Las relaciones que unen a Luis Mariscal con su hermano Salvador Cortés van más allá de las profesionales y hasta las familiares. Entre los dos existe un lazo de respeto, solidaridad, protección y supervivencia que los vinculan de forma estrecha, tarde a tarde, en cada una de las plazas de toros.
Francisco Mateos.-
Primero lo intentó su padre, Luis Mariscal, que soñó con la gloria del toreo y se quedó a medio camino como destacado banderillero. Y también su tío, Pedro Santiponce, que en muchas bravas tardes se jugó el cuello con corridas duras al buscar el difícil y casi imposible embroque. También su primo, Pepe Luis García, un estilista del toreo sevillano que apasionó a la Maestranza de novillero pero que tampoco logró la gloria grande de ser figura y se quitó del toreo.
El actual Luis Mariscal llegó a alcanzar lo que ninguno de los familiares taurinos de esta saga torera logró antes: salir por la Puerta del Príncipe. Una importante carrera de novillero la culminó poco antes de su lujosa alternativa en la Maestranza con una encerrona con novillos de Espartaco -al final lidió siete al pedir el sobrero- que se saldó con la gloria de salir a hombros por la Puerta más grande del toreo. Después, de matador, las cosas se pusieron muy difícles y la ausencia de corridas hizo que tampoco este ‘Mariscal del toreo’ progresara más allá en el escalafón de matadores.
Mientras la carrera de Luis Mariscal como matador de toros languidecía, su hermano pequeño, Salvador Cortés, despuntaba como aventajado alumno de la Escuela de Tauromaquia de Sevilla, aprendiendo de los maestros Chaves Flores, Tito de San Bernardo y Curro Puya. Fue haciéndose un hueco entre los novilleros y sus actuaciones en la Maestranza se contaban por triunfos. Hasta que llegó el día de su alternativa y ya de matador logró el mayor hito en la saga de los ‘mariscales’: salir a hombros como matador de toros -y no una, sino hasta tres veces- por la Puerta del Príncipe de Sevilla.
Luis Mariscal, que andaba retirado del toreo activo -aunque no desvinculado del mundo taurino- entrenaba con su hermano pequeño casi a diario, le acompañaba desde el callejón cada tarde y se convirtió en su ‘segundo padre’, más que en su hermano mayor. La incipiente carrera de Salvador le impulsó a tomar una decisión nunca fácil de digerir para quien ha vestido de oro y hasta ha tomado la alternativa en la Maestranza y sacado a hombros por su Puerta del Príncipe: vestirse de plata y hacerse banderillero. Pero la carrera de su hermano lo merecía, y también las carreras de su padre y su tío eran ejemplos de que también existe la gloria entre los de plata. Cogió capote y palos y fue haciéndose un hueco importante entre los banderilleros.
No cabía mayor tranquilidad y seguridad para Salvador que saber que su hermano mayor estaba en los corrales cada mañana de corrida para el sorteo, para enlotar, para contarle a la llegada al hotel cómo son -de verdad- los toros de la tarde… Luis se convertía así en algo más que su banderillero de confianza o su hermano mayor… De hecho, Luis ya se había convertido antes de hacerse banderillero en ‘algo más’ para Salvador. Fue en un festejo en la Maestranza, cuando un astado le asestó un seco derrote a Salvador directo al cuello y el torero quedó conmocionado por el tremendo pitonazo. Luis, el hermano mayor, que aún no era banderillero, no dudó en saltar al ruedo -vestido impecablemente de calle- para asistir a su hermano. Fue el primero en llegar y, aunque todo quedó en el tremendo susto y la herida de guerra de una cornadita de espejo en la barbilla, Luis Mariscal supo desde ese instante lo que era empaparse las manos de la sangre de su propio hermano. Hermanos de sangre.
