In memorian

Se nos fue Pepín

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1802
Pepín Martín Vázquez en Sevilla.
Pepín Martín Vázquez en Sevilla.

«…de Pepín quedará para siempre el recuerdo etéreo de su figura en blanco y negro proyectada en una encalada pared de barrio pobre, dando vida al inmortal ‘Currito de la Cruz’, mientras niños de esparteñas y bocamangas almidonadas de mocos soñaban con emular al mito…»

Antonio Girol.-

     Se nos fue Pepín tan en silencio como vivió tras colgar su capote de paseo allá por la mitad del siglo pasado en Caracas. Martín Vázquez, olvidado de masas, pero siempre en el recuerdo de esos aficionados que gustábamos recordarle simplemente por Pepín.

     Ese fue el sino que le tocó vivir a quien la mala suerte le partió la carrera a la gloria una infausta tarde en Valdepeñas, en aquel trágico agosto de 1947. Verano fatal, como pocos, para la Fiesta. Verano que no contó con la pluma mojada en tintero de güisqui de ningún escritor de renombre que diera fe de la sangre derramada en la arena.

     De Pepín no habrá recuerdos en sepia de un velador en la calle Sierpes o  de una tertulia en Los Corales. Nadie jamás evocará el ingenio de algún chascarrillo, ni una sentencia senequista dictada entre corchetes silentes. No. De Pepín quedará para siempre el recuerdo etéreo de su figura en blanco y negro proyectada en una encalada pared de barrio pobre, dando vida al inmortal ‘Currito de la Cruz’. Mientras niños de esparteñas y bocamangas almidonadas de mocos soñaban con emular al mito y dejar para siempre la miseria y el hambre a sus espaldas.

     Pepín será siempre el pase ayudado por alto, sin enmendar la plana, mayestático e inhiesto como la bandera de la escuela sevillana que paseó triunfal por los ruedos ibéricos, que en tan breve espacio de tiempo, a lo  sumo un mágico trienio, le catapultaron a lo más alto del toreo.

     Pepín será siempre la gaonera dada como si de un ángel toreando con sus alas se tratase. Tan elegante que más que pase de frente por detrás era verónica invertida, que mecía a la res cuando se desplazaba por los vuelos de su capote.

     Pepín será siempre aquellas chicuelinas que nacieron en La Alameda y fueron adoptadas en la Macarena, para más tarde emanciparse cruzando el río y detenerse en Camas eternamente.

     Será siempre el natural sevillano y el molinete trianero girando en la cara del toro… Valentía y gracia a partes iguales. Pinturería y femorales abiertas de citar con la verdad por delante.

     Todo aquello que la cámara del hijo del fotógrafo Baldomero supo captar para la historia, y que durante décadas fue abono para que germinasen ramilletes de toreros en las noches de estrellas, cuando todos queríamos ser ‘Currito’ y sólo unos pocos elegidos lo lograban. Porque ese ha sido el gran legado, nada más y nada menos, que Pepín Martín Vázquez, más allá de su toreo, o podríamos decir pespunteado a su toreo, ha dejado para la Fiesta. No habido otro torero que haya atraído más aficionados para la causa que los que cada jornada de cine captaba Pepín convertido en huérfano de convento.

     Y curiosamente pasaron los años y no hubo un exégeta que interpretase la extraña paradoja de por qué la masa lanar sepultó a la persona a través del personaje. Que explicase que el creador de aquellas magníficas faenas a los ejemplares de Bohórquez, en la mítica tarde de la Beneficencia del 16 de julio del 47, que nunca se hacían añejas en la pantalla, estaba a dos pasos, ahí mismo en Sevilla, olvidado por tantos y evocado por tan pocos.  

«…pasaron los años y no hubo un exégeta que interpretase la extraña paradoja de por qué la masa lanar sepultó a la persona a través del personaje…»


     Faltó aquel que describiese en tinta el doloroso trasiego nocturno a bordo del famoso Buick azul de Manolete desde Valdepeñas a Madrid, buscando el socorro del mismo doctor Jiménez Guinea que días más tarde recorrería la cálida noche agosteña en auxilio del dueño de aquel automóvil, envidia de tantos, que le había traído el lacerado cuerpo del hijo del señor Curro.

     Han faltado tantas cosas que al final se marcha Pepín sin el brillo de medallas injustamente debidas. Pero al menos se va con el recuerdo de aquéllos que cuando veíamos a algunos de sus más íntimos conocidos, en donde El Vito era como siempre Rey, no dejábamos de preguntar por la persona, no por el personaje.

     Hasta siempre, ¡maestro!


*Antonio Girol es periodista taurino pacense, director del portal www.badajoztaurina.com y del programa ‘Al quite’ de Cope-Badajoz, así como colaborador habitual en otros medios.


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