Emotivo y lleno de contenido el festival benéfico celebrado esta tarde en La Puebla del Río. El público, que llenó la plaza al completó hasta agotar las localidades, disfrutó de un festejo en el que se cortaron doce orejas y cinco rabos.
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Manuel Viera.-
Cierto es que fue sólo en un instante, en un fragmento de una faena que se elevaba al natural. Pero aún sabiendo que sólo había sido un golpe seco en la mandíbula la plaza se estremeció, se acongojó, y la alegría se transformó en preocupación y en un mar de murmullos entre silencios hasta verlo aparecer, dolorido y ‘tocado’, por la puerta de cuadrillas para seguir interpretando su toreo con un entusiasmo poco común. El revolcón a Morante fue de órdago. El nuñezdelcuvillo lo empaló en el inicio de un natural, lo volteó, y en la caída le golpeó con la pala del pitón en la parte izquierda de la cara quedando inerte tendido en la arena de albero. Después, una vez repuesto, no más de dos trazos impulsados por el sentimiento con el que quiso demostrar la esencia de un toreo distinto e inaudito. Media estocada recibiendo y el delirio.
Morante de la Puebla, un genio en apuros, no dudó en teñir de sepia su añeja tauromaquia: pidió una silla y un par de banderillas cortas de exuberante adorno, se sentó muy cerca de las tablas, se cruzó de piernas, citó, quebró y las dejó clavadas el lo alto en perfecta ejecución. Antes, el ritmo y la parsimonia quedaron mostrados en la verónica, el valor en peculiares y ajustadas chicuelinas y, después, la intensidad y la emotividad en una versión del natural digna de recordarse.
Espartaco levantó oleadas de admiración con un extraordinario novillo de Luis Algarra. El toreo del maestro de Espartinas conserva intacto su encanto de siempre, su frescura, su trazo, su refinado ritmo, su sentimiento, su profundidad y recorrido infinito, su temple y su ligazón. Su valor. Enorme su toreo y feliz de hacerlo. Porque tras apreciar la calidad del utrero de Algarra no dudó en invitar al padre a compartir el disfrute. Antonio ‘Espartaco’, de paisano, toreó, se gustó y penetró de manera inmediata en la gente.
Es difícil a estas alturas añadir algo nuevo sobre el toreo de Ponce. En primer lugar la técnica es impecable, pero además su toreo también es de los grandes. La fuerza y la geometría de cada pase forman parte de la naturalidad con que lo traza. No hay quebranto sino increíble despaciosidad. Ponce toreó al buen novillo de Hermanos Sampedro de manera magistral. Magníficos naturales citando de frente. Cambios de manos y fenomenales de pecho, ejecutando en el epílogo de faena su característica poncina con la que deleitó a un público entregado.
Su dominio de la expresión es verdaderamente magnífico, y convence de inmediato por empaque y majestuosidad. Cayetano se gusta toreando y gusta a un público sin demasiadas exigencias. Si se pasase los toros más cerca sería un torero de época. Pocos lo dudan. Pero no es así. Al buen novillo de Juan Pedro Domecq lo toreó muy templado, acompasando las nobles embestidas y rematando con bellos pases de pecho. La estocada fue de premio.
Diego Ventura estuvo sensacional en la ejecución de las suertes con el noble y parado toro de Fermín Bohórquez, pero no tuvo acierto al clavar. Tampoco al matar. De todas formas le dejó mostrado a su gente la perfección de su monta y la verdad de su toreo.
Ya muy tarde, y pasadas dos horas de festejo, El Nene, un aspirante local, dejó detalles de un aceptable concepto en las formas con un añojo de Campos Peña. Con la espada le queda aprender.
GALERÍA GRÁFICA (López-Matito) |
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