«… Creció en el albero al compás de la inteligencia y regado por la esencia de lo eterno. Toreo de aleteo en la arena y temblor para los tendidos, cuando un ‘miura’ de los de su época quería quebrar la sabiduría y la naturalidad envuelta en una aparente fragilidad. La verónica y el natural eran sus auténticas armas. Y cómo no, la distancia y el respeto al toro…»
Luis Nieto.-
El toreo de Pepe Luis, etéreo, se saltó a la torera las coordenadas de espacio y de tiempo. Creció en el albero al compás de la inteligencia y regado por la esencia de lo eterno. Toreo de aleteo en la arena y temblor para los tendidos, cuando un ‘miura’ de los de su época quería quebrar la sabiduría y la naturalidad envuelta en una aparente fragilidad. Era entonces cuando aquel rubito, menudo de cuerpo, el que mamara en el matadero de San Bernardo sus primeras enseñanzas taurinas, el que recibió una perra gorda siendo un niño, al torear de salón frente a la Pirotecnia, crecía, crecía y crecía hasta hacerse el dueño del ruedo. Y, bajo el límpido toldo azulado del cielo, florecía ese toreo de esencia, de dulzura, que convertía sus faenas en obras únicas. Imágenes donde la luz eran el todo. Toreo con gracia alada; verónica de cristal y media envolvente de cualquier primavera, como en la que se nos ido. Cartuchito de pescao para abrir boca a una faena de seda. Y cada pase un gajo. ¡Vaya natural! Y aquí un derechazo, otro gajo que explosiona en azahar. Y el paso a un nuevo amanecer, a una nueva serie de muletazos, con el remate de ese kikirikí como canto del gallo que manda en el corral del coso. Naturalidad para despedir a los toros, como se dice adiós al amigo: planta erguida, mano abierta y corazón dispuesto. Toreo eterno y etéreo.
Bruñido de naturalidad, esa cualidad que sólo poseen los toreros geniales. La verónica y el natural, pilares fundamentales de la Tauromaquia, eran sus auténticas armas. Y cómo no, la distancia y el respeto al toro, que desde largo se arrancaba hacia su frágil figura.
En las decenas y decenas de fotografías con las que me he ido deleitando no encuentro ninguna en la que se pierda el respeto al toro. «Se torea como se es»; sentenció Juan Belmonte. Y Pepe Luis era esencialmente la naturalidad y la sencillez como persona. Belmonte, uno de sus diestros idolatrados, dice que en una faena de Pepe Luis en la Maestranza, en 1949, ocupando su Palco de los Herreras, llegó a taparse la cara, entre tanto ondeaban los pañuelos pidiendo las orejas, y tras abrir los ojos, cristalinos, a punto de llorar, dijo: «¡Esto es lo que yo perseguí!».
Rafael de Paula me comentaba algo parecido hace unos años, mientras dibujaba en el aire una media verónica, aludiendo a que Pepe Luis no sólo era la gracia personificada con el capote, sino su máxima expresión en profundidad.
Aunque la figura de Pepe Luis Vázquez es hoy muy pretérita para los incipientes aficionados, conviene fijar que sus cualidades fueron tan trascendentales que las cantaron los mejores poetas de su época. Si comenzamos por el que más conocía de técnica taurina, Gerardo Diego, nos damos de bruces con esa naturalidad a la que aludía en los siguientes versos:
La esencia de un torero de cristal fino, fino,
la elegancia ignorándose de la naturaleza,
la transparencia misma hallaron ya su cauce.
Uno de los poetas devotos de la Tauromaquia, Rafael Duyos, canta:
La verónica de olor,
el molinete de fuego,
el kikirikí de nardo,
la gaonera de incienso…
Se funden sobre el ruedo
en un milagro de gracia
capote, toro y torero.
Su biógrafo, Santiago Arauz de Robles, recoge en su obra ‘Pepe Luis. Meditaciones sobre una biografía’ un verso del poeta sevillano Antonio Aparicio:
¡…vestido de caña y oro,
la pura flor de alhelí!
Al igual que en nuestros días el romero es el símbolo de Curro, del que anhelamos y disfrutamos con su tarrito de esencias, la figura frágil y la luminosa belleza del toreo de Pepe Luis, con un capote y una muleta de seda ante aquellos toros que tenían una fiereza y movilidad superior a la de nuestros días, son equiparadas por sus coetáneos hasta con flores y con el perfume. El poeta Quintero Martín llega a añorar a Pepe Luis con estos versos:
Este año no habrá lirios,
no habrá rosas ni azucenas…
porque se quedó este año,
en Sevilla, primavera
sin los cuatro lances tuyos.
Pepe Luis se ha marchado de puntillas, en silencio, en su Sevilla. Aquel torero de «aire tímido de colegial trigueño», que definiera Gerardo Diego, ha sido la viva estampa de la naturalidad. Pepe Luis vive. Pepe Luis no ha muerto. No ha muerto porque el arte, efímero pero eterno, jamás muere. Y es que Pepe Luis ha sido y es naturalidad, toreo eterno y etéreo.
*Publicado en ‘Diario de Sevilla’.
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