Un estudio recupera la memoria del coso de San Bernardo, del que hoy apenas quedan rastros. Joselito ‘El Gallo’ impulsó su construcción para permitir, por su gran capacidad, abaratar las entradas y hacer los festejos accesibles a todas las personas. Su prematura muerte marcó el abandono y derrumbre de la plaza.
P. García.-
Una pequeña fachada con una puerta en colores blanco y albero, ubicada entre las calles Diego Angulo Íñiguez y Óscar Carvallo, son los únicos vestigios que han sobrevivido del pasado de una gran plaza de toros que convivió con la Real Maestranza durante la segunda década del siglo XX. A la memoria de aquel otro coso de la ciudad ha dedicado un estudio la filóloga de origen cubano Lourdes Ramos-Kuethe con el título ‘La Monumental de Sevilla. Voces y silencios’ (Colección Biblioteca de Temas Sevillanos), un libro que considera como ‘la niña de sus ojos’ por la curiosidad que en ella despertaron los recuerdos que de aquella plaza conserva el bar del mismo nombre, muy próximo adonde ella residió durante algunos años.
Enamorada de nuestra ciudad desde que allá por la década de los 70 comenzara a venir acompañando a su esposo, profesor norteamericano e investigador asiduo en el Archivo de Indias, Ramos-Kuethe —que tiene en su haber otros estudios sobre la obra y figura histórica de Luis Montoto— siguió las huellas de esta olvidada plaza entre los fondos de la Hemeroteca, el Archivo Municipal y las informaciones facilitadas por familiares de algunos de sus protagonistas a falta de los documentos legales sobre el ya desaparecido coso.
Las condiciones sociales, económicas y políticas de la Sevilla de aquel periodo confluyen, según la autora, en «el deseo de una figura del toreo como José Gómez Ortega ‘Joselito el Gallo’, un deseo compartido por José Julio Lissén Hidalgo y Julián Echevarría, de edificar una plaza de toros con capacidad suficiente para no sólo acomodar a la afición, sino también para poner, a precios más asequibles, el espectáculo taurino al alcance de toda Sevilla». En marzo de 1915 se iniciaron los trámites para hacer realidad ese sueño en unos terrenos propiedad de Lissén hasta que, meses después, en diciembre el arquitecto vasco Francisco Urcola comenzó a levantar el edificio, de hormigón armado y con capacidad para más de 23.000 espectadores, con la dirección del arquitecto sevillano José Espiau. Pero el dramático» destino de La Monumental de San Bernardo pronto empezó a fraguarse con el hundimiento, tras unas pruebas de resistencia previas a su apertura, de un tercio de la plaza en abril de 1917, una noticia que estremeció a toda la ciudad. La inauguración, una vez superadas las deficiencias, llegaría finalmente el 6 de junio de 1918 con una corrida de toros con José Gómez Ortega encabezando la terna del cartel.
La rivalidad entre éste y Juan Belmonte será una de las piezas claves del mosaico que presenta en su estudio Lourdes Ramos-Kuethe, quien sostiene que la muerte del primero de ellos, víctima de un toro en Talavera de la Reina en mayo de 1920, conllevó también a la de la propia plaza. Ya por entonces Lissén «atravesaba grandes dificultades económicas; sus inversiones en Alemania habían sufrido serios perjuicios al finalizar la guerra mundial. Aprovechando esta coyuntura los intereses adversos a la Monumental comenzaron una nueva campaña para deshacerse de la aborrecida plaza de toros y, aunque Lissén hizo todo por evitarlo, sin la presencia de José, su paladín, todo fue en vano. El dictamen de clausura —añade— no tardó en aparecer y la plaza comenzó su largo sueño para acabar demolida una decena de años después, durante 1930″.
La autora también considera que la pervivencia de la plaza fracasó «por la incapacidad de Sevilla de enfrentarse de manera lógica a la necesidad de ensanche del casco urbano», entre cuyas causas cita «la absorbente preocupación por la proyectada Exposición Iberoamericana, la caótica situación administrativa de la ciudad y la falta de fondos del Ayuntamiento». El análisis de estos y otros factores se complementan en el libro con unos apéndices documentales y casi una veintena de ilustraciones, en su mayoría de la Fototeca Municipal.
«No se trata de acusar ni de enjuiciar a nadie por unos hechos que acaecieron en un contexto muy específico y ya lejano en el tiempo. Como sevillana adoptada, me resulta imperdonable el olvido de una ciudad que dejó desaparecer un edificio de aquella naturaleza, similar a otros de la época y al que nadie salió a defender», lamenta Ramos-Kuethe, quien propone, como gesto simbólico, la colocación de una placa en esa antigua portada de la Avenida de Eduardo Dato «para que los sevillanos sepan lo que allí hubo en un momento de su historia».
*Publicado en ‘Diario de Sevilla’.