Ovación para Morante por elegante y templada faena a un noble toro de una malísima corrida de Juan Pedro Domecq, que acabó por estropear la tarde de gran expectación. Juan Ortega saludó tras la lidia de su primero y Pablo Aguado fue silenciado tras sus dos faenas. La plaza de la Maestranza se llenó al completo.
SEVILLA / Corrida de toros
TOROS: Se han lidiado toros de la ganadería de Juan Pedro Domecq, aceptables de presentación, nobles, descastados y de escasas fuerzas. El tercero se lidió como sobrero al lesionarse el titular, y el cuarto fue otro sobrero de Virgen María, áspero y a la defensiva. Noble, aunque justo de fuerza fue el primero. Sosos segundo y tercero. Sin fuerzas y nula calidad quinto y sexto.
ESPADAS: –Morante de la Puebla (de azul y oro), saludos y silencio.
–Juan Ortega (de purísima y oro), ovación y silencio.
–Pablo Aguado (de verde y oro), silencio y silencio.
CUADRILLAS: Destacaron los banderilleros Abraham Neiro e Iván García.
INCIDENCIAS: Lleno de ‘No hay billetes’. Ocupó lugar en el palco de los maestrantes la infanta Elena, duquesa de Lugo.
Manuel Viera.-
Con su belleza exuberante, elegante y sevillana, ahí estaba la Maestranza, escapando de tanto silencio obligado, adecuándose a la bulla de las grandes tardes de toros, ofreciendo el tiempo necesario para disfrutar del toreo. Un toreo que no llegó en el más amplio sentido artístico por la falta de bravura de una corrida que suma un nuevo petardo ganadero y la undécima decepción en Domingo de Resurrección. Ya no sorprende la nula casta, la sosería de unas acometidas de nobleza cansina, de una camada que tarde tras tarde convierte el deseo e ilusión en cabreo de una gente ansiosa de triunfos. El toro exigible por las figuras, a la espera de que les salga el ‘mirlo blanco’ de la apoteosis ‘juampedrista’, sumió la esperada tarde en un continuo bostezo.
Día de sol que abrasó. Tarde de toros excepcional. Y es que no hay sitio más propicio para dejar correr el tiempo que sobre la superficie de un luminoso albero y sentir el pellizco que produce el trazo de un larguísimo natural. No hay toreo más expresivo que esa lenta travesía de una tela sumergida en la más bella acumulación de emociones. Con impresionante arrojo a la hora de crecer hacia lo imposible lo ejecutó Morante de la Puebla, físicamente mermado por su lesión de clavícula, al primer toro de la tarde. Naturales provistos de una cálida verdad que el diestro cigarrero interpretó con despaciosidad y delicadeza, pero también con el virtuosismo que requieren los momentos sublimes. Qué poco para tanto esperado… Las notas musicales de ‘Suspiros de España’ acompañaron el hacer del sevillano en una faena de detalles de un toreo extremadamente sensible.
Ya se sabe que Morante es uno de los toreros que más contribuye a enriquecer la tauromaquia. Lo volvió a demostrar con el cuarto, un sobrero con el hierro ganadero de Virgen María, al que le planteó una lidia que inundó de gallismo el ruedo maestrante. De toreo de otro tiempo con el que arañó las retinas de mucha gente no acostumbradas a unas formas que trascienden en el tiempo, porque en el fondo de los ojos indolentes del espectador la luz de pasado ya no ilumina. Su característico macheteo fue preludio a la baja estocada final.
El toreo a la verónica de Juan Ortega se construye sobre dos principios auténticos. Por un lado, una despaciosidad barbárica que se regocija en estados emocionales; y por otro, la inspiración en unas formas auténticamente puras. Con ello, la esencialidad del lance se aviva al calor de un admirable virtuosismo. Y todo sustentado en la pureza. Lo pudo mostrar con el segundo toro de Juan Pedro. Tres verónicas excelsas fueron ejemplo de lo mucho y bueno que puede encontrarse en el toreo de capa de Juan. Las fueron por la calidad con la que las expresó, pero también por la naturalidad manifiesta hacia una forma de lancear apasionante. Fue lo único, con el añadido de un quite por chicuelinas al que replicó Aguado por el mismo palo, porque la bondad del ‘juampedro’ se convirtió en acometidas cansinas faltas de emoción. Tampoco el descastado y soso quinto fue propicio al seductor toreo del sevillano.
