Javier García-Baquero.-
Esta es ya la Feria de los hombres, la de los que vienen a cara de perro, no quieren tonterías, ni ponen excusas, la de los que ganan y pierden, la de los toreros machos, aunque ahora sea expresión políticamente incorrecta. Ahora ya no caben eternos aspirantes, pagamedios, fracasados, meapilas, beatones, buscavidas, curitas, mindundis, justificadores, buscaferias,… llegó la hora de la muleta planchada delante de la cara del toro, los pies asentados y la cabeza en el triunfo. Ya no se van toros sin torear, ni toreros sin darlo todo.
Me lo dijo un advenedizo, nuevo taurino, pero importante, de los que ha visto más corridas en Las Ventas que en los pueblos, de los que no ha visto una sin picar si no es un tentadero con 'güisquis' y guasas de cortijos, de los de tres frases hechas, buen ladrón de oído y amante del dogma y la pureza. Una noche que el muchacho estaba a gusto, hará unos cuatro años, se gustó el prenda cuando me espetó:
-"Era claro lo de El Juli, ya lo decía yo, antes es que tenía cara de monaguillo, y caía bien a las madres y los padres le perdonaban todo, pero ahora se le ha puesto cara de sacristán y ya pasó el bluff, ahora uno más y a llevárselo".
Olé, ojo de lince, le llamo yo a esa capacidad de augurar y observar. Pues sí hijo, ya lo ves: de monaguillo a sacristán, a cura de pueblo, a obispo de provincias y hoy el madrileño, vestido de cardenal con aspiraciones papales. Tenía usted razón, hundido en la miseria de la sacristía de cotilleos y confesiones, de los hurtos al cepillo y del mercadeo de indulgencias cual el seboso besucón de la regenta… Se decía en mi pueblo "Olé tus huevos, capao". Acertaste de pleno, los equivocados de esto seguimos disfrutando de su toreo de catedral, de su ascetismo de eremita, de su sencillez de monje de Silos, de su grandeza de mandón; arrepentidos los quiere el Señor, venga y disfrute.
El Juli ha dejado sentado en sus dos tardes de Sevilla quién lleva la manija de esto. Dos tardes, dos orejas y sobre todo, otra vez el corazón de Sevilla con Julián. Con tele y sin tele, sin irse, sin volver, sin rebaba, sin Domingo de Resurrección, sin dudas. Ha venido Juli a Sevilla como hay que venir, desde los lances con el capote de gusto y poder, con las ganas de quien no tiene el Freixo, uno de los cortijos más bonitos del mundo, con la responsabilidad del hombre, la responsabilidad que nace de uno mismo, de querer ser el mandón en esto y las condiciones innatas del privilegiado. Sevilla le ha respondido como lo hace con sus toreros, con respeto, exigencia y cariño. Hoy al descastado y noble segundo le ha cortado una oreja de peso, tras ignorar al belicoso Eolo, y al inexistente quinto le ha dado lo que podía, ni ha intentando ponerse 'pesao', hasta en eso torero, hasta en eso de Sevilla.
Rivera es un cura de los gordos, de los de partida diaria con las fuerzas vivas de la localidad, de la BBC (ya saben: bodas, bautizos y comuniones) simpático y aparente, de Iglesia de piedra en pueblo rico, rabadana en la casa parroquial y un buen pasar por este valle de lágrimas. No aspira al cardenalato, ni siquiera a ser magistral de una catedral, quiere sus pueblos, sus misas pagadas, sus bulas de intercambio y pocas dudas metafísicas. Hoy, sin embargo, en un ataque de responsabilidad, el toro le ha podido mandar al limbo de los toreros, lo cogió para matarlo y se libró por tablas. Además de eso, las homilías largas, muy largas, sólo destacar dos buenas estocadas fruto de su paso por los mejores seminarios. Lo de las banderillas… bueno, pues eso, ya sabe usted.
José Mari Manzanares es 'un hijo de' que no va de eso, sacrilegio, pero torea mejor que su padre, es más largo, más contundente, más completo. Hoy ha dibujado en el albero maestrante sus conceptos, su trazo largo y hondo, su sentido estético y romano de una ceremonia que en sus manos se hace sacra. ¿Cual era el bueno? me preguntaba un colega ¿el derecho o el izquierdo? No hijo, no; el bueno era el alicantino. Es un cardenal de la curia romana, no sabe ni quiere pregonar lejos de los mármoles de las basílicas, ni en romerías. Un torero grande que domeñó al fiero sexto y en una faena de menos a más, que acabó con una serie de Capilla Sixtina del toreo y uno por bajo del que sentiría envidia Fidias. La estocada que recetó y tumbó al de Daniel Ruiz sin puntilla fue el colofón de una faena para el recuerdo.
P.D.: –Sr. Canorea, ¿no se merecía ésta, su plaza alquilada, este cartel con Perera? -Sr. Perera, ¿no se merecía usted el pitón derecho de ese cuarto toro?
*Javier García-Baquero es periodista taurino onubense de Cope-Huelva. / Publicado en Ámbito Toros.
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