esta ocasión, para más inri, se ha quedado hasta SIN su poquito de lluvia abrileña trocada por una impropia canícula de mayo.
Esa es la triste realidad de una Feria que quedará para los anales de la memoria como de las peores de toda la historia. Una Feria que deja una auténtica cicatriz en el rostro de la altiva afición hispalense. Acostumbrada desde siempre, como reza la sevillana, a ver en su ruedo a lo mejor de cada casa. Y que de un tiempo a esta parte ha venido observando cómo la ruina se ha ido apoderando de su hacienda más querida hasta llegar a esta desolación absoluta.
Lo triste de esta realidad no es que ésta, la de este año, sea la ‘SIN de Canorea & Valencia’ (me niego a llamarles Pagés por lo que supone ese apellido para Sevilla y su plaza). Lo infausto de esta verdad es que el inmovilismo propio de la rancia aristocracia capitalina será incapaz de dar el golpe de timón que la Maestranza necesita. En un gesto propio de su apolillado abolengo mirarán hacia delante esperando que el tiempo se encargue de arregla el entuerto, creyendo así que con esa huída se soluciona el problema. Que para detener el desastre sólo basta con empeñar el alfiler de pecho de la pedida de mano de la abuela, cuando esta vez eso no va a servir ni para acudir al monte de piedad.
Estamos ante un tema serio. Muy serio. Y que atañe no sólo a maestrantes y empresarios, sino también a las figuras del famoso G-5. El problema, el verdadero problema, estriba en que si Sevilla pierde su fuerza, si Sevilla pierde su sitio en el panorama taurino y va camino de ello, desde ese momento seremos más débiles. Todos. Ellos los primeros y por arrastre nosotros, los aficionados. Y no está precisamente el horizonte para debilidades.