El Manriqueño ha cortado la única oreja de la tarde-noche y ha sido proclamado triunfador del ciclo de promoción en la Maestranza. Amor Rodríguez que dio una vuelta al ruedo, ha sido clasificado en segundo lugar. Juan Pablo LLaguno y Jesús Bayort, que fueron ovacionados, ocupan tercer y cuarto puesto respectivamente.
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Manuel Viera.-
Todos se parecen. Sus formas son exponentes de la modernidad que mira al futuro. Algunos tienen eso que llaman ‘buen concepto’ pero no saben desarrollarlo y el resultado final decepciona. Y esta es la cuestión. Que sí, pero no. Atisbaron el toreo e, incluso, llegaron francamente bien a su gente con los ingredientes necesarios para actuar como detonantes de una final propicia para el triunfo, pero ninguno ‘estalló’.
Así que el toreo de El Manriqueño al primer buen novillo de Juan Pedro Domecq fue como una brisa capaz de airear más la agradable noche maestrante. Maneja con gusto el capote y utiliza el temple en la muleta. El aspirante de la Escuela de Camas construyó un trasteo de trazos limpios y claros, quizá demasiado despegado, en el que el toreo zurdo resultó largo, despacioso y ensamblado en armonía con bellos remates de pecho. Y aunque la faena bajó su tono de calidad en algunos momentos su contenido fue el más sólido de la noche. Estocada al encuentro y oreja de justicia, Al quinto, de noble embestida aunque de molesto calamocheo, le echó ganas a rabiar en busca de su objetivo. Brindó a su gente apostada en los tendidos de sol y por allí se quedó para realizar una faena más desigual que la anterior, demasiada punteada y más lineal. No obstante, su público se la jaleó, e incluso arrancó el cante en su honor desde el tendido, en una situación más de plaza de pueblo que de la Maestranza, para aumentar su motivación y la de una gente que, pese a la estocada baja y sucesivos descabellos, le pidió con fuerza un nuevo premio. La vuelta al ruedo fue todo un clamor.
A Jesús Bayort nadie le puede negar su afán de lucha, de darlo todo en el ruedo sin escatimar esfuerzos. Se fue a portagayola para recibir al segundo, un manso que después empujó en las telas sin clase. El camero, no sin dificultad, le trazó vibrantes pases, unos mejores que otros, sin recompensa final. Con la espada mal. Con el complicado, por encastado, sexto se adentró sin disimulo en un laberinto de pases sin conseguir poner orden en una faena vibrante y rabiosa pero sin contenido. Pese al mal manejo de los aceros le hicieron saludar.
El peor de la bien presentada e interesante novillada de Juan Pedro Domecq le tocó en suerte a Amor Rodríguez, que pese a su oficio le costó un mundo doblegar las descompuestas embestidas de un eral que se defendía a cabezazos. Tras la estocada sonaron algunas palmas al esfuerzo. Sin embargo, con el noble séptimo llegó francamente bien a la gente con su toreo al natural. Muleta adelantada, mano baja, trazo largo y notables pases de pecho. Eso sí, todo demasiado lineal y con tendencia hacia fuera. Un serie al natural marcó su cenit en las postrimerías de la faena. Lo mejor: mató bien, y tras la petición del trofeo dio una despaciosa vuelta al ruedo.
Tiene Juan Pablo LLaguno una leve tendencia preciosista en su toreo. Le gusta el detalle, la ‘chispa’ de por aquí. Sin embargo se muestra, a veces, llano y superficial. La versión de natural fue notable aunque con grandes desigualdades en los trazos que compusieron cada tanda. Con el cuarto, de nobles embestidas, anduvo despegadísimo, y al octavo le hizo lo mejor con la izquierda, con la que toreó con gusto, despacio, aunque sin continuidad. Lució el adorno en notables pases por bajo y de trinchera para finalizar. Pinchó ante la estocada y le ovacionaron al abandonar la plaza.
Al finalizar el festejo el jurado proclamó triunfador del ciclo a El Manriqueño, segundo clasificado Amor Rodríguez, tercero a Juan Pablo LLaguno, y cuarto a Jesús Bayort.
AL NATURAL |
Media asta
Francisco Mateos.- Hacía 24 horas justo que una curva maldita y más que posiblemente un exceso de confianza de un imprudente maquinista -ya detenido- se habían llevado por delante las vidas de 80 españoles, niños incluidos. Una auténtica barbaridad, un mazazo a la sensibilidad de un pais que está sobrado de malas noticias a diario. Santiago se convertía en el epicentro del horror y el drama de familias destrozadas. El mundo del toro siempre ha sido sensible a estas tragedias y ha dado muestras de su solidaridad, por encima de otros sectores profesionales. Se ha guardado un respetuoso minuto de silencio en la Maestranza; no podía ser de otra forma. Ha sido la mayor tragedia ferroviaria en 40 años. El Gobierno central había decretado tres días de luto nacional. Sin embargo, tanto las tres banderas que coronan la cúpula de la Puerta del Príncipe (España, Andalucía y Sevilla), como la bandera maestrante sobre el tejadillo de la grada del reloj, permanecían enhiestas en lo más alto. Ya era un esfuerzo intentar divertirse en un festejo cuando otros hermanos de este pueblo de piel de toro se desgarraban de un dolor inmenso, pero al menos, además del minuto de silencio, los maestrantes deberían haber tenido el detalle -ellos que tan estrictos son con otros muchos detalles- de haber simbolizado ese dolor durante todo el festejo con las banderas a media asta. Era día de luto nacional. |
GALERÍA GRÁFICA (González Arjona) |
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