El cartel del escándalo

Vuelta la burra al trigo

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Los toros del escándalo, uno a uno. (FOTO: Matito)
Los toros del escándalo, uno a uno. (FOTO: Matito)

«…Todavía rezongan ecos de fracaso por sobre la balaustrada de la Maestranza de Sevilla. Tarde en la que pretendieron lidiarse cuatro mocitos de la ganadería de Zalduendo, remendados por un par de reses medio pensionistas. Una vergüenza sin parangón. Un desatino imperdonable…»

Francisco Callejo.-

     Todavía rezongan ecos de fracaso por sobre la balaustrada de la Maestranza de Sevilla. Aún no se ha sacudido el enjaezado de sus tablas la modorra de aquella tarde anodina y espesa, burocrática y gazmoña, aturdida y nefanda en que San Miguel convocaba como epílogo de un año de toros, a Morante, el Juli y Manzanares en un mismo cartel. Las circunstancias impidieron que este último lograra llegar a la cita, siendo sustituido por un presuroso Oliva Soto que se sacudió el toreo más que realizarlo y al que la delirante imaginación de los empedernidos entusiastas pretendió hacerlo pasar por el mal menor. Una tarde flemática y desdibujada, inerte y especulativa, que no vino sino a poner de balde la caótica fauna comercial que mueve los hilos taurinos.

     Tarde en la que pretendieron lidiarse cuatro mocitos de la ganadería de Zalduendo, remendados por un par de reses medio pensionistas que habían establecido su morada en los corrales maestrantes. Una vergüenza sin parangón. Un desatino imperdonable. Un oprobio con cargo al debe del que es responsable todo el organigrama taurino. Tres toreros de esa capacidad, llegados a Sevilla con el esportón saturado de éxitos y un año a las espaldas en que quisieron significarse vestidos de civil como depositarios de las esencias de esta longeva liturgia, nunca deberían de haber pisado la Maestranza echando las tres cartas de la manera tan infame e ignominiosa como lo hicieron.

     Naturalmente, poco se puede decir de individuos como Canorea, o Ramón Valencia, cuyo pelaje responde al del omnímodo depredador en que consiste todo empresario taurino. Lo de la autoridad no viene a ser sino el enredo trapisondista de funcionarios ociosos que montan su paripé sobre el andamiaje de su precariedad cognoscitiva en ayuntamiento con su impenitente afán de notoriedad. Y lo de los toreros… Lo de los toreros no tiene perdón de Dios. No basta con torear en las ferias de relumbrón. Ni siquiera es suficiente triunfar en ellas. De ahí el mérito y la dificultad de ser torero. Es imprescindible significarse. Dar un paso más allá. Inferir lo que está por ver, barruntar lo improbable, adelantarse a los acontecimientos. Un torero ha de ser prácticamente un visionario.

     Tasar alfombras de ministerios y departir con funcionarios de primer rango es algo que para un matador resulta perfectamente prescindible. Pero respirar la orografía de un ceremonial en crisis y abanderarlo como adalid, al estilo de aquellos diestros antañones, sabedores de que enarbolaban mucho más que una Fiesta, eso es lo que debe exigirse a la actual plana mayor de matadores. Gestos y gestas. Voluntades y esfuerzos. Torería.

     Cuando conocí el cartel del venidero Domingo de Resurrección en Sevilla supe que esto de los toros no tiene redención posible. De nuevo los tres matadores de aquel San Miguel. «Buen cartel», según el susurrante y cómplice decir de Búfalo. Y, sin duda, lo es. Pero cuando observé la ganadería de que darán cuenta, supe al instante que esta generación de toreros no ve más allá de la Play Station. Ese mismo cartel debería ir acompañado de una ganadería célebre y bienquista, prestigiosa y temible. La endogamia Domecq, cuando viene por tercera o cuarta vía generacional, no se merece el premio de pisar ese destellante albero. Estos toreros, como antaño hacían los de pro cuando tras una cornada repetían vestido y suerte, deberían haber tenido el gesto de dar y darse una oportunidad con una ganadería histórica y de cuajo. Porque la historia se escribe desde el día a día. Y crónicas y semblanzas en que se narran hechos, afortunados, o no, pero en adobo con hierros como los de Victorino Martín, Miura, Partido de Resina o Juan Luis Fraile dejan un poso de mayor calado que lo que se pueda narrar en aderezo con toros de Daniel Ruiz. Con toros de igual origen que los del más sonado y estrepitoso fracaso, no sólo de los empresarios, ni de la autoridad, ni del ganadero, ni de los toreros, sino de la propia Fiesta de los toros.


*Publicado en el portal lacharpadelazabache.com

EL ESCÁNDALO, PASO A PASO

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