Sevilla decadente

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1966

«…¿Eso es un toro? ¿Lo es con abrigo de pieles? Ya lo ha criticado muy bien Paco Delgado y defendido no tan bien el rey del artículo sevillano, Antonio Burgos, que termina con la conocidísima anécdota de la imposible erección del Potra. Pues creo que no. No es un cartel para Sevilla. Despojado de toda belleza, o Sevilla no tiene suerte, o los grandes artistas se acojonan, o no saben elegir los maestrantes…»


Ricardo Díaz-Manresa.-

     Los 75 años de la empresa Pagés nos llevan a una Sevilla decadente. No se sabe quién está peor: si la empresa de la Real Maestranza, con los acontecimientos de la de abril y San Miguel, o la Real Maestranza oyendo decir al teniente de hermano mayor, Guajardo-Fajardo, que "la mejor megafonía es la tablilla", aunque van a cambiarla. ¡Dios mío, qué barbaridad del responsable!. Se explicarán la razón de la decadencia. No se sabe quién es peor: los 'canoreas' o los 'guajardos'.

     Y en esta Sevilla decadente de los 'tendidos cubiertos', tiemblen ante los precios de la parte de gradas que remodelan poquito a poquito, en unos años, aunque es un cambio imprescindible y de la nueva y moderna megafonía, que no va a cambiar la arquitectura ni afectar al templo. Estén tranquilos.

     Y otra vez el cartel. Era imposible empeorar el de 2008, pero el nuevo me parece otro petardo. ¿Eso es un toro? ¿Lo es con abrigo de pieles? Ya lo ha criticado muy bien Paco Delgado y defendido no tan bien el rey del artículo sevillano, Antonio Burgos, que termina con la conocidísima anécdota de la imposible erección del Potra. Pues creo que no. No es un cartel para Sevilla. Despojado de toda belleza, o Sevilla no tiene suerte, o los grandes artistas se acojonan, o no saben elegir los maestrantes.

     Todavía están con lona sí, lona no. Todavía nos marean con drenaje sí, drenaje no. Todavía dudan de lo que harán cuando llegue la lluvia, que en Sevilla, pese a la película, no es una maravilla.

     Así que entre declaraciones incomprensibles y antidiluvianas, remodelación a pasitos de las gradas (que así se llaman pese al nuevo bautizo), el suspense sobre la megafonía, las dudas ante la lona, el debate sobre el drenaje, el amor al albero y el convencimiento de que poseen una catedral intocable y celestial, no dan una.

     Parecen personajes de otro siglo. Los unos porque son de la nobleza de la cuna, los otros porque han heredado monárquicamente la gerencia de la plaza y los clientes porque se callan siempre y no defienden nada ni protestan una sola barbaridad. Sevilla decae entre la indiferencia de los propios sevillanos y la frialdad del resto del planeta taurino, que no comprende y rechaza. Despierta Sevilla, que estamos en el XXI.

*Ricardo Díaz-Manresa es periodista. / Publicado en Avance Taurino.

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