Pablo Aguado se gustó y gustó con el capote en los inicios de la lidia al tercero, un sobrero del mismo hierro ganadero sustituto del titular que quedó invalidado de salida al lastimarse una pata. Los lances hasta lo medios escondieron una lentitud apasionante, y la media de auténtico lujo. Fue todo. Las escasas fuerzas de otro descastado toro le hicieron claudicar. De iguales características resultó el sexto, al que volvió a torear a la verónica de forma elegante y templada. Quitó Morante por lentos delantales y le replicó de igual forma. A partir de aquí, nada de nada. Se consumió otra decepcionante corrida de Juan Pedro Domecq. Quedan dos más…
AL NATURAL
«¿Os lo ahorro, o seguimos?»
Francisco Mateos.-
No hubo toros el Domingo de Resurrección. Como en los dos años precedentes de pandemia, Sevilla se ha quedado por tercer año sin toros en Resurrección. Si el ‘bichito’ que atiende al nombre de Covid se encargó de cargarse las dos resurrecciones taurinas de 2020 y 2021, en esta de 2022 se ha encargado y cargado la tarde el ganadero que atiende al nombre de Juan Pedro Domecq. O no. Quiero decir: o no él solo. Aquí son culpables todos; o mejor: somos culpables todos.
Los toreros, por exigir una ganadería que no es garantía de nada: ni de juego, ni de bravura, ni de trapío, ni de fuerzas, ni de espectáculo,…. Está claro que al tener tres tardes en la temporada sevillana, algunos buenos saldrán; cuesti´´on de estadística y probabilidad. Tiene la culpa el empresario, que se pliega al peligroso juego de concederle a los toreros todo y más, en vez de velar por ese santísimo público que le está dando la espalda al abono, cada vez más eventual y menos fijo, que aquí no entra la reforma laboral para amarrar con ‘contrato indefinido’ al espectador. Tiene culpa el presidente, sus veterinarios (y los de la Junta del PP que lo nombran), que hace menos de una semana vieron los toros en el campo, y al llegar ayer a los corrales han necesitado ver hasta doce toros para tener corrida… ¿a qué fueron de excursión a ‘Lo Álvaro’? Y tiene culpa el pagano, el público, porque a sabiendas como sabía que había altas posibilidades de lo que se conoce como ‘juampedrada’, llenó hasta reventar las costuras de la plaza sevillana. No hay mayor muestra de sodomización.
Muchos comentarios en los tendidos de que «ya lo sabíamos», pero volverán en la próxima de Juan Pedro. Por mucho que le gritaran desde los terrenos de sol al torero protegido de Sevilla «Morante, que te lo llevas por la cara» -contestado con indisimulado gesto de contrariedad por el cigarrero-, o un «vaya petardo ganadero», estos mismos volverán a pasar por el fielato de la cara taquilla de Ramón Valencia para otra ‘juampedrada’.
Por un momento pensé, al caer el quinto toro, cuando la gente estaba más pendiente de poder llegar a tiempo de ver el Sevilla-Madrid de las 21 horas, que el último torero, Pablo Aguado, en un arrojo de sinceridad y demostrada culpabilidad solidaria de la terna, iba a salir al centro del ruedo y gritar antes de que saliera el sexto suplicio por chiqueros: «¿Os lo ahorro, o seguimos?». La respuesta hubiera sido unánime.
LA VOZ DEL ABONADO
Borregada anunciada
Unión taurina de abonados y aficionados de Sevilla.-
Los ‘juampedros’ no decepcionaron en absoluto. Tuvieron en el ruedo el mismo comportamiento que vienen manteniendo desde hace décadas. Estos seis primeros borregos del ciclo cumplieron su papel a la perfección: sumisos, dóciles, obedientes, sin fuerzas, sin casta, ni un mal gesto ni una buena acción. Este material bovino, muy apetecido por los tres matadores, se presta muy bien al toreo de salón; eso sí: a cien euros por barba. Mientras Sevilla se olvide del toro y opte por la estética del color especial y del clavel merece tardes como la de hoy. La Maestranza no quiere saber nada de la casta del toro ni de la emoción en la Fiesta. Público adocenado que aplaude puyazos simulados o pases desviados sin calidad alguna.
Si algo hay que reseñar, es el manejo del capote por los tres matadores, sobre todo Juan Ortega. El tercio de varas no existe. No es lo mismo entrar un toro al caballo que picar puramente. Esto, en Sevilla, es difícil verlo. Esta tarde, por supuesto, tampoco. A la muleta llegaron medio moribundos estos animalitos. Por mucho empeño de sus matadores, aquello no había por donde cogerlo. Ayudados por bajo de Ortega y poco más, porque los muletazos carecían de vibración y emoción. Otra puñalada trapera a la Fiesta. No se dan cuenta que si cercenan la emoción y eliminan el riesgo latente, se cargan la misma esencia de la Tauromaquia.
Reseñar que Abraham Neiro e Iván García clavaron muy bien banderillas.
Juan Pedro, por favor, es urgente: tienes que ir a ‘Lo Álvaro’ y mandar al matadero hasta los caballos de picar.