OPINIÓN: Las miserias del toreo

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Castella, que se considera ya «martillo» en el toreo, se ha equivocado de «yunque». El sevillano José Antonio Campuzano no es el «yunque» sobre el que descargar sus iras de una temporada irregular. Sebastián Castella es un gran torero, pero un maleducado y un desagradecido. Con todas las palabras.


Castella y José Antonio Campuzano, caminos separados.

Francisco Mateos.-

     El toreo es grandeza; y grandeza multiplicada porque se logra a cambio de exponer la vida. Pero el toreo también tiene sus miserias. La Fiesta de los toros es tan grande que es capaz de absorber lo mejor y lo peor de cada cual. Lo mismo un torero está arriba que se desmorona su trono en semanas. Una profesión dura, durísima; al tramo final de la temporada me remito. Los toreros caen como soldaditos de plomo por los percances. Es la verdad y la grandeza de la Fiesta. Aquí se muere de verdad; no es simulado como en el cine o en el teatro.

     La Fiesta curte a sus hombres, a sus toreros, de una fuerte personalidad y de una dureza singular. Decía Paquirri que tenía que aprender a ser yunque para después ser martillo. El de Barbate aludía de forma tan elegante a los abusos y zancadillas que hay que superar -dentro y fuera de la plaza- en los comienzos para llegar arriba, pero que después, si se tenía la suerte de ser figura del toreo, todos esos golpes que había recibido mientras había sido yunque desaparecerían al coger el martillo del poder.

     Castella, que se considera ya 'martillo' en el toreo, se ha


Tan gran torero como desagradecido.
FOTO: Matito.

equivocado de 'yunque'. El sevillano José Antonio Campuzano no es el 'yunque' sobre el que descargar sus iras de una temporada irregular, muy buena en la primera mitad, espléndida, pero que se fue desfondando a partir de avanzado el verano. El mayor de los Campuzano acogió a Sebastián Castella en su propia casa cuando era un niño. Le enseñó la técnica, lo amamantó taurinamente, le buscó festejos, ha sido su sombra en el campo… José Antonio era su segundo padre. Un padre que no dudó en derramar su sangre por su 'hijo' cuando en América un toro cogía al francés y el sevillano se lanzó al ruedo a hacerle el quite, con la mala fortuna de que el toro terminó corneando a ambos.

     Ahora, con el transcurso de los años, Castella se planta delante de José Antonio y le dice: "Hemos acabado: ya no me sirves. No eres el hombre que necesito". Sebastián Castella es un gran torero, pero un maleducado y un desagradecido. Con todas las palabras. Torero frío con el público, con la afición y con la prensa. Apenas acude a recoger trofeos personalmente o a coloquios. No le gusta vestirse en hoteles donde haya aficionados. ¿Un tipo raro o premeditadamente raro? En cualquier caso un desagradecido y un maleducado.

     Curiosamente ha cortado la temporada -haremos un acto de fe para creernos que su médico 'particular' ha sido objetivo en su diagnóstico de anemia- cuando se le marcaban en el horizonte dos hitos de alto calado en el momento más bajo de su temporada: su encuentro con José Tomás en Nimes -su casa- y el mano a mano con El Cid en Sevilla -la casa del de Salteras y la segunda del francés-. A tres semanas vista, si Castella hubiera cortado la temporada a la par que se metía un chute de vitaminas y grandes potajes de lentejas -por aquello del hierro-, dejando bien claro que "El Cid que me espere en el ruedo de Sevilla, que allí estaré", hubiera dado miedo. Cortar la temporada por anemia a las puertas de estas dos importantes corridas y en vez de relajarse y recuperarse dedicarse a soltar los gatos que encierra en su barriga con el bueno de José Antonio Campuzano da otra imagen bien distinta.

     José Antonio Campuzano puede estar tranquilo. El sevillano ha hecho una labor extraordinaria. Nadie lo ha dudado y nadie lo duda. Lástima que no haya sido capaz de inculcarle el valor y contenido de las palabras agradecido y educado.

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