El rejoneador sevillano Diego Ventura, y los diestros y hermanos Manuel Díaz y Julio Benítez han salido a hombros de la plaza sevillana de Morón, en la tarde en la que los dos hermanos ‘Cordobeses’ hicieron el paseíllo juntos por primera vez. El coso moronense se llenó en tarde a favor del triunfalismo.
MORÓN / Corrida de toros mixta
ASTADOS: Se han lidiado toros de la ganadería de Las Monjas, aceptables de presentación, nobles y descastados. Los mejores, segundo y tercero.
ACTUANTES: –Diego Ventura, oreja y dos orejas.
–Manuel Díaz ‘El Cordobés’ (de azul pavo y oro), dos orejas y dos orejas.
–Julio Benítez ‘El Cordobés’ (de azul marino y oro), dos orejas y una oreja.
INCIDENCIAS: Lleno de ‘No hay billetes’.
Manuel Viera.-
Sin duda, hay otro en la familia de Manuel Benítez. Otro Manuel ‘El Cordobés’ con su sueño hecho realidad. Con su toreo y con su acusada personalidad. Con sus singulares formas y brutal sapiencia para comunicar arriba el goce de lo hecho abajo. Trascendente tarde para él, donde supo mezclar lo heterodoxo con lo ortodoxo de su concepto variado y popular con evidentes similitudes al ‘califa’ de Córdoba que, por cierto, no se dejó ver.
Manuel Díaz mantuvo su espíritu alegre y desenfadado para hacer su toreo. Se mostró divertido para divertir a su gente. Disfrutó para hacer disfrutar. Fue verdadero en sus peculiares formas demostrándolas con total convencimiento. Ni mucho menos escurrió el bulto para construir una faena despegadita al buen segundo toro de Las Monjas, en la que entremezcló la delicadeza del molinete con anacrónicos pases a ritmo acelerado. Y los trepidantes saltos del batracio servidos para enardecer a todo aquel que lo espera de él.
La cuestión es saber si el toreo de Manuel avanza más allá de lo establecido o simplemente viene a exponer unas formas que parecen haberse estancado en el divertimento de la gente. Pero a nadie engaña. Nunca le faltan ganas, no escatima esfuerzos para expresar lo que su público le pide. Igual lo hizo con el manso y soso quinto. Algún muletazo con atisbos de temple en el trazo y otros muchos con esa rapidez acostumbrada que conduce a la gente a la explosión de júbilo siempre sorprendente. A su primero le metió la espada un tanto contraria y al quinto le finiquitó de media estocada.
Julio Benítez quiso ser profundo sin hacer gala de ello. Su toreo tiene templanza sin ostentarla e, incluso, algunos de los naturales al noble tercero mostraron la pulcritud del trazo. Faena que, aunque adoleció de continuidad y resultó despegada, sirvió para enardecer aún más a un público festero que gozaba con el toreo de rodillas, los desplantes y los adornos.
Benítez se esforzó por convencer con el flojo y rajado sexto. El brindis a su hermano fue el momento más deseado y único emotivo de la tarde. En dos ocasiones resultó trompicado sin consecuencias aparentes. La lidia careció de contenido, aunque sí tiró de recursos populistas para contentar a un público que lo aplaudió todo. De estocada contraria tumbó al tercero; sin embargo, le costó entrarle la espada al sexto.
Abrió plaza el rejoneador Diego Ventura. Todo lo hizo despacio con el rajadito primero, recreándose en las suertes y dejando los palos al quiebro en perfecta colocación. Con ‘Remate’ clavó banderillas cortas y rosas para dejar un rejón contrario y trasero.
Pero fue con el soso cuarto con el que entusiasmo al clavar al quiebro con ‘Ritz’. Excelente cabalgadura capaz de provocar el asombro con su desesperante quietud delante de la cara del toro y con sus espectaculares quiebros. El jinete de La Puebla dejó banderillas haciendo la suerte muy despacio, muy de frente y clavando al estribo. Toreó y divirtió.
Casi tres horas de espectáculo. Lleno con pasillos a rebosar. El ruido en la plaza fue excitante y con un punto de delirio masivo. Y no fue un concierto de rock.