«…De cómo cuando el resplandor del sol poniente, reverberando el río, se escapaba por los nuevos tendidos altos del 12, una luz dorada de atardecer sevillano alumbraba la arcada de la Puerta del Príncipe para que bajo ella pasase un joven torero hecho maestro…»
Manuel Viera.-
¿Que fueron pocos? Quizá. Pero los que se dieron fueron de órdago. Extraordinarios triunfos de quienes asumieron el papel de verdaderos artistas. De quienes emplearon en el ruedo los elementos necesarios para crear y emocionar. Quienes torearon y triunfaron. La complejidad de comunicarse mediante códigos de valor, calidades, cualidades y virtudes, expuestos ante la fuerza bruta y la fiereza animal con la necesaria flexibilidad de ideas, la técnica y la sapiencia de conceptos, la hallaron tres colosos del toreo: El Juli, Manzanares y Morante. Ellos, tradujeron en proposiciones abiertas, y siempre emocionantes, el lenguaje no hablado del toreo.
Si le dan para atrás a la cinta del recuerdo visualizarán escenas de tardes de toros de Feria de Abril. De momentos y emociones. De toreo. De cómo cuando el resplandor del sol poniente, reverberando el río, se escapaba por los nuevos tendidos altos del 12, una luz dorada de atardecer sevillano alumbraba la arcada de la Puerta del Príncipe para que bajo ella pasase un joven torero hecho maestro que, antes, había desorejado a toros de El Ventorillo tras dos soberbias obras seculares y mágicas.
Y cuando en la plaza, anegada por el aluvión de emociones, de nuevo emerge el toreo no sujeto a más condicionantes que aquellos que va dictando la coherencia dimanada del impulso creativo. El toreo que brindó Manzanares, dando réplica a El Juli, para construir otra obra de bellos momentos de una tauromaquia clásica, refinada, de elegancia y transparencia indiscutible, de enorme valor, y con la que transmitió contenidos profundamente emotivos tras poderle a un toro de Torrealta manso y complicado.
Y… Morante. Quizá, el enorme esfuerzo no sea lo habitual en la tauromaquia del genio, pero la épica de la faena a un sobrero con peligro de Javier Molina hizo poderoso a quien supo adaptarse a las condiciones del toro, como el vestido de torear se adapta al cuerpo del torero, para salir airoso de una faena que olió a gesta. El valor, la conquista y el orgullo habitaron esta vez en el que nos tiene acostumbrado a provocar emociones en cada tarde con su toreo de fantasías. Y así, con su otra verdad, Morante, volvió a mostrar su arte peculiar y distinto, agotador que no agotado, y de absoluta pureza.
Esto fue lo mejor de una Feria de Abril en que algunos de los pilares que la sujetaban a punto estuvieron de derrumbarse. El Cid, Miguel Ángel Perera y Daniel Luque han salido ‘tocados’ de una Feria que no fue la suya. Otros, venido a menos, se marcharon de Sevilla con liviano equipaje con el solo objetivo de reivindicarse en Madrid. Mientras que algún que otro desconocido, sin más bagaje que sus ganas, su esfuerzo y su toreo, le hicieron apostar a la fuerza, y ganó. Ganó Oliva Soto, y algunas otras jóvenes promesas que sin firmar lo hecho dejaron huella de su toreo en el albero de la Maestranza.
Esta fue la Feria de Diego Ventura. Y ha vuelto a ser de la ganadería de El Pilar, y quizá de las de El Ventorrillo y el Conde de la Maza, pero no de la de Victorino, la Dehesilla y Gavira. Feria también de El Boni, Curro Javier, Luis Mariscal, Curro Molina, Montoliú, Alventus, Benito Quinta, Chocolate y algún otro que se sintió torero vestido de plata y chaquetilla dorada. Esta fue la feria de los triunfos apoteósicos y los fracasos desesperantes.
Esto fue Sevilla. Ya espera Madrid.
*Manuel Viera es redactor y responsable de las crónicas de Sevilla Taurina, así como miembro del equipo del programa ‘Toros y Punto’, de Punto Radio Sevilla. (manuelviera.com).