FOTO: Cabrera (burladero.com)
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Ignacio Cossío.-
Hizo temblar a Sevilla y en Madrid ha impuesto la ley seca. Su único mandamiento se basa en dejar secos, boquiabiertos y hundidos a todos sus compañeros con quien comparte cartel. Nada ni nadie le detienen, viene a llevarse a todo el mundo por delante y ríanse del pundonor de los Girón o del mismísimo Gallito, esto es otra cosa. Está claro que a estas alturas de la película no tiene adversarios sino detractores temerosos que observan resignados cada tarde cómo va destronando uno a uno todos los dioses del Vaticano. Que se prepare José Tomás, pues es el primero que tiene bien presente en sus oraciones, nada más hay que verlo para saber a quién quiere arrebatar el cetro de la Fiesta.
En la tradicional corrida de la Prensa firmó su mejor crónica a base de ambición, inteligencia, pureza y mucho valor; ése que no se aprende por muchas revistas de toros que se lea en el panorama actual. Este no regalará el oído a nadie pero torea, como lo hizo el pasado martes, como una figura consagrada. Al final no abrió su anhelada puerta grande a causa de su pésimo juego con la espada pero hasta el momento nadie ha toreado con tanta autoridad, raza y carácter en lo que llevamos de Feria de San Isidro.
Ante dos toros de Parladé noblotes pero muy descastados y que no se brindaron al toreo en redondo, dio una auténtica lección de cómo y cuándo hay que arrimarse para ser alguien en esto. Se montó y hasta mondó literalmente a los dos animales. El viento también en aquella tarde castiza y asombrosa pareció más bien perseguirle hasta la misma boca de riego, y andaba igual donde se fuera; allí estaba Eolo, como el peor y más desagradecido compañero de viaje y cruzada. Su momento llegó al fin en la capital de España y pudo por momentos disfrutar de las mieles del triunfo a pesar que no pudimos saborear el resto de su otra gran especialidad, el largo y profundo toreo de capa made in Genera.
Pero vayamos directos a sus dos faenas. La primera comenzó desde el centro de la plaza toreando en redondo muy despacio, con la muleta adelantada, planchada y bajando levemente la mano en cada envite. Las tres series efectivamente nunca tuvieron la continuidad deseada a causa de las carencias más que evidentes del oponente, pero en cada muletazo, en cada glorioso pase de pecho, en cada desplante torerísimo, hubo mando, seguridad y esa quietud alojada en la inteligencia que le hace asomarse, una y otra vez, al territorio sagrado del toro. Si con la diestra estuvo fino, no digamos lo quieto y lo valiente que estuvo también con la izquierda y con las tres bernardinas finales: daba gloria verle, su figura crece por actuaciones.
Daniel es un zorro, hace lo justo para dominar, vencer sin exponer un alamar, es increíble pero es cierto, ese es su gran misterio y su gran magisterio. Cómo olvidar aquellos cuatro cambios por la espalda. No hay mayor victoria frente a un toro que hacerlo pliegues en ocho sin enmendar la posición. Ese es el valor inteligente, el que nadie ve pero ahí esta, alojado en la genialidad del talento anhelado por los mediocres y desamparados por los nuevos progres de la tauromaquia. Miren ustedes: yo soy de Luque decididamente, pero no ahora, sino desde que lo vi por vez primera en Mirandilla recetar el primer pase de pecho. Entones ya presentí algo especial en aquel niño rubio sevillano; era algo así como un cruce entre el toreo de Paco Camino y el de Paco Ojeda. Tiene la inteligencia y naturalidad de uno; y la capacidad y elegancia del otro. Esa paradójica fusión lo volví a ver en Madrid cuando Luque se cruzaba al pitón contrario y llevaba completamente embebido en su muleta a su primer toro bajo un silencio sonoro del pueblo de Madrid. También el tendido del siete plegó sus velas y asintió; fue una revelación para la gran mayoría de los allí presentes.
Su toreo ya no consta tan sólo en no dejarse coger sino el torear más cerca, dominar cada vez más al toro hasta hacerse dueño de sus embestidas como religión y dogma de su nueva estética del toreo inventada por él, fruto quizás de una búsqueda constante de perfección sublime para y por este arte tan cambiante. Perdió dos orejas con la espada pero ganó la consagración en Madrid. Ahora saben todos que existe y que no viene precisamente de paseo; tendremos sorpresas este jueves.
En el toro de la despedida volvió a relucir su portentosa diestra con cuatro series hilvanadas in extremis gracias al torero que no cejó en su empeño de triunfar. Luque lo que tiene es mucho motor y un valor que da un susto al miedo. Un detalle: sus pases de pecho parecen muertos en el aire, su muleta se detiene y apenas hace correr a sus dedos por el estaquillador, todo en él parece milagroso y redescubierto por vez primera. La combinación del toreo por bajo junto a aquellos desplantes como el de la firma y sus célebres cambios de mano por la espalda, son los que más éxito han despertado entre el público venteño, el mismo que presenciando aquella faena perdió con su toreo la concepción del riesgo antiguo por otro más real y actual, el de jugarse la vida con sagacidad y distinción. Claro que de eso ya apenas queda en la botica del escalafón. Eso sí: le sigue fallando la espada, esa espadita buena que si entrase mejor podría venir de otra manera a Sevilla y al frente de su cuadrilla lucirse por la Alameda. Como balance final obtuvo una oreja que bien pudo cambiar por tres si hubiera matado bien y a la primera, y es que no hay comparación posible entre sus virtudes ya reseñadas y la ejecución de la suerte suprema; en el momento que lo resuelva dejará a todos detrás. Estoy seguro de ello.
*Ignacio Cossío es escritor y periodista taurino sevillano de Onda Cero-Sevilla, lostorosenlaonda.com y elcossio.com
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