La ganadería de Benítez Cubero suma más de un siglo criando toros de lidia en tierras sevillanas. Ancladas sus profundas raíces en las tierras de la finca ‘Los Ojuelos’ de Marchena, sus paredes encaladas y patios empedrados, al cobijo de grandes palmerales, han visto pasar el tiempo, camada tras camada. La familia Benítez Cubero abre sus puertas a SEVILLA TAURINA para mostrarnos cómo es su vida diaria en esta finca sevillana y asistir al tentadero a campo abierto de unos utreros para poder aprobarlos como sementales.
(ACCESO DIRECTO A LA GALERÍA GRÁFICA)
José Luis López.-
Esta semana, nuestra excursión campera por la ganaderías sevillanas nos lleva por tierras de Marchena, término municipal donde esta situada la finca ‘Los Ojuelos’, propiedad de José Benítez Cubero Pallarés.
Iniciamos nuestra ruta desde Sevilla por la autopista del 92, en dirección a La Puebla de Cazalla, donde nos desviamos por la carretera A-380, buscando el bello pueblo de Marchena en la provincia de Sevilla. Cuando llevamos apenas 11 kilómetros desde que abandonamos la autopista, extremamos nuestra atención para no pasarnos de ‘Los Ojuelos’, ya que las obras del trazado ferroviario del AVE Sevilla-Málaga han cambiado la fisonomía del paisaje de la finca, además de reducirla en 40 hectáreas por necesidades de construcción de la línea ferroviaria.
Hemos tenido suerte, y a pesar de encontrarnos con grandes movimientos de tierra y pasos elevados para el tren, conseguimos dar con el carril, perfectamente cuidado, que nos lleva al centenario cortijo ganadero. La mañana se presenta fresca y algo nublada. Un fuerte viento de poniente hace pitear a los toros que habitan esta histórica dehesa. En el silencio del campo presagian con sus bramidos agudos e interrumpidos el cercano devenir de algún peligro o fenómeno anormal. Este pitear también se puede escuchar adivinando la lluvia o el calor en los tórridos días veraniegos.
En las 1.300 hectáreas de la finca ‘Los Ojuelos’ pastan los toros de la ganadería de Benítez Cubero, que se creo allá por el año 1825, con reses de procedencia Cabrera, Vazqueña y Vistahermosa, por Diego Hidalgo Barquero. En 1910, José Domecq la aumento con ganado de Felipe Salas (origen Hidalgo Barquero y Cabrera) y Parladé. Fue en 1929 cuando la adquirieron los señores Pallaré Delsorts, bisabuelo y tío del actual propietario, que la vendieron en 1935 a José Benítez Cubero. Desde esta fecha conserva el hierro actual, aunque las reses que se lidian lo hacen indistintamente con los dos hierros de la casa, Benítez Cubero o María Pallarés.
Especialistas en corridas de rejones
Esta ganadería sevillana es una de las históricas en la cabaña brava española, de las que más tiempo llevan en manos de la misma familia y, actualmente, una de las que más lidian en festejos de rejones (más de 120 reses el pasado año). El ganadero está contento con el momento dulce por el que pasa su vacada y el estatus que goza en el panorama ganadero. Él mismo lo confirma: «Prefiero ser cabeza de ratón, a tener que comenzar de nuevo el día a día de lidia de mis toros por esas plazas menos conocidas, para demostrar que pueden lidiarse en festejos a pie». No hay que olvidar que esta ganadería ha dado momentos de gloria a la Fiesta, como la de aquella tarde triunfal del 29 de Abril de 1965 en la Maestranza sevillana, con Curro Romero, Paco Camino y Diego Puerta en el cartel.
El tiempo parece detenerse, cuando llegamos al caserío principal y desde un espectacular jardín de palmeras nos adentramos en el patio empedrado del centenario cortijo, a través de un profundo arco en el que se encuentra un mosaico del hierro de Benítez Cubero, encima de lo que fue la ventana de la antigua pagaduría, enfrontilado con otro de la Virgen de Ntra. Sra. de la Sierra, patrona de Cabra, en la provincia de Córdoba, patria chica de la familia Benítez Cubero.
Aquí se respira un aire preñado de sabor campero. El patio, al que dan sombra granados y árboles del paraíso, está presidido por un gran brocal de pozo cubierto con multitud de maceteros, en los que predominan los geranios. Por él se accede al interior de la residencia familiar habitada todo el año, y llena de recuerdos ganaderos de otra epoca.
El mismo aire de dehesa andaluza también se respira en el campo abierto, donde los berrendos de Hidalgo Barquero destacan por sus peculiares capas, acompañados de toros negros, que es el pelo predominante en la ganadería. El padre de José Benítez Cubero, decía: «Hay que tener mucha calma en las faenas camperas; al ganado bravo no se le puede andar con prisas». Lo pudimos comprobar en el apartado de unos utreros, elegidos para sementales, tras una tienta en el campo y una exigente selección de reata.
Comienza la faena campera
Las manos sabias del mayoral Antonio Ortiz, conocido entre los taurinos como ‘El Largo’, manejan las riendas de su caballo y las de la faena, con destreza y sin prisas, como le gustaba y le gusta a los ganaderos de esta casa, no en vano lleva en ella desde que tenía cuatro años de edad. Los cabestros le obedecen cansinamente, disimulando la operación de arropar a los novillos, que uno tras otro, lentamente, van siendo apartados y llevados a los corrales de la placita de tientas, donde le cortarán las puntas de los cuernos, para que a la hora de las cubriciones, que en esta casa se realizan tradicionalmente desde el día de Reyes hasta el de San Antonio, no se hieran en las peleas que sostendrán con otros sementales, antes de ser enlotados con el grupo de vacas que le corresponda.
Una vez en los corrales, toda la familia -con una afición desmesurada- participa abriendo y cerrando puertas de los chiqueros. Pilar Buendía, esposa de Pepe, viene de una familia de ganaderos y da ejemplo a sus hijas María, Pilar y Sofía, para llevar a los novillos hasta el cajón de curas donde se despuntarán antes de dejarlos en la libertad que se han ganado en el tentadero, disfrutando del campo el resto de su vida.
Los potros de la ganadería caballar de esta casa, nos miran con atención y curiosidad cuando abandonamos ‘Los Ojuelos’. Llevamos la impresión de salir de una maravillosa máquina del tiempo, pero las obras del ferrocarril nos devuelven a la realidad. En nuestros oídos continúan sonando los bramidos agudos e interrumpidos de algún berrendo al que no le gusta el viento de poniente; en nuestro corazón nos traemos la hospitalidad de una familia ganadera sevillana.
(ACCESO DIRECTO A LA GALERÍA GRÁFICA)
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