DESDE EL TENDIDO DOS

Curro Puya

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Curro Puya, tras salir a hombros de la Maestranza, es llevado por la multitud hasta su casa en Triana.
Curro Puya, tras salir a hombros de la Maestranza, es llevado por la multitud hasta su casa en Triana.

«…De su etapa de novillero sólo he podido ver fotografías que demuestran que tenía el arte de la verónica como sólo lo pueden tener los elegidos. Después fue un subalterno eficiente siempre al servicio de los intereses del matador. Estuvo haciendo lo que le gustaba hasta el final de sus días: enseñar a torear a los alumnos de la Escuela de Sevilla…»

Ignacio Sánchez-Mejías.-

     El pasado martes despedimos a Curro Puya, en compañía de sus familiares y de un nutrido grupo de amigos, compañeros, alumnos y admiradores. Curro Puya fue del círculo de amigos de mi padre en la década de los 60 y 70, cuando los taurinos de Sevilla, fuera de temporada, se veían casi a diario en el Hotel Colón, en la Granja Garrigós o en la Casa Valencia. Después siguió siendo amigo de la familia. Cuando mi padre murió se convirtió en el mentor de Marcos Sánchez-Mejías, al que no dejó de acompañar y aconsejar. De la época de éste como novillero lo conocí más de cerca y a la sabiduría del arte de los toros unía la humildad para exponer y explicar y el señorío que sólo se consiguen después de varias generaciones de saber estar. Era una persona entrañable que siempre se interesaba por la familia y al que nunca oí una palabra más fuerte que otra.

     De su etapa de novillero sólo he podido ver fotografías que demuestran que tenía el arte de la verónica como sólo lo pueden tener los elegidos. Después fue un subalterno eficiente siempre al servicio de los intereses del matador. Lo recuerdo muchos años siendo la sombre de su tocayo Curro Romero, que también lo acompañó en el último adiós, al igual que Pepe Luis Vargas. También lo recuerdo quedándose eficazmente con el toro que casi lo mata a ‘porta gayola’ en Sevilla, cuando todo el mundo estaba asustado de la sangre que salía a borbotones de la herida.

     De su espíritu de servicio a su matador baste una anécdota que me contó hace mucho. Hablaba del respeto que le tenían todos a Antonio Ordóñez. Siendo su banderillero, salió un toro que no vería claro el maestro para pararlo y le dijo: «Curro, dale dos». Salió, le dio uno, le dio otro y, efectivamente, el toro no era claro y se le revolvió, de forma que calculó que le era imposible llegar al burladero. Para no desobedecer al maestro, decía, «me tiré al callejón por no darle el tercero».

     También le tenía un especial cariño, porque con él dí mi primer pase al alimón, a una becerra en el Cortijo de la Sierra de Fernando de la Cámara, y esas cosas, por muy crío que fuera, no se olvidan. Ahí recibí la primera lección de tauromaquia, porque al entrar la becerra en nuestra jurisdicción, él le daba un toque para que embistiera por su lado y no por el mío.

     Estuvo haciendo lo que le gustaba hasta el final de sus días: enseñar a torear a los alumnos de la Escuela de Sevilla. Alguna vez que coincidí con él en los entrenamientos, me decía con ilusión: «Ignacio, mira cómo torea ese». La pasión por su afición le acompañó hasta el final. Descanse en paz.


*Ignacio Sánchez-Mejías es economista, auditor de cuentas, socio de SMT Auditores y profesor asociado de la Universidad de Sevilla / Publicado en el blog ‘Desde el tendido 2’ de ABC-Sevilla.

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