Luis Mariscal, incorporado ya a la cuadrilla de su hermano Salvador, se convertía en su sombra, dentro y fuera de los ruedos. Era quien le acompañaba en los tentaderos, quien viajaba con él a recoger los premios, quien le embestía en el carretón,… Era quien desde el burladero le aconsejaba: «Salva, cuidado por el pitón derecho que aprieta…», «Dale más distancia, Salva, que lo estás asfixiando…», «Que tienes las dos orejas cortadas, torero… ¡Vamos a reventarlo con la espada…!» Luis Mariscal veía en Salvador lo que ni su padre, ni su tío, ni su primo, ni él mismo habían logrado conseguir: abrirse camino temporada tras temporada en el complicado escalafón de matadores.
Pero hubo más ocasiones para vivir de cerca la tragedia de ver derramarse sangre de tu sangre. En plena Feria de Málaga, en 2007, Salvador Cortés era empitonado por el vientre. ¿Quién, si no Luis Mariscal, iba a ser el primero en llegar a auxiliarle? Le faltó tiempo para levantarlo, meterle la mano entre el chalequillo y la camisa, sacar la mano… y de nuevo la misma imagen: mano roja de sangre de su sangre. Con celeridad junto a sus compañeros de cuadrilla y hasta Rivera Ordóñez -de paisano- lo llevan hasta la enfermería… Hermanos de sangre.
Y más reciente, en la temporada pasada, en Las Ventas, cuando comenzaba a tomar vuelo la faena de Cortés, de nuevo volando por los aires y la certera cornada en el muslo izquierdo,… también el muslo izquierdo. ¿Y quién, si no Luis Mariscal, iba a ser el primero en llegar hasta Salvador Cortés para quitarle al toro y llevarlo en brazos hasta la enfermería? Y otra vez un boquete en la carne de su hermano pequeño, de su matador, y otra vez la mano llena de sangre, y otra vez en los brazos protectores y tranquilizadores camino de una enfermería. «No pasa ná, Salva, que ya llegamos a la enfermería; no parece grave…» Hermanos de sangre.
Pero el traiconero destino le tenía reservado a Salvador Cortés una crueldad que ni imaginaba. El pasado 15 de agosto, en la Maestranza, todo parecía ir bien, una nueva tarde de triunfo y con la Puerta del Príncipe entreabierta con una oreja ganada en el primer toro. Había un segundo de Peñajara, astifino, con cara, ofensivo. Luis Mariscal se perfiló para el primer par, ‘voló’ hacia el embroque, sacó los palos y clavó arriba. Quedaba su segundo par. Ahora por el derecho. Tenía que ‘calentar’ el ambiente; y no sólo por intentar lucirse él y desmonterarse -eso es secundario para tan buen banderillero-, sino para poner al público propicio para la faena de Salva, su hermano pequeño… Cita de lejos, con los palos arriba y abiertos, comienza el cuarteo hacia el pitón derecho pero el toro se gira hacia las tablas y se descoloca. No se podía cortar la emoción del momento con un par de capotazos para ponerlo otra vez en suerte. Eso enfriaría al público, debió pensar. Y además podría ‘malear’ al toro. Sin capotazos, sin ponerlo en suerte de nuevo. Cambio hacia el pitón izquierdo, sacando los palos desde abajo, cuadrando en la cara, clavando arriba… y en ese momento la tragedia que todos ya conocemos…
Sentado en el albero, tiñendo de rojo la arena con grifos de sangre de su pierna, ya no podía ser Luis Mariscal quien aconsejara momentos después a su hermano pequeño en la faena… Luis dejaba de ser el ‘segundo padre’ de Salvador y era éste quien iba a sentir lo que sintió otras veces Luis Mariscal. ¿Quién, si no Salvador Cortés, iba a ser el primero en llegar hasta su hermano Luis? Ahora le tocaba a él, a Salvador, ser quien se empapara las manos de sangre de su sangre. Quien llevara sus manos a los boquetes de la tremenda cornada de su hermano mayor, quien ejerciera de ‘segundo padre’ de Luis,…. y quien lo llevara en brazos camino de la enfermería. Hermanos de sangre… pero de sangre de verdad.
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