«… Con esta luz antigua de un mayo de magnolias, se le murió la Gracia la otra tarde a Sevilla. En ese tu cartucho, Pepe Luis, va Sevilla, que sabes encerrarla en los pliegues exactos de una saya de Virgen o túnica de Cristo. En ese tu cartucho, Pepe Luis, van los patios; va el sopor de la siesta y el rumor de la fuente… Está vendido todo el pescado…»
Antonio Burgos.-
Al mayo de carretas y saltos de la reja se le ha puesto de pronto una luz de tristeza. Con esta luz antigua de aquel Miércoles Santo en que de San Bernardo, con andares toreros, subía un Cristo el puente por donde estuvo antaño el viejo matadero de corrales y añojos, para que un niño rubio se quitara su baby, colegial de pizarra, pizarrín y deberes, y le diera dos lances a aquel que se arrancaba inaugurando entonces la gracia de Sevilla que estaban esperando los Hércules de piedra que allá por la Alameda con crespones de luto del adiós que le dieron a José en Talavera… Con esta luz, torero, la vida ya ha vendido el pescado de plata que es cartucho de bronce en la estatua que tienes en la plazalostoros.
Con esta luz antigua de un mayo de magnolias, se le murió la Gracia la otra tarde a Sevilla. Quiero decir que ha muerto quien, capote y muleta, descubrió nuevos mundos, intactos hasta entonces: los ciertos territorios de la gracia imposible. El pase de la firma necesita ponerle a sus obras completas de arte y de armonía, quitándole importancia a lo que no la tiene, cualquier cosa jugarse la vida de esta forma tan leve y tan alada, vísperas y completas, como danza de un seise ante los dos pitones del toro de chiqueros, el que en bronce le pega cornalones al viento en las tardes de enero con la plaza vacía de lluvia y de verdina.
Está vendido todo el pescado que entonces los cartuchos llenaba con hondura liviana, desparramando luego su arte por los ruedos. Era como un Rey Midas que en gracia convertía, en gracia de Sevilla, popular y profunda, cuanto con su capote el aire abanicaba.
Sostengo que el cartucho era pitón de un toro que había convertido, milagros de su arte, en cuerno de abundancia de esta tierra excesiva. Los ángeles toreros de nuestro Baratillo me han dicho su secreto, lo que ese cuerno encierra, qué es lo que lleva dentro su famoso cartucho. Dentro van las esencias de la ciudad de siempre, van codales y luces de las candelerías; va el silencio nocturno de una espada desnuda, los altos capirotes por Francos y por Cuna; van los nardos de agosto, también van los vencejos que toreros se vuelven en las tardes de mayo en que algunos alcanzan debú con picadores.
En ese tu cartucho, Pepe Luis, va Sevilla, que sabes encerrarla en los pliegues exactos de una saya de Virgen o túnica de Cristo, que al racheo tan nuestro de alpargata y de cántaro se vuelve más humano si cabe este Dios hecho Hombre tan sevillano que vive en San Lorenzo o ha muerto en San Bernardo, en tu barrio, torero.
En ese tu cartucho, Pepe Luis, va la historia: allí va San Fernando, y van Justa y Rufina; y va el aceite hirviendo de leyendas de damas; y rodillas que crujen a reyes justicieros alumbrados de aceite de esquina y candilejo por la Tía Tomasa que está en la Torre Blanca esperando que llegue de Roma Julio César con su corte imposible de armaos macarenos dando guardia a Gallito con cinco mariquillas.
En ese tu cartucho, Pepe Luis, van los patios; va el sopor de la siesta y el rumor de la fuente, pericones que llevan países con toreros y cuatro picadores proclamando a una novia, la vela que a la tarde se corre y la marea nos entra por las puertas llegando de Sanlúcar igual que una goleta viniendo hasta Triana a anunciar a ese Pasmo que un día le naciera.
En ese tu cartucho, Pepe Luis, van pregones de arropía y maceta, con olores de albahaca, y van, naturalmente, esas cuatro azucenas que coronan la torre que llamamos Giralda y que lleva el pandero como tú la muleta, cuando citas los vientos desde lejos y vienen, a beberse sus pliegues, pues te saben perfecto, que el arte de Sevilla es la torre más fuerte, la gracia más profunda, más honda, que se asienta en el conocimiento que tienes de los toros, desde niño, que entonces ya supo aquel añojo que te embistió en el patio del Viejo Matadero que estaba inaugurando la gracia de Sevilla, que ahora se le ha muerto a un mayo entristecido que llora en sus magnolias y en jacarandas llora.
*Antonio Burgos es escritor y periodista sevillano. / Publicado en ABC-Sevilla.
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