Antonio Girol.-
Definitivamente los aficionados a los toros somos los más pacientes de cuántos aficionados hay a cualquier actividad o arte. De lo contrario no se entiende ese franciscano temple, rayando la resignación y la mansedumbre de espíritu, que evidenciamos tarde tras tarde, aguantando estoicamente que nos tomen el pelo a cambio de un buen puñado de euros. Resignándonos a la burla que empresarios logreros perpetran sobre nuestros bolsillos y, lo que es peor, sobre nuestras ilusiones, sin más algarada que unas cuantas palmitas de tango o a lo sumo unos silbidos esporádicos.
Impasibles ante la farsa a que nos someten cada temporada esa reala de agiotista que con la sacaliña de los abonos especulan abusivamente, sobre seguro, con perjuicio para esos terceros, los aficionados, donde en algunos casos, hasta tienen que pasar por taquilla antes de conocer los ajustes. Estos picaros, truhanes del agiotaje, don Pablos burlescos, que caminan de señor en señor, en busca de honra y virtud con que tapar sus miserias y pervivir acogidos al sagrado que les otorgan caducas herencias abintestato con olor a naftalina, remiendo y arca vieja. Y la mayoría de las veces, propiedades de plaza con sones campanudos a lo Don Toribio Rodríguez Vallejo Gómez de Ampuero y Jordán, quienes al igual que el famélico hidalgo empiezan por don y acababa en dan.
Es vergonzante observar cómo hacen mofa y befa de esa buena fe del aficionado que se deja parte de su pecunio para ver un espectáculo digno, y a cambio le entregan un sucedáneo indigno de una fiesta en que la vida juega al ‘tú a tú’ con la muerte.
Hago toda esta reflexión después de observar, con congoja y aflicción, el muestrario que ha saltado en los primeros festejos de preferia en el ruedo de la Maestranza. Animales más propios del insulto y el desprecio que de la honra que les ha de otorgar su majestuosidad innata de señores de la dehesa. Los toros podrán tener mejor o peor fondo de bravura, nadie lo niega. Ahí es el ganadero el que debe devanarse los sesos para buscar en su fondo de armario sus mejores galas para el escaparate sin igual que es Sevilla. Pero lo otro: la presentación, el tipo, el trapío en suma. Esa palabra que algunos Reglamentos Autonómicos han fusilado vilmente, entre ellos el andaluz; y viendo lo de esta semana se entiende el porqué es responsabilidad directa, única y exclusivamente de la empresa que manda al campo a su panda de veedores, y luego van y compran.
A Sevilla deberían venir, única y exclusivamente, aquellos hierros que esteviesen en mejor forma; o dicho de otro modo, aquellos que tengan una mayor regularidad en los últimos años, no sólamente en esta plaza. Claro que algunas de esas vacadas piden lo que merecen y ahí chocan con el avaro Dómine Cabra de turno, que ladinamente se da traza a mantener a dieta a una afición a la que adormece con su perorata, y hasta convence de las bondades de su régimen, para que no se retuerza en la laceria en que vive sumida.
Aún hoy, justo cuando ya llevamos dos jornadas de esos carteles que a los cursis relamidos gustan llamar fuertes, más una merecidísima Puerta del Príncipe de El Juli, y por chiqueros han saltado toros importantes de dos divisas a las que me refiero más arriba, me continúa asaltando la misma duda, transmutada en interrogaciones en mi cabeza. ¿Necesita Sevilla esta moda de presuntas corridas mal llamadas duras en el inicio del abono?
Sinceramente, no. Y es una práctica que no acabo ni de entender ni de comprender. Una moda impostada e importada en los vagones del AVE al ritmo casposo de la ‘Macarena’. Ahí están los carteles de antaño para desbaratar esta nueva tendencia empresarial. De siempre en Sevilla vivieron, mezclados en el serial, hierros de patas más duras con otros más bonancibles, pero este remedo de mini semana torista, sin serlo, jamás existió prácticamente hasta que las traviesas de tren empezaron a cortar los llanos de Criptana con dirección a las aguas del Guadalquivir.
Apremia, por tanto, hacerse mirar esta idiotez de tener que formalizar carteles con ganaderías que, indistintamente de su estado de forma, tengan que lidiar en Sevilla por imperativos de un guión tan descabellado como absurdo e impropio de una plaza y una afición a la que han querido unificar con calzador. Y lo que es peor desnaturalizar por efecto de la globalización que aporta la tele.
Como también urge dar unas cuantas vueltas por el cedazo a todas esas ganaderías, no necesariamente con el remoquete de duras, que repiten año tras año amparadas en no sé qué viejos recuerdos, los cuales no deberían prevalecer más allá que el que de verdad debiera importar, el recuerdo de dos, tres o hasta cuatro toros, y miren si soy benevolente que no pido ni una corrida completa, que metiesen la cara y durasen algo más que para tres verónicas y una media arrebujá.
Y de paso, es imperieso buscar ganado acorde con la importancia que tiene una Feria donde hay tantas ilusiones de aficionados depositadas en poco más de dos semanas sin importan ni nombres, ni apellidos, ni procedencia geográfica.